Capítulo
Seis
Lali entrelazó las
manos detrás del cuello de su antiguo novio y se movió con él al ritmo lento de
la guitarra de blues. Estar así cerca de Tommy otra vez tenía un aire deja vu, sólo era diferente porque los
brazos que la rodeaban ahora pertenecían a un hombre, no a un niño. De niño no
había tenido ritmo, seguía sin tenerlo. En aquel entonces, él siempre había
olido a jabón Irish Spring. Ahora llevaba colonia, no el perfume fresco que
siempre había asociado con él. Había sido su primer amor. Había hecho latir su
corazón y acelerado su pulso. Ahora no sentía ninguna de esas cosas.
—Recuerdame como era
antes — él habló en el oido de Lali, — ¿por qué no podemos ser amigos?
—Porque tu esposa me
odia.
—Oh, bueno—. La atrajo
más cerca, pero mantuvo sus manos en la pequeña cintura—. Pero a mí me gustas.
Su flirteo
desvergonzado se había iniciado hacía una hora, inmediatamente después de que Cande
se fuera. Le había hecho una proposición dos veces, pero había sido tan
encantador, que no podía enfadarse con él. La hacía reírse y la hizo olvidarse
de que le había roto el corazón escogiendo a Helen.
—¿Por qué no te
acostaste conmigo en secundaria?— preguntó.
Realmente había querido
hacerlo. Había estado locamente enamorada y llena de las hormonas rugientes de
los adolescentes. Pero más avasallador que su deseo por Tommy había sido el
terror por su madre y por Henry si averiguaban que había estado con un chico.
—Te deshiciste de mí.
—No. Fuiste tú la
que se deshizo de mí.
—Sólo después de que te
cogiese con Helen cabalgando encima.
—Oh, bien.
Ella se echó hacia
atrás para mirarle a la cara, apenas visible en la oscura pista de baile. Su
risa se unió a la suya cuando ella dijo:
— Eso fue horrible.
—Joder. Siempre me
sentí realmente mal por lo que ocurrió, pero nunca supe que decirte después, —
se acusó—. Sabía lo que quería decirte, pero pensé que no te gustaría oírlo.
—¿Qué?
Sus dientes blancos
centellearon en la tenue luz.
—¿Qué lamentaba que me
hubieras pillado con Helen, pero que todavía podíamos estar juntos?
Hubo una época en que
ella había escrito su nombre en todas sus libretas, cuando tenía el sueño de
vivir en una casa con cerca blanca con Tommy Markham.
—¿Lo hubieras hecho?
—No — contestó ella,
verdaderamente agradecida de que no fuera su marido.
Él se inclinó hacia
adelante y la besó suavemente en la frente. —Eso es lo que más recuerdo de ti.
La palabra “no”, —dijo contra su piel. La música se detuvo y él se echó para
atrás y sonrió—. Me alegro de que hayas vuelto—. La escoltó a la mesa y cogió
su chaqueta—. Ya nos veremos.
Lali le vio marcharse y
cogió la cerveza que había dejado sobre la mesa. Mientras llevaba la botella a
sus labios, se apartó el pelo de su cuello con la mano libre. Tommy no había
cambiado mucho desde secundaria. Tenía buena apariencia. Todavía hechizaba y
todavía era un tocón. Casi sintió lástima por Helen, casi.
—¿Planeando una cita
con tu antiguo novio?
Ella supo de quien era
la voz incluso antes de girarse. Bajó la botella y contempló al hombre que le
había causado más sufrimiento que todos sus novios juntos.
—¿Celoso?— Pero a
diferencia de Tommy, nunca olvidaría lo que sucedió una cálida noche de agosto
con Peter Lanzani.
—Chinche.
—¿Has venido a discutir
conmigo? Porque no quiero discutir. Como me dijiste el otro día, ambos
estaremos en la comitiva de la boda de tu hermano. Tal vez deberíamos tratar de
llevarnos bien. Ser más amigables.
Una lenta sonrisa
sensual curvó sus labios.
—¿Cómo de amigables?
—Amigos. Sólo amigos —dijo
aunque dudaba que pasara alguna vez. Pero tal vez podrían dejar de lanzarse
pullas. Sobre todo cuando parecía que ella siempre perdía.
—¿Colegas?
Podría estar bien.
—Eso mismo.
—¿Camaradas?
—Claro.
Él negó con la cabeza.
—Nunca ocurrirá.
—¿Por qué?
Él no le contestó. En
vez de eso le quitó la botella de la mano y la colocó en la mesa. El cantante
de la banda de blues empezó un tema lento, “I've Been Loving You Too Long”, mientras Peter la arrastraba hacia la
abarrotada pista de baile. La apretó contra él, luego movió sus caderas al
ritmo de la sensual música de blues. Ella lo empujó tratando de poner un poco
de distancia entre sus pechos y su tórax, pero sus manos grandes en la espalda
la mantuvieron justo donde él quería. No tuvo otra opción que colocar las
palmas de sus manos en sus anchos hombros. Su pelo acarició sus nudillos antes de que colocara las manos al lado de sus hombros, era como
un roce de seda fresca, y el calor de su recio cuerpo se filtró a través de los
vaqueros, la franela y el jersey para
calentarle la piel. A diferencia de Tommy, el ritmo surgía de Peter, fácil y
natural, como una lánguida corriente sin prisa por llegar a ningún sitio.
—Me podías haber preguntado si quería bailar —dijo,
hablando por encima de los fuertes latidos de su corazón.
—Tienes razón. Podría.
—Estamos en los
noventa. La mayoría de hombres han abandonado la caverna—. El olor de él llenó
su cabeza del aroma del algodón limpio y masculino.
—¿Hombres como tu ex
novio?
—Sí.
—Tommy piensa con su
polla.
—Como tú.
—Ya estamos otra vez —
él hizo una pausa y su voz bajó un poco, — piensas que lo sabes todo sobre mí.
Su estómago se
comprimió ante las emociones conflictivas. Cólera y deseo, anticipación
jadeante y miedo se mezclaron en su vientre. Tommy Markham, su primer amor, no
había creado tal caos dentro de ella. ¿Por qué Peter? Había sido un borde
muchas más veces de las que había sido agradable. Tenían un pasado que creía
que ya estaba enterrado—. Todo el mundo en el pueblo sabe que pasas el tiempo
con un buen número de mujeres.
Él se apartó un poco
para bajar la vista y mirarla. La luz del escenario iluminaba la mitad de su
apuesta cara.
—Aun si eso fuera
cierto, hay una diferencia. No estoy casado.
—Casado o no, el sexo
indiscriminado todavía es asqueroso.
—¿Se lo dijiste también
a tu novio?
—Mi relación con Tommy
no es asunto tuyo.
—¿Relación? ¿Vas a
encontrarte con él más tarde para mantener ese sexo indiscriminado que
encuentras tan repugnante?— Sus manos subieron por su espalda hasta la base de
su cabeza—. ¿Te pone caliente?— Extendió sus dedos por debajo de su pelo,
sosteniendo su cabeza con las palmas de las manos. Sus ojos eran tan duros como
el granito.
Ella le empujó los
hombros, pero él apretó con fuerza, presionando sus dedos firmemente en su
cuero cabelludo. No la lastimaba, pero no la dejaba ir.
—Estás enfermo.
Él bajó su cara y le
preguntó contra sus labios
— ¿Te enciende?
Ella respiró
profundamente.
—¿Duele?
El corazón de Lali
golpeaba su pecho y no podía contestar. Suavemente él acarició su boca con la suya
y deslizó la punta de la lengua por la unión de sus labios. Una corriente de
placer atravesó sus pechos. La reacción inmediata de su cuerpo la sorprendió y
alarmó. Peter era el último hombre por el que quería sentir un deseo tan
doloroso. Su pasado era demasiado desagradable. Ella tuvo la intención de
apartarlo, pero él presionó con vehemencia y el beso se volvió carnal. Su
lengua entró en su boca en un asalto caliente, devorándola, consumiendo su
resistencia y creando una succión deliciosa con sus labios.
Ella quiso odiarle.
Incluso mientras le devolvía el beso y su lengua le incitaba. Incluso mientras
envolvía sus brazos alrededor de su cuello y se aferraba a él como si fuera lo
único estable en un mundo caótico y mareante. Sus labios eran calientes.
Firmes. Y ella le devolvía el beso con la misma pasión fogosa.
Él deslizó sus grandes
manos hacia abajo, luego las metió debajo del borde suelto de su suéter. Sintió
como sus dedos acarician suavemente su espalda, la caricia de cada uno de ellos
sobre su piel. Luego las palmas de sus manos calientes y callosas resbalaron
hasta su cintura y sus pulgares rozaron su abdomen, desplegándose suavemente
sobre su piel caliente. El nudo en su estómago se apretó aún más y los
pinchazos cosquillearon sus pechos, dibujando sus pezones tensos como si la
hubiera tocado allí. La hizo olvidarse de que estaba de pie sobre una pista de
baile abarrotada. La hizo olvidarse de todo. Sus manos acariciaron ambos lados
de su cuello, y enredó los dedos en su pelo. Luego el beso cambió, se volvió
casi suave, y él lentamente presionó los pulgares en su ombligo. Él deslizó los
dedos bajo la cinturilla de sus pantalones vaqueros y la apretó contra la
protuberancia dura que había justo debajo del botón.
Su propio gemido trajo
un instante de cordura, y ella desprendió su boca de la de él. Estaba sin
respiración, avergonzada y consternada por la reacción indomable de su cuerpo.
Él ya le había hecho esto antes, pero esa vez no lo había detenido.
Lo empujó y dejó caer
las manos. Cuando finalmente lo miró a la cara, vio que su mirada era oscura y
vigilante. Luego su mandíbula se endureció y sus ojos se estrecharon.
—No deberías haber
regresado. Deberías haberte marchado, — dijo, luego se dio la vuelta y se abrió
paso a empujones a través de la multitud.
Atontada por su comportamiento
y el de él y con el silencioso deseo despertándose en sus venas, Lali fue
incapaz de moverse durante un largo rato. El blues continuó sonando por los
altavoces y las parejas alrededor de ella continuaron moviéndose al son como si
nada extraño hubiese ocurrido. Sólo Lali lo sabía. No regresó a su mesa hasta
que la música cesó. Tal vez él estaba en lo cierto. Tal vez debería haberse
marchado, pero había vendido su alma por dinero. Mucho dinero, y no podía irse
ahora.
Lali metió los brazos
bruscamente en la chaqueta y caminó hasta la entrada. Sólo había una forma de
sobrevivir a los siguientes siete meses. Volver al plan A y evitar a Peter lo
máximo posible. Levantando la cabeza, salió al aire fresco. Su aliento
calentaba su cara cuando cerró la cremallera del abrigo.
El trueno inconfundible
de la Harley de Peter tembló en la noche y Lali miró por encima del hombro. Él
estaba parado con la gran moto entre sus piernas abiertas, dándole la espalda,
y una gastada cazadora negra de cuero realzaba sus hombros. Extendió la mano y
una de las gemelas Howell montó de un salto atrás, pegándose a su culo como si
les hubieran echado pegamento.
La cabeza de Lali
volvió al frente y metiendo las manos en los bolsillos emprendió el corto
camino a casa. Peter tenía los principios morales de un gato. Siempre los había
tenido, pero por qué él la había besado cuando estaba con una de las chicas
Howell estaba más allá de la comprensión de Lali. De hecho, que la besara ya
desbordaba su comprensión. Ella no le gustaba. Eso si estaba claro.
Y por supuesto, no le
había gustado hacía diez años. La había usado para vengarse de Henry, pero
Henry ahora estaba muerto, y liándose con ella sólo haría que perdiera la
herencia que Henry le había dejado. Peter era muchas cosas, todas complicadas,
pero no era estúpido.
Dobló a la izquierda en
el callejón y caminó hacia las escaleras que conducían a su apartamento. No
tenía sentido, pero la mayoría de cosas que Peter hacía no lo tenían.
En cualquier otro sitio,
Lali habría tenido miedo de recorrer las calles después de anochecer, pero no
en Truly. Ocasionalmente en las casas de
verano de la parte norte había algún robo. Pero nunca había ocurrido
nada realmente malo. La gente no cerraba sus coches, y la mayoría de las
veces, no se molestaban en cerrar sus casas.
Lali había vivido en
demasiadas ciudades grandes para ausentarse sin cerrar su apartamento. Una vez
que subió las escaleras y estuvo dentro, aseguró la puerta detrás de ella y
puso las llaves sobre la mesita de café. Mientras se desataba las botas, pensó
en Peter y su loca reacción hacia él. Durante un momento de descuido, le había
deseado.
Y él la había deseado,
también. Lo había sentido por la forma en que la tocaba y por la protuberancia dura de su erección.
La bota golpeó el suelo
cuando cayó de la mano de Lali, y frunció el ceño en la oscuridad. En una pista
de baile abarrotada, lo había besado como si fuera un sorbo fresco de pecado y
se muriera por su sabor. La había hecho arder, y lo había deseado como a ningún
otro hombre en mucho tiempo. Lo había deseado como aquella vez anterior. Como
si nada existiera más allá de él y nada más tuviera importancia. Peter era el
único hombre que había conocido que la podía hacer olvidar todo. Había algo en
él que la hacía perder la cabeza. Él se había acercado a ella esta noche, lo
mismo que lo había hecho la noche anterior a que dejara Truly hacía diez años.
No le gustaba pensar en
lo que había sucedido, pero estaba exhausta y su mente hizo una excursión
imparable en el recuerdo que siempre había tratado de olvidar, pero que nunca
había podido hacer.
El verano después de su
graduación de la escuela secundaria había comenzado mal, luego todo se había
ido directo al infierno. Había cumplido dieciocho años y había creído que
finalmente le tocaba decidir que quería hacer con su vida. No quería ir a la
universidad de inmediato. Quería un año sabático para decidir lo que quería
hacer en realidad, pero Henry ya la había preinscrito en la Universidad de
Idaho, donde él había formado parte de los alumnos destacados. Había escogido
las materias y la había apuntado en una serie de clases para novatos.
A finales de junio tuvo
el valor suficiente para hablar con Henry acerca de un compromiso. Iria algun
tiempo a la Boise State University donde iba Cande, y quería ir a las clases
que a ella le gustaban.
Él dijo que no. Fin del
tema.
Con la fecha de
inscripción de agosto acercándose, abordó a Henry otra vez en julio.
—No seas tonta. Sé lo
que es más conveniente para ti — dijo—. Tu madre y yo hemos hablado de ello, Lali.
Tus planes para el futuro no tienen ningún objetivo. Eres obviamente demasiado
joven para saber lo que quieres.
Pero lo sabía. Hacía
mucho tiempo que lo sabía, y en cierta forma siempre había pensado que en su
dieciocho cumpleaños lo obtendría. Con una pizca de razón, había pensado que
con la capacidad de votar vendría la libertad real. Pero cuando su cumpleaños
en febrero había pasado sin el más leve cambio en su vida, creyó que graduarse
en la escuela secundaria tenía que significar librarse del control de Henry.
Tendría la libertad de manifestarse y ser Lali. La libertad de ser salvaje y
loca si quería. De tomar clases absurdas en la universidad. De llevar
pantalones vaqueros con agujeros o demasiado maquillaje. De llevar la ropa que
quería. De parecer una pija, una vaga o una puta.
Pero no consiguió esa
libertad. En agosto Henry y su madre la llevaron a la Universidad de Idaho en
Moscú, Idaho, cuatro horas al norte y la matricularon en el siguiente semestre.
Al regresar, Henry continuó diciendo, “confía en mí para saber lo que es más
conveniente para ti” y “algún día me lo agradecerás. Cuando obtengas tu título,
me ayudarás a dirigir mis negocios”. Su madre la acusó de ser “mimada e
inmadura”.
La noche siguiente, Lali
salió por la ventana de su dormitorio por primera y última vez en su vida. Si
le hubiera pedido a Henry su coche, probablemente se lo hubiera dejado, pero no
quería pedirle nada. No quería decirles a sus padres dónde iba, con quién iba a
estar, o a qué hora estaría en casa. No tenía ningún plan, sólo la idea vaga de
hacer algo que nunca hubiera hecho. Algo que otras chicas de dieciocho años
hicieran. Algo imprudente y excitante.
Se rizó su cabello con
grandes rulos y se puso un traje de playa rosa que se abotonaba por delante. El
vestido le llegaba por encima de las rodillas y era la cosa más atrevida que
poseía. Con delgados tirantes y sin sostén. Pensó que parecía más mayor, pero
no importaba. Era la hija del alcalde y todo el mundo sabía que edad tenía
realmente. Se puso también unas Nike Air Huarache y una chaqueta de punto
blanca. Era una noche cálida de sábado, y tenía que hacer algo. Algo que
siempre hubiera tenido miedo de hacer por miedo de que la atraparan y
decepcionara a Henry.
Cuando llegó al
Hollywood Market en la calle quinta se detuvo para telefonear a Cande desde un
teléfono público. Estaba de pie bajo una débil luz en el frente del edificio de
ladrillo.
Venga, — imploró al
teléfono que pegaba a su oreja—. Ven conmigo.
—Ya te lo he dicho,
siento como si mi cabeza fuera a estallar — dijo Cande, sonando como si tuviera
un catarro de verano.
Lali clavó los ojos en
los números de metal del teléfono y frunció el ceño. ¿Cómo podía rebelarse
sola?
—Bebé.
—No soy un bebé —se
defendió Cande—. Estoy enferma.
Ella suspiró y miró hacia
arriba, su atención se trasladó a los dos chicos que atravesaban el parking
hacia ella—. Oh, Dios Mío — se puso la chaqueta sobre un brazo y ahuecó su mano
alrededor del aparato receptor—. Los Finley caminan hacia mí—. Sólo había otros
dos hermanos que tuvieran peor reputación que Scooter y Wes Finley. Los Finleys
tenían dieciocho y veinte años y se acababan de graduar en la escuela
secundaria.
—No les mires — la
avisó Cande antes de tener un acceso de tos.
—Oye, Lali Espósito —
Scooter habló arrastradamente y recostó un hombro contra el edificio al lado de
ella—. ¿Qué haces aquí sola?
Ella miró sus ojos azul
claro.
—Busco diversión.
—Eh, —se rió—. Creo que
la encontraste.
Lali se había graduado
en Lincoln High con los Finleys y les había encontrado ligeramente divertidos y
algo pesados. Se habían pasado el año escolar jugando con alarmas de incendios
falsas o bajándose los pantalones para mostrar sus culos blancos. Los Finleys
eran grandes soñadores.
—¿Qué tienes en mente,
Scooter?
—Lali…Lali…— la llamó Cande
por el teléfono—. Corre. Corre mucho, aléjate tanto como puedas de los Finley.
—Beber un poco de
cerveza, — Wes se sumó a su hermano—. Vamos a una fiesta.
Beber “cerveza” con los
Finleys era ciertamente algo que nunca había hecho antes.
—Voy a ir — le dijo a Cande.
—Lali…
—Si encuentran mi
cuerpo flotando en el lago, dile a la policía que me vieron por última vez con
los Finley—. Cuando colgó el teléfono, un viejo Mustang con óxido en algunos
puntos y los tubos de escape picados entró en el parking, los haces gemelos de
luz enfocaron a Lali y a sus nuevos amigos. Las luces y el motor se apagaron,
la puerta se abrió y salió un metro noventa de mal carácter. Peter Lanzani
llevaba remangada una camiseta con la leyenda “Cómeme el gusano” y un par de
pantalones vaqueros. Él miró a Scooter y Wes desde arriba y luego posó su
mirada en Lali. En tres años, Lali había visto poco a Peter. Pasaba la mayor
parte de su tiempo en Boise donde trabajaba y asistía a la universidad. Pero no
había cambiado mucho. Su pelo era todavía brillante y oscuro, corto sobre las
orejas y largo en el cuello. Y era todavía impresionante.
—Podríamos tener
nuestra fiesta —sugirió Scooter.
—¿Sólo para nosotros
tres?— preguntó lo suficientemente alto para que Peter lo oyese. Él solía llamarla
bebé, y normalmente acto seguido le lanzaba un saltamontes. Pero ella no era un
bebé ahora.
Frunció las comisuras
de la boca, luego giró y desapareció en la tienda.
—Podríamos ir a nuestra
casa —continuó Wes—. Nuestros padres están de viaje.
Lali volvió su atención
a los hermanos.
—Esto... ¿A quien más
vais a invitar?
—¿Para qué?
—Para la fiesta, —
contestó.
—¿Tienes alguna amiga a
la que puedas llamar?
Ella pensó en su única
amiga enferma en casa con un resfriado y negó con la cabeza.
—¿No conoces a nadie
que puedas invitar?
Scooter sonrió y se
acercó más.
—¿Por qué querría hacer
eso?
Por primera vez, la
aprensión revoloteó en el estómago de Lali.
—Por la fiesta,
¿recuerdas?
—La celebraremos, no te
preocupes.
—La estás asustando,
Scoot—. Wes empujó a su hermano y lo golpeó en un lado—. Vamos a casa y
llamaremos a la gente desde allí.
Lali no lo creyó y bajó
la vista a sus sandalias. Había querido ser como otras chicas de dieciocho
años. Había querido hacer algo imprudente, pero no se prestaba a un trío. Y eso
era sin duda lo que tenían ellos en la mente. Siempre y cuando Lali se
decidiera a perder su virginidad, no lo haría ni con uno ni con los dos
hermanos Finley. Había visto sus culos blancos y gracias, no.
Deshacerse de ellos iba
a ser difícil, y se preguntó cuánto tiempo tendría que quedarse delante del
Hollywood Market antes de que finalmente se rindieran y se fueran.
Cuando levantó la
mirada, Peter estaba de pie al lado de su coche metiendo un pack de seis latas
de cerveza en el asiento trasero. Él se enderezó, apoyó su peso sobre un pie, y
miró fijamente a Lali. Clavó los ojos en ella durante largo rato, luego dijo
— Ven aquí, princesa.
Hubo una época en la
que se había sentido asustada y fascinada por él al mismo tiempo. Siempre había
sido tan arrogante, tan seguro de sí mismo, y también tan prohibido. Pero ya no
tenía miedo, y tal y como lo veía, tenía dos opciones: Confiar en él o confiar
en los Finley. Ninguna opción era genial, pero a pesar de su sucia reputación,
sabía que Peter no la obligaría a hacer nada que no quisiera. Y no estaba
segura de poder decir lo mismo de Scooter y Wes.
—Nos vemos chicos —dijo
ella, entonces lentamente caminó hacia el peor de los chicos malos. El
incremento de su pulso no tenía nada que ver con el miedo y todo con el tono
ronco y suave de su voz.
—¿Dónde está tu coche?
—Vine andando.
Él abrió la puerta del
conductor.
—Sube.
Ella miró hacia arriba
a sus ojos color humo. Él no era ya un niño, sin ninguna duda.
—¿Dónde vamos?
Inclinó la cabeza hacia
los Finley.
—¿Tiene importancia?
Probablemente la
debería tener.
—¿No iras a llevarme a
una encerrona para deshacerte de mí en el bosque?
—No esta noche. Estás a
salvo.
Ella se puso la
chaqueta en la espalda y se subió por el capó al asiento del copiloto con toda
la dignidad posible. Peter encendió el Mustang, y en el salpicadero las luces
brillaron intermitentemente volviendo a la vida. Dio marcha atrás en el parking
y salió a la Quinta.
—¿Vas a decirme ahora
donde vamos?— preguntó, la excitación cosquilleaba sus terminaciones nerviosas.
No podía creer que estaba realmente sentada en el coche de Peter. No podía
esperar a decírselo a Cande. Era demasiado increíble.
—Te llevo de vuelta a
tu casa.
—¡No!— Se giró hacia él—.
No puedes. No quiero volver allí. No puedo regresar aún.
Él la recorrió con la
mirada, luego volvió su mirada a la carretera oscura ante él.
—¿Por qué no?
—Para y déjame salir,
—dijo en lugar de contestar a su pregunta. ¿Cómo podía explicárselo a
cualquiera, a Peter, que ya no podía respirar más allí? Sentía como si Henry
tuviese un pie en su garganta, y no pudiese llevar aire a lo más profundo de
sus pulmones. ¿Cómo podía explicarle a Peter que no esperaba más de su vida que
liberarse de Henry, pero que ahora sabía que ese día nunca llegaría? ¿Cómo
podía explicarle que ésta era su forma de contraatacar? Él probablemente se
reiría de ella y pensaría que era una inmadura, como hacían Henry y su madre.
Sabía que era ingenua, y lo odiaba. Sus ojos comenzaron a lagrimear, y se dio
media vuelta. El pensamiento de llorar como un bebé delante de Peter la
horrorizó.
—Sólo déjame salir
aquí.
En lugar de detenerse,
hizo rodar el Mustang sobre la carretera que llevaba a la casa de Lali. La
calle delante de los focos delanteros del coche era como un tubo entintado, se
ensombrecía en las copas de los pinos y relampagueaba en la línea del centro de
la calzada.
—Si me llevas a casa,
volveré a salir.
—¿Estás llorando?
—No —mintió, forzándose
a abrir los ojos, esperando que el viento los secara.
—¿Qué hacías con los
Finley?
Lo recorrió con la
mirada, la cara de él estaba iluminada por las luces doradas de la consola.
—Buscando algo que
hacer.
—Esos dos tipos son
malos.
—Puedo manejar a
Scooter y Wes —se jactó, aunque no estaba tan segura.
—No digas estupideces
—dijo y detuvo el Mustang al final del acceso que conducía a su casa—. Ahora,
vete a tu casa, donde debes estar.
—No me digas donde debo
estar —dijo mientras cogía la manilla y abría bruscamente la puerta. Estaba
hasta las narices de que todo el mundo le dijera donde ir y qué hacer. Saltó
del coche y dio un portazo tras ella. Con la cabeza alta, comenzó a caminar
hacia el pueblo. Estaba demasiado enfadada para llorar.
—¿Dónde crees que vas?—
la llamó.
Lali le hizo un gesto y
se sintió mejor. Libre. Continuó caminando y le oyó jurar justo antes de que el
sonido de su voz fuera ahogado por completo por el chirrido de las llantas.
—Entra — gritó mientras
paraba el coche al lado de ella.
—Vete al infierno.
—¡Te dije que entraras!
—¡Y yo te dije que te
fueras al infierno!
El coche paró pero ella
continuó caminando. No sabía dónde iba esta vez, pero no iba a volver a
casa hasta que estuviera bien y preparada para hacerlo. No quería ir a la
Universidad de Idaho. Y no quería tener una licenciatura en Empresariales. Y no
quería pasar su vida en una mierda de pueblo donde no podía respirar.
Peter la agarró del
brazo y la hizo girar. Los focos delanteros lo iluminaban desde atrás y se veía
enorme e imponente.
Por el amor de Dios,
¿cuál es tu problema?—
Lo empujó y él agarró su
otro brazo.
—¿Por qué te lo debería
decir? A ti no te importa. Sólo quieres deshacerte de mí—. Las lágrimas
anegaban sus pestañas, y se moría de vergüenza—. Y no te atrevas a llamarme
bebé. Tengo dieciocho años.
Su mirada pasó de su
frente a su boca.
—Sé de sobra la edad
que tienes.
Ella parpadeó y clavó
los ojos en él a través de su vista nublada, en el arco de su labio superior,
en su nariz de poroto y en sus ojos limpios. Meses de enojada frustración se
derramaron, saliendo de ella como agua a través de un colador.
—Soy lo suficientemente
mayor para saber lo que quiero hacer con mi vida. Y no quiero ir a la
universidad. No quiero trabajar en su negocio, y no quiero que nadie me diga lo
que es más conveniente para mí—. Inspiró profundamente, luego continuó—. Quiero
vivir a mi antojo. Quiero pensar primero en mí misma. Estoy cansada de tratar
de ser perfecta, y quiero equivocarme como todos los demás—. Lo pensó un
momento y luego dijo, — Quiero que todo el mundo pase de mí. Quiero
experimentar la vida, mi vida.
Quiero beberla. Pasear por el lado salvaje. Quiero darle un mordisco a mi vida.
Peter la puso de
puntillas y miró sus ojos.
—Y yo quiero darte un
mordisco a ti — le dijo, luego bajó su boca a la de ella y suavemente mordió la
parte carnosa de su labio inferior.
Durante largos segundos
Lali estuvo de pie perfectamente quieta, demasiado estupefacta para moverse.
Con su cabeza atascada por una miríada de asombrosas sensaciones. Peter Lanzani
le había mordido suavemente un labio y su aliento estaba atrapado en sus
pulmones. Su boca era caliente y firme, y la besó como un hombre que tenía toda
una vida de experiencia. Sus manos envolvieron su cara, y él dejo resbalar los
pulgares a lo largo de su mandíbula hasta su barbilla. Luego presionó hacia
abajo hasta su boca abierta. Su lengua caliente penetró dentro y tocó la de
ella, y él sabía a cerveza. Los escalofríos calientes aumentaron en su columna
vertebral y Lali le besó como nunca había besado a nadie. Nadie nunca la
había hecho tener la impresión de que su piel era demasiado tensa en su cabeza
o sobre sus pechos. Nadie nunca la había hecho querer actuar primero y
enfrentarse a las consecuencias más tarde. Ella colocó sus manos en la sólida
pared de su pecho y chupó su lengua.
Y siempre en lo más
profundo de su mente pensaba que todo aquello era increíble. Éste era Peter, el
niño que había pasado tanto tiempo aterrorizándola y fascinándola. Peter, el
hombre que la hacía sentirse ardiente y jadeante.
Él acabó el beso antes
de que Lali estuviese lista, y ella deslizó sus manos a los lados de su cuello.
—Vámonos de aquí, —dijo
él y agarró su mano.
Esta vez no le preguntó
adónde iban.
No le importaba.
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Bueno aquiiii llegooo!!! :D Espero les guste ya que no hay muchas firmas ni nada :(
Bueno besossss!!
Wow wow wow.. ME ENCANTOOOOOOOO! Estoy re adictaaa, quiero más noveee! jaja
ResponderEliminaroooooooooh me encanttaaa! nueva lectooraa!
ResponderEliminarMe encanta la nove
ResponderEliminarEsta buenicima !!!
leti2311