jueves, 24 de mayo de 2012

Cap 13


Hola Chicas!!! Perdon no subi cap ayer!!! He estado bastante complicada!!! Gracias a las nuevas lectoras los mensajes y a las Julis de siempre! Cuyas noves recomiendo!!! :D 
Besosss Por cierto en el proxxx se vieneeee!! :D

Capítulo Trece


—Tío Peter, ¿viste esa película que echaron en la tele la otra noche sobre una chica que fue secuestrada de bebé y nunca lo supo hasta que tenía cerca de veinte años o algo así?
Peter clavaba los ojos en la pantalla del ordenador, repasando el presupuesto para una casa en la orilla norte del lago. Habían hecho los cimientos antes de que la tierra se congelara y el tejado antes de que nevara. La casa estaba casi terminada, pero el dueño había optado por instalaciones completamente diferentes, y la parte de carpintería se salía del presupuesto. Cuando en el negocio disminuía la actividad, Ann Marie y Hilda trabajaban sólo por las mañanas. Él y Sophie estaban solos en el edificio.
—Tío Peter.
—Hmm, ¿Qué?— Cambió varios números y luego introdujo el nuevo coste.
Sophie respiró profundamente y suspiró
— No me escuchas.
Desvió la mirada de la pantalla y miró a su sobrina, luego volvió a su trabajo.
—Lo hago, Sophie.
—¿Qué dije?
Él continuó mirando una reposición de existencias y usando la calculadora que tenía al borde del escritorio, pero cuando miró a su sobrina otra vez, su mano se detuvo. Sus grandes ojos oscuros lo miraban como si hubiera pisoteado sus sentimientos con las botas de trabajo.
—No escuchaba—. Movió la mano hacia atrás—. Lo siento.
—¿Te puedo preguntar algo?
Sabía que no había ido de visita a su oficina al salir de la escuela para verle trabajar.
—Claro.
—De acuerdo, ¿qué harías si te gustara una chica y ella no lo supiera?— Hizo una pausa y miró a algún sitio por encima de su cabeza—. ¿Y ella le gustara a alguien con ropas de mayor y cabello rubio y todas las que le gustan fueran animadoras y todo eso?— Lo volvió a mirar—. ¿Cederías?
Peter estaba alucinado.
—¿Te gusta un chico que se viste de animadora?
—¡No! Caramba, me gusta un chico que sale con una animadora. Es bonita y popular y tiene el mejor cuerpo de octavo grado, y Kyle no sabe ni que existo. Quiero que se dé cuenta, ¿qué debería hacer?
Peter miró sobre el escritorio a su sobrina, qué tenía los ojos italianos de su madre, demasiado grandes para su rostro. Tenía una enorme espinilla roja en la frente que, a pesar de sus esfuerzos, no era disimulada por el montón de maquillaje que se había puesto. Algún día Sophia Lanzani haría volver las cabezas, pero ahora no, gracias a Dios. Era demasiado joven para preocuparse por los chicos, de todas maneras.
—No hagas nada. Eres preciosa, Sophie.
Ella puso los ojos en blanco y cogió su mochila que estaba en el suelo al lado de su silla—. No me ayudas más que papá.
—¿Qué te dijo Pepo?
—Que era demasiado joven para preocuparme por chicos.
—Oh—. se inclinó hacia adelante y agarró su mano—. Bueno, yo nunca diría eso — mintió.
—Lo sé. Por eso vine a hablar contigo. Y no es sólo por Kyle. Ninguno de los chicos repara en mí—. Puso la mochila en su regazo mientras se dejaba caer en la silla, sufriendo enormemente—. Lo odio.
Y a él le fastidió verla tan infeliz. Había ayudado a Pepo a criar a Sophie, y era la única persona del sexo femenino con la que se había sentido completamente libre para mostrar afecto y amor. Los dos podían sentarse y mirar una película juntos o jugar al Monopoly, y ella nunca fisgaba en su vida ni se colgaba de su cuello.
—¿Qué quieres que haga?
—Dime que les gusta a los chicos en las chicas.
—¿A los chicos de octavo?— Se rascó un lado de la mandíbula y se paró a pensar un momento. No quería mentir, pero tampoco quería echar a perder sus sueños inocentes.
—Pensé que como tienes un montón de novias, lo sabrías.
—¿Un montón de novias?— La observó sacar una botella de esmalte de uñas verde de su mochila—. No tengo un montón de novias. ¿Quién te dijo eso?
—Nadie tuvo que decírmelo—. se encogió de hombros—. Gail es tu novia.
No había visto a Gail desde unas semanas antes de Halloween, y de eso hacía una semana.
—Es simplemente una amiga —dijo—. Y rompimos el mes pasado—. Realmente había sido él quien había puesto fin a la relación y ella no había estado precisamente encantada.
—Bueno, ¿qué te gustaba de ella? —preguntó mientras añadía una capa de brillo verde sobre otra azul marino.
Las pocas cosas que le gustaban de Gail, no se las podía decir a su sobrina de trece años.
—Tiene un pelo bonito.
—¿Es eso? ¿Saldrías con una chica sólo porqué te gusta su pelo?
Probablemente no.
Sí.
—¿Cuál es tu color de pelo favorito?
El castaño. Diversos matices de castaño con vetas y deslizándose entre sus dedos.
—Rubio.
—¿Qué más te gusta?
Labios rosados y boas rosas.
—Una buena sonrisa.
Sophie le contempló y sonrió abiertamente, su boca estaba llena de metal y gomas elásticas de color malva.
—¿Te gusta esto?
—Si.
—¿Qué más?
Esta vez le contestó la verdad.
—Grandes ojos marrones, y me gustan las chicas que me hacen frente—. Y, se percató, había desarrollado gusto por los comentarios sarcásticos.
Sumergió el pincel en el brillo y pintó su otra mano.
—¿Crees que las chicas deberían telefonear a los chicos?
—Claro. ¿Por qué no?
—La abuelita dice que las chicas que llaman a los chicos son salvajes. Dice que papi y tú nunca os metisteis en líos con chicas salvajes porque nunca te dejó hablar por teléfono cuando llamaban.
Su madre era la única persona qué conocía que tenía la habilidad de ver sólo lo que quería y nada más. Mientras crecían, los dos, Peter y Pepo se habían encontrado en suficientes problemas sin necesidad de utilizar el teléfono. Pepo incluso había dejado a una chica embarazada su primer año de universidad. Y cuando un chico vasco dejaba a una buena chica católica embarazada, el resultado era inevitablemente una boda en la Catedral de St. John—. Tu abuela recuerda sólo lo que quiere recordar —dijo a Sophie—. Si quieres llamar a un chico por teléfono, entonces no veo porqué no lo puedes hacer, pero mejor le preguntas a tu papá primero—. Él miró sus uñas mojadas—. Tal vez deberías hablar con Cande sobre todas estas cosas de chicas. Va a ser tu mamá dentro de aproximadamente una semana.
Sophie negó con la cabeza.
—Prefiero hablar contigo.
—Pensaba que te gustaba Cande.
—Está bien, pero prefiero hablar contigo. Además, me puso de última en la fila de las damas de honor.
—Probablemente porque eres la más pequeña.
—Tal vez—. Estudió su brillo un momento, luego lo miró—. ¿Quieres que te pinte las uñas?
—De ninguna manera. La última vez que lo hiciste, me olvidé de quitármelo y el dependiente del Gas N-Go se partió de risa.
—Por favoooor.
—Ni lo pienses, Sophie.
Ella frunció el ceño y cuidadosamente enroscó la tapa del barniz.
—No es sólo lo de la fila, es que tengo que aguantar al lado a ya-sabes-quien.
—¿Quién?
—A ella—. Sophie apuntó hacia la pared—. La de ahí.
—¿Lali?— Cuándo ella sacudió la cabeza, Peter le preguntó, — ¿Por qué es un problema?
—Ya sabes.
—No. Por qué no me lo dices.
—La abuelita dijo que esa chica vivió con tu papá, y que fue maravilloso con ella y mezquino contigo. Y le compraba ropas y cosas bonitas y tú tenías que llevar vaqueros viejos.
—Me gustan los vaqueros viejos—. Él dejó su lápiz y estudió la cara de Sophie. Su boca se apretaba en las comisuras como hacia su madre cuando hablaba de Lali. Henry ciertamente le había dado a Benita razones para que estuviera amargada, pero a Peter no le gustó ver a Sophie con la misma actitud—. Lo que sea que ocurrió, o que no ocurrió, es entre mi padre y yo, y no tenía nada que ver con Lali.
—¿No la odias?
Odiar a Lali nunca había sido su problema.
—No, no la odio.
—Ah—.  Metió el esmalte de uñas en su mochila y cogió su abrigo de detrás de la silla—. ¿Me llevarás tú a mi cita con el ortodontista a final de mes?
Peter se levantó y la ayudó a ponerse el abrigo. La cita de Sophie era un paseo en coche de casi dos horas.
—¿No te puede llevar tu padre?
—Él estará de luna de miel.
—Oh, bueno. Entonces te llevaré yo.
La acompañó a la puerta con un brazo alrededor de su cintura.
—¿Estás seguro de que tú nunca te vas a casar, Tío Peter?
—Sí.
—La abuelita dice que sólo necesitas encontrar una agradable chica católica. Luego serás feliz.
—Ya soy feliz.
—La abuelita dice que necesitas enamorarte de una mujer vasca.
—Parece que has pasado demasiado tiempo hablando de mí con la abuela.
—Bueno, me alegro de que nunca te vayas a casar.
Él levantó la mano y le cogió un mechón de su suave pelo negro.
—¿Por qué?
—Porque me gusta teneros a todos para mí.
Peter se quedó de pie sobre la acera delante de su oficina y observó a su sobrina andar por la calle. Sophie pasaba demasiado tiempo con su madre. Creía que era sólo cuestión de tiempo antes de que Benita la llevase con engaños al lado oscuro, y Sophie ya empezaba a fastidiarle también sobre lo de casarse con una agradable mujer “vasca”.
Se metió las manos en los bolsillos delanteros de sus pantalones vaqueros. Pepo era del tipo de los que se casaban. Peter no. El primer matrimonio de Pepo no había durado más de seis años, pero a su hermano le había gustado estar casado. Le había gustado la comodidad de la vida con una mujer. Pepo siempre había sabido que volvería a casarse. Siempre había sabido que se enamoraría, pero había tardado cerca de ocho años en encontrar a la mujer adecuada. Peter no dudaba que su hermano sería feliz con Cande.
La puerta de la peluquería de Lali se abrió y una señora mayor con uno de esos peinados plateados salió fuera. Cuando pasó por su lado, clavó los ojos en él como si supiera que él iba por el mal camino. Se rió suavemente y levantó su mirada a la ventana. A través del cristal observó a Lali barrer el piso y luego ir hacia a la parte trasera con un recogedor. Observó sus hombros rectos y hacia atrás y el balanceo de sus caderas bajo una falda de punto tan ceñida que le marcaba el trasero. Un dolor pesado se reacomodó en su ingle y pensó en perfectos pechos blancos y en boas rosadas. Pensó en sus grandes ojos castaños, sus largas pestañas, la lujuria entrecerrando sus párpados y su boca mojada e hinchada por sus besos.
Te deseo le había dicho, mejor dicho, él la había inducido a decir eso como si fuera un fracasado enfermo de amor rogándole que le quisiera. Nunca en su vida le había pedido a una mujer que dijera que le deseaba. No lo había tenido que hacer. Nunca le había importado si esas palabras eran murmuradas por los suaves labios rosados de una mujer. Ahora parecía que no era así.
Ningún “puede-ser” más sobre el tema. Henry sabía lo que estaba haciendo cuando formuló el testamento. Le recordaba a Peter como se sentía cuando quería algo que no podía tener, ansiar algo que creía más allá de su alcance. Algo que podía tocar pero nunca podría poseer realmente.
Unos ligeros copos de nieve cayeron suavemente delante de la cara de Peter. Se volvió a la oficina y puso la chaqueta detrás de la silla. Algunos hombres cometían el error de confundir lujuria y amor. Pero Peter no. No amaba a Lali. Lo que él sentía por ella era peor que el amor. Era lujuria retorciendo sus entrañas, y poniéndolo del revés. Daba vueltas a su alrededor y se comportaba como un completo gilipollas, con un monstruo grande y duro, por una mujer que le odiaba la mayor parte del tiempo.

Lali empujó los tomates hacia un lado de su plato, luego pinchó un trozo de escarola y pollo.
—¿Cómo va tu negocio? —preguntó Gwen, despertando inmediatamente la sospecha de Lali. Gwen nunca preguntaba por la peluquería.
—Bastante bien —la miró sobre la mesa y metió la lechuga dentro de la boca. Su madre estaba tramando algo. Nunca debería haber estado de acuerdo en encontrarse para almorzar en un restaurante donde no podría gritar sin montar una escena—. ¿Por qué?— preguntó.
—Helen siempre se encargaba de la peluquería del Desfile de Modas de Navidad, pero este año hablé con los otros miembros del consejo, y les he convencido de que te lo den a ti—. Gwen removió su fettuccini, luego dejó a un lado su tenedor—. Pensé que te valdría como publicidad.
Probablemente era la forma que tenía su madre de hacerla participar en algún tipo de comité. —¿Sólo el pelo? ¿No?
Gwen alcanzó su té caliente con limón.
—Bueno, pensé que también podrías participar.
Allí estaba. La verdadera razón. Peinar en el desfile era un cebo. Gwen lo que realmente buscaba era pavonearse con un lamé a juego con el de su hija como si fueran gemelas. Había dos reglas en el Desfile de modas, el vestido o los disfraces tenían que estar hechos a mano y tenían que reflejar la época navideña.
—¿Tú y yo juntas?
—Por supuesto que estaría allí.
—¿Vestidas del mismo modo?
—Parecido.
Ni lo pienses. Lali claramente recordó el año que se había visto forzada a vestirse de Rudolph. No la habría convencido si no hubiera tenido dieciséis años.
—Posiblemente no pueda estar en la función y peinar.
—Helen lo hace.
—No soy Helen—. Cogió un trozo de pan—. Haré todo lo que se refiera a peluquería, pero quiero el nombre de mi negocio impreso en el programa y anunciado al principio y al final del desfile.
Gwen parecía menos contenta.
—Se lo diré al consejo.
—Bien. ¿Cuándo es el desfile?
—Durante el Festival de Invierno. Es siempre el tercer sábado, unos cuantos días antes del concurso de esculturas de hielo—. Posó su taza en el platito y suspiró—. ¿Recuerdas cuándo Henry era alcalde e íbamos con él y lo ayudábamos a elegir el ganador?
Por supuesto que lo recordaba. Cada diciembre había en Truly enormes esculturas de hielo en la Estación Larkspur, que atraía a los turistas de centenares de kilómetros. Lali recordaba su nariz y mejillas congeladas, y su gran abrigo mullido y su gorro forrado mientras caminaba al lado de Henry y su madre. Ella recordaba el olor del hielo y el invierno y la sensación del chocolate caliente calentándole las manos.
—¿Recuerdas el año que él te dejó escoger el ganador?
Ella tenía unos doce años, y había escogido a un cordero de quince metros que había esculpido la gente de la carnicería. Lali tomó otro bocado de ensalada. Se había olvidado de eso.
—Necesito hablarte acerca de la Navidad — dijo Gwen.
Lali supuso que la pasaría con su madre, pondrían un árbol de verdad, regalos brillantes, ponche de huevo y castañas asadas al fuego. El lote entero.
—Max y yo nos vamos al caribe el día veinte, justo después del inicio del Festival de Invierno.
—¿Qué?— Cuidadosamente dejó el tenedor en su plato—. No sabía que fuerais así de en serio.
—Max y yo estamos juntos, y sugirió unas vacaciones al sol para saber simplemente como es de fuerte lo que tenemos.
Gwen era viuda desde hacía seis meses y ya tenía novio formal. Lali no ni podía recordar la última vez que tuvo una cita seria. Repentinamente se sintió realmente patética, como una vieja solterona con gato.
—Pensaba que podríamos celebrar la Navidad cuando regrese.
—De acuerdo—. No se había dado cuenta de cuánto podría haber disfrutado de una Navidad en casa hasta que no tuvo otra opción. De todas maneras, pasar las fiestas sola no era algo que no hubiese hecho antes.
—Y ahora que ha comenzado a nevar, deberías aparcar tu pequeño coche en mi garaje y conducir el Cadillac de Henry.
Lali esperó a oír las condiciones, como que tendría que ir a pasar los fines de semana o asistir a un consejo de algún tipo, o ponerse ropas prácticas. Cuándo Gwen no dijo nada más, y en vez de eso cogió el tenedor, Lali le preguntó:
— ¿Dónde está la trampa?
—¿Por qué sospechas todo el tiempo? Sólo quiero que no te pase nada este invierno.
—Ah—. Habían pasado años desde que había conducido en la nieve, y había descubierto que no era como ir en bici. Ya había olvidado como era. Patinaría mucho menos con el gran coche plateado de Henry que en su Miata—. Gracias, lo recogeré mañana.
Después del almuerzo, se tomó el resto de día libre y condujo hasta casa de Cande para desechar algunos peinados y probarse su traje de dama de honor. El ceñido vestido rojo de terciopelo era del color de vino pero cambiaba con la luz hasta un tono profundo de Borgoña. Era precioso. Pasó una mano sobre su estómago, alisando el fresco material bajo su palma.
—No sabis si te gustaba el color— admitió Cande dando un paso hacia atrás y Lali se miró en el espejo del dormitorio—. Tal vez podrías llevar una de esas pamelas grandes.
—Ni lo pienses—. Ella inclinó la cabeza a un lado y estudió su reflejo—. Siempre podría ponerme mi color natural en el pelo para que no quede tan colorido.
—¿Cuál es tu color natural?
—No estoy realmente segura ya. Cuando retoco la raíz es un tipo de castaño.
—¿Y puedes cambiarlo sin que se te caiga?-
Lali puso las manos en sus caderas y se enfrentó a su amiga.
—¿Qué os pasa a la gente de este pueblo? Por supuesto que puedo cambiar el color de mi pelo sin que se me caiga. Sé lo que estoy haciendo. Lo he estado haciendo durante años—. Mientras hablaba, el volumen de su voz aumentó—. No soy Helen. ¡No corto mal el pelo!
—Caramba, sólo pregunté.
—Bueno. Tú y todos los demás—. Se bajó la cremallera de la parte de atrás del vestido y se lo sacó
—¿Quién más?
La imagen de Peter sentado sobre su sofá irrumpió en sus pensamientos. Su boca caliente en la de ella. Sus dedos sobre su muslo. Deseaba poderle odiar por hacer que lo deseara, por hacer que le dijera que lo deseaba, para luego dejarla sola soñando con él toda la noche. Pero no lo podía odiar, y estaba tan confundida sobre lo que había sucedido que no quería hablar de él con nadie hasta que se aclarara. Ni siquiera con Cande. Puso el vestido sobre la colcha a cuadros de la cama de Cande y luego se puso un par de pantalones vaqueros—. No importa. No es importante.
—¿Qué? ¿Está tu madre fastidiándote todavía sobre lo de ser peluquera?
—No, de hecho me preguntó si quería peinar en el Desfile de Moda de Navidad—. Lali miró hacia arriba desde el botón de sus pantalones—. Pensó que ella me podría engatusar y obligarme a hacer esa cosa de madre e hija que tuve que hacer cuando crecía.
Cande se rió.
—¿Recuerdas el vestido del lamé dorado con la banda ancha y esa inmensa abertura?
—Cómo podría olvidarlo—. Se pasó el suéter de angora por la cabeza y se sentó en el borde de la cama para ponerse los Doc Marten—. Y luego mi madre me dijo que se va al caribe en Navidad con Max Harrison.
—¿Tu madre y Max?— Cande se sentó al lado de Lali—. Eso es extraño. No puedo pensar en tu madre con nadie que no sea Henry.
—Creo que Max es bueno para ella—. Se ató una bota, luego la otra—. De cualquier manera, ésta es la primera vez que paso las navidades en casa, en diez años, y ella se va. La verdad es que es típico, ahora que lo pienso.
—Puedes venir a mi casa. Ya viviré con Pepo y Sophie, y pasaremos la Navidad allí.
Lali se levantó y cogió el vestido.
—Realmente no me veo comiendo con los Lanzani.
—Ya lo harás en el banquete de boda.
La aprensión se reacomodó en el estómago de Lali mientras lentamente ponía el vestido en la percha.
—Es un buffet, ¿no?
—No. Es cena sentada en el Lake Shore Hotel.
—Pensaba que la cena era después del ensayo.
—No, eso es el buffet.
—¿Cuántas personas asistirán a la cena?
—Setenta y cinco.
Lali se relajó. Con tantos invitados, sería realmente fácil evitar a ciertos miembros de la familia de Pepo.
—Por favor no me sientes cerca de Benita. Probablemente me apuñalaría con el cuchillo de la mantequilla—. ¿Y Peter? Era tan imprevisible, que no podía adivinar lo que podía hacer.
—No es tan mala.
— No para ti—. Lali recogió su abrigo y se dirigió a fuera.
—Piensa en lo de Navidad, — recordó Cande.
—De acuerdo, — prometió poco antes de que se fuese en el coche, pero no existía ni una pequeña probabilidad de que se sentara a la misma mesa que Peter. Qué pesadilla. Tendría que estar todo el tiempo intentando no derretirse por él, mirando a cualquier sitio menos a sus ojos y su boca y sus manos. Será mejor que no estés cerca de mí después del cuatro de junio, de otra manera me cobraré la deuda que tienes conmigo desde hace diez años.
Ella no le debía nada. Él la había usado vengarse de Henry, y los dos lo sabían. ¿Cuándo exactamente? ¿Cuándo me rogabas que te tocara? Ella no le había rogado. Más bien lo había pedido. Y había sido tan joven e ingenua.
Lali aparcó su pequeño coche detrás del Jeep de Peter y subió corriendo las escaleras. No estaba preparada para verle. A cada momento pensaba en su boca, en su pecho y en su mano entre sus muslos, y le ardían las mejillas. Ella habría tenido relaciones sexuales con él allí mismo en su sofá, sin lugar a dudas. Todo lo que tenía que hacer era mirarla y la succionaba como una aspiradora. Todo lo que tenía que hacer era tocarla y ella quería succionarle como una aspiradora. Él tenía la habilidad de hacerla olvidar quién era él. Y quien era ella, y su pasado en común. Te dije que no te preocuparas y que te cuidaría, pero me miraste como si fuera una especie de violador y te fuiste con Henry. Realmente no creía más en él ahora que aquella noche. Él tenía que mentir. ¿Pero por qué mentiría? No era como si hubiera estado tratando de convencerla de que se quitara la ropa. Ella había abandonado ya toda modestia en ese momento.
Colocó el vestido sobre el sofá y cogió la txapel de Peter que estaba sobre la mesa para café donde la había dejado. Las puntas de sus dedos tocaron la banda de cuero y la lana suave. No importaba ahora. Nada había cambiado. Esa noche en Angel Beach era historia pasada y mejor dejarla en el pasado. Incluso si no existiera el testamento de Henry, no habría futuro para ellos. Él era un mujeriego y ella quería marcharse tan pronto como fuera posible.
Con la boina en la mano, Lali caminó hasta el aparcamiento. El Jeep de Peter estaba todavía allí y abrió la puerta del conductor. El interior de cuero beige estaba todavía caliente como si hubiera llegado poco antes de que ella hubiera regresado a su apartamento. La llave del Jeep estaba puesta, y su cruz vasca colgada en el espejo retrovisor. Una gran caja de herramientas, un cable extensible y tres botes de masilla de madera estaban en la parte trasera. Él obviamente llevaba viviendo en Truly demasiado tiempo para preocuparse, de todas maneras supuso que si ella fuera una ladrona, se lo pensaría dos veces antes de robar a un Lanzani. Colocó su boina en el asiento del cuero, luego giró y volvió rápidamente a su apartamento. No quería que tuviera ninguna razón para subir sus escaleras. Obviamente, ella no tenía fuerza de voluntad cuando él andaba cerca, y lo más conveniente era evitarle todo lo posible.
Lali estaba sentada en el sofá, tratando de convencerse de que no debía escuchar los sonidos que venían de fuera. No quería escuchar el traqueteo de las llaves o el crujido de la grava bajo las pesadas botas. No escuchaba, pero lo oyó salir de la puerta de su oficina, sus llaves y el arrastrar de las botas. Sólo oyó el silencio cuando él descubrió su txapel y lo imaginó haciendo una pausa y mirando las escaleras que subían a su apartamento. El silencio se rompió cuando escuchó un ruido de pasos. Finalmente, el motor del Jeep retumbó al encenderse y comenzó a salir del aparcamiento.
Lali lentamente dejó escapar el aire y cerró los ojos. Ahora todo lo que tenía que hacer era sobrevivir a la boda de Cande. Con setenta y cinco invitados, fácilmente podría ignorar a Peter. No podía ser tan difícil.



5 comentarios:

  1. Maaaaaaqaaaaaaaaas...k paswra en el proximo?

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  2. Quiero mas !!!
    Me encanta la nove
    Besoss

    leti2311

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  3. Muy bueno! aunque no entiendo mucho la historia porque leo medio entre cortados los caps =s esta muy buena!
    espero mas!
    Un beso
    Juli♥
    @amorxca

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