Capítulo Doce
—La masa— vociferó el
orador desde el metro y medio de altura del Dodge del Alcalde Tanasee. Unas
falsas telas de araña envolvían el camión y dos lápidas sepulcrales hacían de
cama. El Dodge recorría Main Street con brujas y vampiros, payasos y princesas,
arrastrándose detrás. La charla excitada de fantasmas y duendes mezclados con
la música inauguraban el Desfile Anual de Halloween.
Lali estaba parada
delante de la peluquería viéndolos pasar. Tembló y se acurrucó más en su abrigo
verde de lana con grandes botones brillantes. Estaba helada, no como Cande que
estaba a su lado con una sudadera GAP y un
par de guantes de algodón. El periódico había hecho una predicción de una
temperatura inusual para el último día en octubre. Se suponía que la
temperatura iba a subir hasta unos maravillosos cuatro grados y medio.
De niña, a Lali le
encantaba el desfile de Halloween. Le habían encantado los disfraces y marchar
por el pueblo hacia el gimnasio de la escuela secundaria donde el concurso de
disfraces empezaría. Nunca había ganado, pero de cualquier forma le había encantado.
Le había dado la oportunidad de vestirse como quería y pintarrajearse. Se
preguntó si todavía servían sidra y donuts glaseados y si el nuevo alcalde
repartía pocas bolsas de caramelo como había hecho Henry.
—¿Recuerdas cuándo
estábamos en sexto grado y rasuraste nuestras cejas y nos vestimos de asesinos
psicóticos y teníamos sangre saliendo en chorritos de nuestros cuellos?—
preguntó Cande al lado de Lali—. ¿Y tu madre se perdió un buen momento?
Lo recordaba muy bien.
Su madre le había hecho un disfraz estúpido de novia del año. Lali había
fingido que le encantaba el vestido, pero luego fue al desfile como un asesino
mojado de sangre sin cejas. Recordándolo, no supo cómo había tenido el valor
para hacer algo que sabía que enojaría a su madre.
El año siguiente Lali
se había visto forzada a vestirse de pitufo.
—Mira a ese niño con su
perro —dijo Lali, apuntando hacia un niño disfrazado de patatas de McDonald y
su pequeño perro como sobrecito de ketchup. Había pasado mucho tiempo desde que
Lali había ido a un McDonald—. Me muero por un cuarto de libra con queso ahora
mismo—. Suspiró, ante una hamburguesa grasienta de carne roja haciéndole la
boca agua.
—Tal vez venga
caminando por la calle.
Lali la miró de reojo
—Ya nos pelearemos por
eso.
—No eres rival para mí,
chica de ciudad. Mírate, temblando hasta morir en tu viejo abrigo.
—Sólo necesito
aclimatarme, —dijo Lali con un gruñido, mirando a una mujer y a su bebé
dinosaurio unirse al desfile. Una puerta se abrió y se cerró en alguna parte
detrás de ella, y se giró, pero nadie había entrado en la peluquería.
—¿Dónde está Pepo?
—Está en el desfile con
Sophie.
—¿De qué van?
—Búscalos. Es una
sorpresa.
Lali sonrió. Ella si
que tenía una sorpresa a punto de llegar. Se había tenido que levantar
realmente temprano esa mañana, pero si todo iba según su plan, su negocio
despegaría.
Un segundo camión se
movió lentamente con un gran caldero humeante y una bruja chillando en su
cubierta. A pesar de la cara negra y el pelo verde, la bruja le parecía
ligeramente familiar.
—¿Quién es esa bruja?—
preguntó Lali.
—Hmm. Oh, es Neva.
¿Recuerdas a Neva Miller?
—Por supuesto—. Neva
había sido salvaje y escandalosa. Había alucinado a Lali con historias de
licores robados, cazuelas humeantes y sexo con la selección de fútbol. Y Lali
había absorbido cada palabra. Se inclinó hacia Cande y murmuró, — ¿Recuerdas
cuando nos contó que le hacía una mamada a Roger Bonner mientras él llevaba la
motora que arrastraba a su hermano pequeño haciendo esquí acuático? ¿Y que
nosotras no sabíamos lo que era hasta que nos lo detalló gráficamente?
—Si, y deberías
callarte—. Cande apuntó hacia el hombre que conducía el camión—. Ese es su
marido, El Reverendo Jim.
—¿Reverendo? ¡Demonios!
—Si, se salvó o renació
o lo que sea. El reverendo Jim predica en esa pequeña iglesia de la calle
setenta.
—Es Reverendo Tim,
—corrigió una voz dolorosamente familiar directamente detrás de Lali.
Lali gimió mentalmente.
Era tan típico de Peter acercarse a hurtadillas a ella cuando menos se lo
esperaba
—¿Cómo sabes que es
Tim?— quiso saber Cande.
—Construimos su casa
hace unos años—. La voz de Peter era baja, como si no la hubiera usado mucho
esa mañana.
—Oh, creí que tal vez,
había pedido por tu alma.
—No. Mi madre ya pide
por mi alma.
Lali lo miró
rápidamente por encima del hombro.
—Tal vez deberías
peregrinar a Lourdes, o a ese santuario en Nuevo México.
Una sonrisa fácil curvó
la boca de Peter. Llevaba una gruesa sudadera con capucha sobre su cabeza;
Blancas cuerdas colgaban sobre su pecho. Su pelo estaba retirado de su cara.
—Tal vez — fue todo lo
que dijo.
Lali miró el desfile
otra vez. Levantó los hombros y enterró la nariz fría en el cuello de su
abrigo. No había nada peor que ser el cebo de Peter y eso la hacía preguntarse
porque no se metía con ella. Lo había visto muy poco desde el día que había
golpeado la puerta trasera de su negocio. Tácitamente, se evitaban el uno al
otro.
—¿De dónde vienes?—
preguntó Cande.
—Hacía unas cuantas
llamadas desde la oficina. ¿Pasó Sophie?
—Todavía no.
Cuatro niños
disfrazados de violentos jugadores de hockey pasaron después de los Roller
Blades y seguidos de cerca por Tommy Markham que llevaba a su esposa. Helen
estaba vestida de Lady Godiva, y en una puerta del coche había un letrero en el
que se leía un anuncio de la peluquería de Helen. La calidad por diez dólares.
Helen hacía gestos con las manos y tiraba besos a la gente, y en su cabeza
tenía una corona de diamantes falsos que Lali reconoció perfectamente.
Lali dejó caer los
hombros y mostró la mitad inferior de su cara.
—¡Eso es patético!
Todavía lleva su corona.
—Se la pone cada año
como si fuera la reina de Inglaterra o algo por el estilo.
—¿Recuerdas lo que hizo
en la campaña para ganarla, diciendo que yo iba contra las reglas? ¿Y como ganó
porque en la Escuela no la descalificaron? Esa corona debería ser mía.
—¿Todavía te pones como
loca por eso?
Lali cruzó los brazos
sobre su pecho.
—No—. Pero era así. Estaba irritada consigo misma
por que Helen aún tuviera poder para cabrearla después de tantos años. Lali
estaba helada, posiblemente neurótica y muy consciente del hombre de pie detrás
de ella. Demasiado consciente. No tenía ni que volverse para saber lo cerca que
estaba. Lo podía sentir como una gran pared humana.
Pero hubo un tiempo en
el que Peter había recorrido el desfile en su bicicleta como un enloquecido
jinete y había terminado con puntos en la parte superior de su cabeza, siempre
había ido de pirata. Y cada vez que lo había visto con su parche en el ojo y su
espada falsa, sus manos se habían puesto húmedas y pegajosas. Una reacción
extraña en vista de que normalmente la llamaba ridícula.
Ella giró la cabeza y
lo miró otra vez, con su pelo oscuro recogido en una cola de caballo y un
pequeño aro de oro en la oreja. Todavía parecía un pirata, y ella notaba un
pequeño temblor caliente en el estómago.
—No vi tu coche en el
aparcamiento, —dijo él, sus ojos fijos en los suyos.
—Hum, No. Lo tiene
Steve.
Un ceño frunció su
frente.
—¿Steve?
—Steve Ames. Trabaja
para ti.
—¿Un jovencito con el
cabello rubio teñido?
—No es un jovencito
—Ya—. Peter cambió su
peso de pie e inclinó la cabeza ligeramente a un lado—. Seguro que no lo es.
—De todas maneras es
muy simpático.
—Es un muñequito.
Lali lo volvió a mirar.
—¿Crees que Steve es un
muñequito?
Cande miró de Peter a Lali.
—Sabes que te quiero,
pero chico, ese tío hace que toca la guitarra que alucinas.
Lali metió las manos en
los bolsillos y miró pasar a la Bella Durmiente, a Cenicienta y Hershey's Kiss[2]. Era
cierto. Había salido con él dos veces y lo hacía con todo tipo de música.
Nirvana. Metal Head. Mormon tabernacle choir. Steve lo “tocaba” todo, y era demasiado bochornoso. Pero era lo más parecido a un novio que tenía,
aunque no lo llamaría así. Era el único hombre disponible que le había hecho
caso desde que había llegado a Truly.
Con excepción de Peter.
Pero él no estaba disponible. No para ella. Lali se inclinó hacia adelante para
recorrer con la mirada la calle y vio a su Miata doblar la esquina. Steve
conducía el coche deportivo con una mano, con su pelo corto y teñido y rematado
en una especie de cresta. Dos adolescentes iban sentadas como reinas de belleza
detrás de él, mientras otra más saludaba con la mano desde el asiento del
copiloto. Su pelo estaba cortado y peinado haciéndolas parecer modelos que
acabaran de salir hacía un momento de una revista para adolescentes. Suave,
suelto y fluido. Lali había recorrido la escuela secundaria, buscando chicas
que no fueran populares ni animadoras. Había buscado chicas comunes, a quienes
podría arreglar hasta que tuvieran una apariencia fantástica.
Las había encontrado la
semana pasada. Después de recibir la aprobación de sus madres, las había
peinado a todas esa mañana. Las tres eran geniales para dar publicidad a su
peluquería. Y por si las chicas no fueran suficiente, Lali había colocado un
letrero en la puerta del coche que ponía: “The cutting edge” cortes de pelo a
diez dólares.
—Eso va a volver loca a
Helen —masculló Cande.
—Espero que sí.
Una colección de
cosechadores sombríos, hombres lobos y muertos vivientes pasó, luego iba un
Chevy del cincuenta y siete con Pepo al volante. Lali le echó un vistazo a su
pelo oscuro engominado y estalló en carcajadas. Llevaba puesta una camiseta
blanca ceñida con un paquete de cigarrillos metido dentro la manga corta. En el
asiento de al lado se sentaba Sophie con su pelo en una cola de caballo, lápiz
de labios rojo brillante, y gafas de sol estilo años sesenta. Hacía globos con
un chicle y se acomodaba dentro de la gran chaqueta de cuero de Peter.
—Tío Peter — gritó y le
tiró un beso.
Lali oyó su risa
profunda poco antes de que Pepo revolucionase al máximo el gran motor para la
gente. El antiguo coche se estremeció y retumbó, y luego como broche final,
petardeó.
Lali alarmada, se dio
bruscamente la vuelta y chocó contra la pared inamovible del pecho de Peter.
Sus grandes manos la agarraron por los brazos, y cuando lo miró, su pelo rozó
su barbilla.
—Lo siento — masculló.
Sus manos se tensaron,
y a través del abrigo sintió sus dedos largos apretar la manga de lana. Su
mirada estaba fija en sus mejillas, luego bajó hasta su boca.
—No es nada —dijo, y
ella notó la caricia de sus pulgares en la parte de atrás de sus brazos.
Su mirada volvió a la
de ella otra vez, y había algo ardiente e intenso cuando la miró. Como si él
quisiera darle uno de esos besos que minaban su resistencia. Como si fuesen
amantes y la cosa más natural del mundo fuera que ella pusiera una mano detrás
de su cabeza y acercara su boca a la suya. Pero no eran amantes. Ni siquiera
eran amigos. Y al final él dio un paso atrás y dejó caer las manos a los
costados.
Ella se dio la vuelta y
aspiró profundamente. Podía sentir su mirada fija en la espalda, y como el aire
entre ellos se llenaba de tensión. Era tan fuerte que estaba segura que todo el
mundo alrededor de ellos lo podía sentir también. Pero cuando miró a Cande, su
amiga hacía gestos con las manos como una loca a Pepo. Cande no se había
enterado de nada.
Peter le dijo algo a Cande
y Lali sintió más que oyó su marcha. Dejó escapar la respiración que ni si
quiera sabía que estaba conteniendo. Miró por encima del hombro una última vez
y le vio entrar en el edificio detrás de ellas.
—¿No es lindo?
Lali miró a su amiga y
negó con la cabeza. De ninguna manera se le pasaba por la imaginación que Peter
Lanzani fuese lindo. Era fuego. Cien por cien, pura testosterona que
hacia babear.
—Lo ayudé a arreglarse
el pelo esta mañana.
—¿A Peter?
—A Pepo.
Se le encendió la
bombilla.
—Oh.
—¿Por qué arreglaría el
pelo a Peter?
—Lo dije sin pensar.
¿Vas a la fiesta en el Grange esta noche?
—Probablemente.
Lali miró su reloj.
Sólo tenía unos minutos antes de su cita de la una. Se despidió de Cande y pasó
el resto de la tarde con tres tintes y dos permanentes.
Cuando terminó el día,
rápidamente barrió el pelo cortado de la última chica, cogió su abrigo y subió
a su apartamento. Tenía planes para encontrarse con Steve en la fiesta de
disfraces que se celebraba en el vestíbulo del viejo Grange. Steve había
encontrado un uniforme de policía en alguna parte, y desde que él tuvo la
intención de disfrazarse de policía, les pareció que lo mejor era que ella lo
hiciera de prostituta. Ya tenía la falda y las medias de rejilla, y había
encontrado una boa de plumas rosa con
esposas a juego en el pasillo de regalos de la tienda de Howdy.
Lali metió la llave en
la cerradura y advirtió un sobre blanco al lado de su bota negra. Tuvo el mal
presentimiento de que sabía lo que era antes de que lo abriera. Lo abrió y sacó
una hoja blanca de papel con tres palabras mecanografiadas: VETE DEL PUEBLO,
decía esta vez. Arrugó la nota en su puño y miró por encima del hombro. El
aparcamiento estaba vacío por supuesto. Quienquiera que hubiera dejado el sobre
lo había hecho mientras Lali estaba en la peluquería. Había sido tan fácil.
Lali volvió sobre sus
pasos por el estacionamiento y dio un golpe en la puerta trasera de Construcciones
Lanzani. El Jeep de Peter no estaba.
La puerta se abrió y la
secretaria de Peter, Ann Marie, salió.
—Hola — empezó Lali—. Me
preguntaba si podrías haber visto a alguien aquí atrás hoy.
—Los basureros vaciaron
el contenedor esta tarde.
Lali dudaba que hubiera
disgustado a los basureros.
—¿Y a Helen Markham?
Ann Marie negó con la
cabeza.
—No la vi hoy.
Eso no significaba que
Helen no hubiera dejado la nota. Después de la participación de Lali en el
desfile, Helen debía estar lívida.
—De acuerdo, gracias.
Si ves a alguien por aquí que no debería estar, ¿me lo harás saber?
—Claro. ¿Ocurrió algo?
Lali metió la nota en
el bolsillo del abrigo.
—No, no exactamente.
El vestíbulo del viejo
Grange estaba decorado con pacas de heno, papel crepé negro y naranja, y
calderos llenos de hielo seco. Un camarero de Mort’s servía cerveza o refrescos en un extremo, y una
banda de música country tocaba en el otro. Las edades de los asistentes a la
fiesta de Halloween iba desde adolescentes demasiado mayores para hacer el
Truco-o-trato hasta Wannetta Van Damme, que estaba con los dos veteranos que
quedaban de la Guerra Mundial.
Cuando Lali llegó, la
banda estaba tocando su primera pieza. Se había vestido con una falda negra de
raso, un corsé a juego, y ligueros negros. La chaqueta de raso a juego la había
dejado en casa. Sus tacones negros elevaban sus talones doce centímetros, y se
había pasado veinte minutos asegurándose que la raya de sus medias subía recta
por la parte de atrás de sus piernas. Su boa de plumas rodeaba su cuello y las
esposas estaban sujetas en la cinturilla de su falda. Excepto por su
atormentado pelo y su grueso rimmel, la mayor parte de sus esfuerzos estaban
ocultos por su abrigo de lana.
No quería nada más que
volver a casa y caer de cabeza en la cama. No había pensado en otra cosa.
Estaba segura de que la nota era de Helen y estaba más molesta de lo que le
gustaba admitir. Seguro, había azuzado tanto a Helen. Se había escondido en el
contenedor y había rebuscado en su basura, pero eso era diferente. No le había
dejado notas psicóticas. Si Lali no hubiera quedado con Steve, estaría ahora
mismo con su camisón favorito de franela, después de un baño caliente lleno de
burbujas.
Lali desabotonó su abrigo
mientras su mirada examinaba como un escáner la gente disfrazada con una gran
variedad de trajes interesantes. Vio a Steve bailando con una hippie a la que
echaba aproximadamente veinte años. Hacían buena pareja. Sabía que Steve veía a
más mujeres además de ella y no le molestaba. A veces, era una buena compañía
cuando necesitaba salir del apartamento. Y también era una persona excelente.
Decidió dejarse el
abrigo mientras se abría camino entre la gente. Pasó a duras penas entre dos
caraconos y una sirena y casi tropezó con un Trekkie cubierto de un leve
maquillaje amarillo.
—Hola, Lali —dijo por
encima del sonido de la música—. Oí que habías vuelto.
La voz sonaba vagamente
familiar y obviamente la conocía. Pero no caía. Su pelo estaba echado hacia
atrás con laca negra, y llevaba un uniforme rojo y negro con un símbolo que
parecía una A en su pecho. Nunca había visto Star Trek y francamente no
entendía la atracción.
—Ah, Sí. Volví en
junio.
—Wes dijo eso cuando
entraste.
Lali miró fijamente a
los ojos tan claros que apenas eran azules.
—Oh, Dios mío —se quedó
sin aliento—. ¡Scooter!— Solamente había una cosa más espeluznante que un
Finley. Un Finley disfrazado de Trekkie.
—Si, soy yo. Cuanto
tiempo—. El maquillaje de Scooter se abría en su frente, y su elección de color
hacía amarillos sus dientes—. Te veo muy bien — continuó, inclinando la cabeza
como una de esas muñecas chinas de madera.
Lali recorrió con la
mirada el área para que alguien la rescatase.
—Si, tú también
Scooter, — mintió. No veía a nadie conocido y su mirada volvió a él otra vez—. ¿Qué
has estado haciendo últimamente?— preguntó, entablando una conversación ligera
hasta que pudiera escapar.
—Wes y yo tenemos un
criadero de peces en Garden. Se lo compramos a la vieja novia de Wes después de
que ella se escapase con un camionero. Vamos a hacer una fortuna vendiendo
barbos.
Lali sólo podía mirarlo.
—¿Tienes un criadero de
peces?
—Sí. ¿De dónde crees
que viene el barbo fresco?
¿Qué barbo fresco? Lali no recordaba ver
barbo en ningún mostrador del pueblo.
—¿Y hay una gran
demanda por aquí?
—Todavía no, pero Wes y
yo pensamos que con el E . coli y la gripe del pollo, en el pueblo se
comenzará a comer pescado—. Él miró su taza roja y tomó un largo sorbo—. ¿Estás
casada?
Normalmente odiaba esa
pregunta, pero no podía más que darse cuenta de que obviamente Scooter era
incluso más tonto de lo que recordaba.
—Ah, No. ¿Y tú?
—Divorciado dos veces.
—Buen número —dijo
negando con la cabeza y encogiendo los hombros—. Hasta luego, Scooter—. pasó por su lado, pero él continuó.
—¿Quieres una cerveza?
—No, tengo que reunirme
con alguien.
—Avísala.
—No es ella.
—Ah—. vaciló y dijo—. Hasta
luego, Lali. Tal vez te llame alguna vez.
Su amenaza la podría
haber asustado si estuviera apuntada en la guía telefónica. Se abrió paso entre
un grupo de punkis, al final de la pista de baile. Abraham Lincoln le preguntó
si quería bailar, pero se negó. Su cabeza comenzaba a latir y quería irse a
casa, pero creía que se lo debía a Steve por salir con ella. Lo vio con Cleopatra
esta vez, haciendo que tocaba en la guitarra a Wynonna Judd “No one else on
Heart”.
Sus ojos se
entrecerraron y apartó la vista de Steve. Podía ser sumamente bochornoso
algunas veces. Su mirada se detuvo en una familiar pareja disfrazada de años
cincuenta y la novia llevaba una falda de vuelo. Entre la gente que bailaban, Lali
observó como Cande daba la vuelta alrededor de Pepo volviendo a ponerse delante
otra vez. La apretó contra su pecho y la inclinó hasta que su coleta rozó el
suelo. Lali sonrió y su mirada se movió a la pareja más cercana a Cande y Pepo.
Nadie podía confundir al hombre alto que hacía girar a su sobrina. Hasta donde Lali
podía ver, la única concesión de Peter a la fiesta era su txapel, su
boina vasca. Llevaba pantalones vaqueros y una camisa color café claro. Incluso
sin disfraz, él parecía un pirata, con la boina negra jalada sobre su frente.
Por primera vez desde
que se había mudado, Lali deseó de verdad ser parte de una familia otra vez. No
de una familia controladora y superficial como la de ella, sino una familia
real. Una familia que se reía, bailaba y se amaba sin condiciones.
Lali se giró y se topó
con Elvis.
—Permiso —dijo y cuando
miró hacia arriba vió la cara de Tommy Markham con patillas falsas.
Tommy miró de ella a la
mujer a su lado. Helen iba todavía de Lady Godiva, y todavía tenía la corona en
su cabeza.
—Hola, Lali —saludó
ella, con una sonrisa presumida en su cara como si fuera superior. El tipo de
sonrisa “besa mi culo” que le había mostrado desde primer grado.
Lali estaba demasiado
cansada para fingir un civismo que no sentía. El dolor de cabeza, y la sonrisa
estúpida de Helen fueron el detonante.
—¿Te gustó mi parte del
desfile?
La sonrisa de Helen
desapareció.
—Patética, pero
previsible.
—No tan patético como
tu peluca sarnosa y tu corona barata—. La música se detuvo cuando daba un paso
adelante y acercaba su cara a la de Helen—. Y si alguna vez me dejas otra nota
con amenazas, te la meteré por la nariz.
Las cejas de Helen
cayeron y parpadeó.
—Estás loca. Nunca te
dejé ninguna nota.
—Notas—. Lali no la
creyó ni por un segundo—. Hubo dos.
—No creo que Helen lo
hiciera.
—Cállate, Tommy — lo
interrumpió Lali sin apartar la mirada de su vieja enemiga—. Tus estúpidas
notas no me asustan, Helen. Estoy molesta más que cualquier otra cosa—. Hizo
una última advertencia antes de darse media vuelta, — Alejate de mí y cualquier
cosa que me pertenezca—. Luego giró y se apresuró a través de la gente,
esquivándola y sorteándola, con la cabeza doliéndole horrores. ¿Y si no era
Helen? Imposible. Helen la odiaba.
Llegó hasta la puerta
antes de que Steve la alcanzase.
—¿Dónde vas? —
preguntó, igualando su zancada con la de ella.
—A casa. Me duele la
cabeza.
—¿No puedes quedarte un
ratito?
—No.
Entraron en el
aparcamiento y llegaron al coche de Lali.
—Ni siquiera hemos
bailado.
En ese momento el
pensamiento de bailar con un hombre era demasiado perturbador para que le
gustara.
—No quiero bailar. He
tenido un día largo y estoy cansada. Me voy a la cama.
—¿Quieres compañía?
Lali miró su cara de
surfista y se rió silenciosamente.
—Buen intento—. Él se
inclinó hacia adelante para besarla, pero su mano en el pecho lo detuvo.
—De acuerdo — rió—. Tal
vez en otra ocasión.
—Buenas noches, Steve,
—dijo y se metió en el coche. De camino a casa, Lali se detuvo en el Value Rite
y compró un paquete gigante de Reese's[3], un
bote de Coca-Cola, y espuma de baño con olor a vainilla. Incluso después de un
baño caliente, contaba con estar en cama a las diez.
Nunca te dejé ninguna
nota.
Helen tenía que mentir. Por supuesto que no iba a admitir que escribió las
notas. No delante de Tommy.
¿Qué pasaba si no
mentía? El miedo estalló por primera vez, como una burbuja en su pecho, pero
trató de ignorarlo. Lali no quería pensar que el autor de la nota podría ser cualquiera
además de su vieja enemiga. Alguien que no conocía.
Cuándo aparcó en el
estacionamiento detrás de la peluquería, el Jeep de Peter estaba en la plaza
que le correspondía. Su silueta oscura estaba apoyada contra el guardafaros de
atrás, con una postura relajada. Los focos delanteros de su Miata se reflejaron
en su chaqueta de cuero cuando se separó del vehículo.
Lali apagó el motor del
coche y cogió la bolsa de la tienda de comestibles.
—¿Me estás siguiendo?
—preguntó saliendo del coche y cerrando la puerta.
—Por supuesto.
—¿Por qué?— Los tacones
de sus zapatos batieron la grava mientras iba hacia las escaleras.
—Cuéntame eso de las
notas—. Extendió la mano y cogió la bolsa de la tienda de su mano mientras
pasaba por su lado.
—Oye, puedo llevar eso —protestó
percatándose de que hacía mucho tiempo que un hombre se hubiera ofrecido a
llevarle nada. No es que Peter se hubiera ofrecido, por supuesto.
—Cuéntame lo de las
notas.
—¿Cómo lo supiste?— Él
la siguió subiendo las escaleras detrás ella, sus pisadas fuertes, hundía las
escaleras bajo las plantas de sus pies—. ¿Te lo dijo Ann Marie?
—No. Oí tu conversación
con Helen esta noche.
Lali se preguntó cuanta
gente más la habría oído. Su respiración formaba vaho delante de su cara cuando
rápidamente abrió la puerta. Como habría sido un gasto inútil de saliva, ni se
molestó en decir a Peter que no podía entrar.
—Helen me ha escrito un
par de notitas—. Entró en la cocina y encendió la luz.
Peter la siguió,
abriendo la cremallera de su chaqueta y llenando el estrecho lugar con su
tamaño y su presencia. Colocó la bolsa en el mostrador.
—¿Qué dicen?
—Léelas tú mismo—. Metió
la mano en el bolsillo de su abrigo y le dio el sobre que había metido allí
antes—. La otra ponía algo parecido a “te vigilo”—. Ella pasó rozándole y se movió hacia el
pequeño vestidor del dormitorio.
—¿Has llamado al
Sheriff?
—No—. Ella colgó el abrigo en el armario, luego
regresó—. No puedo probar que Helen es la que las manda, aunque estoy segura de
que es ella. Y además, las notas no son realmente amenazadoras, solamente
molestas—. Desde la puerta, le miró estudiar la nota en su mano. Su txapel le
hacía parecer un guerrero por la libertad.
—¿Dónde encontraste
esto?
—Debajo de la puerta.
—Todavía tienes la
otr…— la miró de arriba abajo y se interrumpió en medio de la frase. Sus ojos
se abrieron un poco, luego su mirada la recorrió del pelo a los tacones. Por
primera vez en su vida, había dejado mudo a Peter. Cuando iba disfrazada de
prostituta.
—¿Qué ocurre?
—Absolutamente nada.
—¿No tienes una pulla
ni un encantador comentario ofensivo?— Había tratado de quedarse perfectamente
quieta y callada, como si no pudiera sentir su mirada tocándola en todas
partes. Pero al final le había soltado eso y movió la boa de plumas para
cubrirse el escote que sobresalía sobre el corsé.
—Una.
—Por qué no estoy
sorprendida.
Él apuntó hacia su
cintura.
—¿Para qué son las
esposas?
—Lo sabes mejor que yo.
—Fierecilla —dijo, con
una sonrisa rapaz inclinando su boca —yo no necesito material extra para rematar
la faena.
Ella puso sus ojos en
blanco y miró al techo.
—Ahórrame los detalles
de tu vida sexual.
—¿Estás segura? Podrías
aprender algo bueno.
Ella cruzó los brazos
bajo sus pechos.
—Dudo que sepas algo
que quiera aprender—. Luego rápidamente agregó — Y no fue un desafío.
Su risa suave llenó la
corta distancia entre ellos.
—Fue un desafío, Lali.
—Lo que tú digas—. Él
dio un paso hacia ella, y ella colocó su mano como un policía de tráfico—. No
quiero hacer nada contigo, Peter. Creía que subiste para echarle un vistazo a
la nota de Helen.
—Lo hice—. Él se detuvo
cuando su palma golpeó su pecho. El frío cuero contra su mano—. Pero haces
realmente duro que uno piense en otra cosa que no sean tus cremalleras.
—Eres un adulto. Trata
de concentrarte—. Lali dejó caer la mano y pasó ante él hacia la nevera—. ¿Quieres
una cerveza?
—Claro.
Quitó las tapas, luego
le dio una cerveza de calabaza que había comprado en el microbrewery. Él miró
el brebaje como si realmente no supiera qué hacer con él.
—Está realmente bueno —
lo animó y tomó un gran trago.
Peter puso la cerveza
en sus labios, y sus ojos verdes la miraron sobre la parte superior de la
botella mientras tomaba un trago. Inmediatamente bajó la cerveza y se pasó el
revés de la mano por la boca—. ¡Jesus, María y José! ¡Qué mierda!.
—A mi me gusta—. Ella
sonrió y tomó un trago más largo.
—¿Tienes cerveza de
verdad?— Él colocó la botella y la nota en el mostrador.
—Tengo una cerveza de
frambuesa.
Él la miró como si
estuviera sugiriendo un filete de criadillas.
—¿Tienes una Bud?
—No. Pero tengo una
Coca-Cola en esa bolsa—. indicó con su botella la bolsa de plástico, después de
cogerla Peter pasó a la sala de estar.
—¿Dónde encontraste la
primera nota?— la llamó.
—En la peluquería—. Encendió
una luz encima del estéreo, luego otra encima de la mesa al lado del sofá—. En
realidad, la encontraste tú.
—¿Cuándo?
—El día que me
cambiaste las cerraduras—. Lo miró por encima del hombro después de tirar de la
cadenilla de la lámpara. Peter permaneció en el centro del cuarto bebiendo de
la Coca-Cola que ella había comprado en el Value Rite—. ¿Lo recuerdas?
Él bajó la botella y
chupó una gota oscura de su labio inferior.
—Perfectamente.
Inesperadamente, el
recuerdo de sus labios presionando los de ella y la textura de su piel caliente
bajo sus manos inundó sus sentidos.
—Hablaba de la nota.
—Yo también.
Él no lo hacía.
—¿Por qué crees que es
cosa de Helen?
Lali estaba sentada en
el sofá, asegurándose cuidadosamente de que su falda de raso no se deslizara
entre sus piernas y la hiciera parecer una estrella del porno.
—¿Quién más podría ser?
Él colocó la Coca-Cola
sobre la mesa de café y se encogió de hombros.
—¿Quién más quiere que
te vayas?
Lali no podría pensar
en nadie además de Peter y toda su familia.
—Tú.
Él puso su chaqueta en
el brazo del sofá y la miró desde debajo de sus cejas.
—¿Realmente crees eso?
En realidad no.
—No lo sé.
—¿Si crees eso, que
amenazo anónimamente a las mujeres, por qué me has dejado entrar en tu
apartamento?
—¿Hubiera podido
detenerte?
—Tal vez, pero no dejé
esas notas y lo sabes—. Se sentó al lado de Lali y se inclinó hacia adelante
para apoyar los codos sobre las rodillas. Se había remangado las mangas de su
camisa en los antebrazos, y llevaba un reloj con la negra correa gastada—. Alguien
está realmente cabreado contigo. ¿Le has cortado el pelo mal a alguien
últimamente?
Sus ojos se
entrecerraron, y colocó su cerveza de calabaza en la mesa para café con un
fuerte golpe.
—Ante todo, Peter,
nunca corto mal el pelo. Y en segundo lugar, ¿qué crees, que algún psicópata
enfadado me deja notas porque le corté de más el flequillo o le ricé demasiado
el pelo?
Peter la miró por
encima del hombro y rió. Comenzó muy bajo y se incrementó, alimentando el
temperamento de Lali.
—¿Porqué estás tan
cabreada?
—Me has insultado.
Él colocó una mano
inocente en la parte delantera de su camisa, empujando la tela suave a un lado
y dejando expuesta un trozo de pecho moreno.
—No lo hice.
Lali levantó la mirada
hacia sus ojos divertidos.
—Claro que sí.
—Lo siento—. Luego estropeó
la disculpa añadiendo un insulto a la frase — Fierecilla.
Ella le pellizcó el
brazo.
—Imbécil.
Peter agarró su muñeca
y la apretó contra él.
—¿Nadie te ha dicho que
pareces una prostituta realmente buena?
El perfume del jabón
del sándalo y la piel caliente llenó sus sentidos. Sus dedos firmes
cosquillearon como alfileres por el interior de su brazo, y ella trató de
apartarse. La dejó volverse sólo para agarrarle la boa con ambas manos y
acercarla más. Su nariz chocó con la suya y se sintió atrapada por su mirada
verde. Ella abrió la boca para decir algo punzante y sarcástico, pero su
cerebro y su voz la traicionaron y lo que salió en su lugar fue un suspiro
— Joder, gracias, Peter. Apuesto a que le dices eso a
todas tus mujeres.
—¿Eres una de ellas? —preguntó
justo encima de su boca, manteniéndola quieta con nada más que la boa de plumas
rosas y su voz.
Ella no creía habérselo
dicho en ese sentido, ni nada por el estilo...
—No. Sabes que nunca
podremos estar juntos.
—Quizá no deberías
decir nunca—. Las plumas le rozaron la mejilla y el cuello cuando levantó una
mano a la parte superior del corsé—. Tu corazón late muy deprisa.
—Tengo la tensión alta—.
Sus párpados eran pesados y se tocó el labio inferior con la punta de la
lengua.
—Siempre fuiste una
mentirosa realmente mala—. Luego, antes de que Lali supiese cómo ocurrió,
estaba en el regazo de Peter y su boca estaba sobre la de ella, en un beso que
comenzó suave y dulce pero que rápidamente hizo pedazos la patética resistencia
de Lali. Él llevó una mano detrás de su cabeza, la otra sobre su muslo,
acariciando sus medias negras. Su lengua resbaladiza acarició la suya,
urgiéndola a ser más cálida, a responder más apasionadamente, y ella le
devolvió el beso enviando un estremecimiento de brutal lujuria a través de
ellos. Ella deslizó sus manos por su cuello y quitó la goma elástica de su cola
de caballo. La boina cayó de su cabeza
cuando metió sus dedos entre su frío y fino pelo. Ella sintió sus dedos encima
de su liguero por el borde de la falda, dibujando una línea de fuego ardiente
entre sus muslos y llenando su abdomen de un hambre intenso. Luego sus dedos se
sumergieron bajo el elástico negro y asieron su piel desnuda. Ella metió una
mano dentro del cuello abierto de su camisa y tocó su hombro cálido, sus
músculos duros, pero no era suficiente y abrió los botones hasta que su camisa
estuvo abierta. Él era duro y suave, su piel estaba caliente y ligeramente
húmeda. Bajo su bragueta, su erección gruesa se presionaba contra ella que se
retorció más en su regazo. Sus dedos se metieron entre sus muslos, y ella
sintió su intenso gemido contra la palma de la mano.
Él movió una mano a su
cintura, y sus dedos firmes se metieron apretadamente a través del raso
delgado. Un gemido surgió del pecho de Lali mientras su palma se deslizaba
hacia arriba, sobre su pecho, hacia su garganta. Sus nudillos acariciaron la
clavícula y el borde del escote. Luego él deslizó su sensual boca hasta su
garganta y su mano dentro del corsé de raso. Él acunó su pecho desnudo, y Lali
se arqueó, presionando su pezón duro contra su palma caliente. Sus manos se
movieron hacia su hombro, y ella asió la suave tela de su camisa con los puños
cerrados.
Le dolía por todas
partes y, con el último jirón de cordura murmuró
— Peter, tenemos que
detenernos.
—Lo haremos, — murmuró
mientras empujaba el corsé prácticamente a su cintura y bajaba la cabeza. Él
rozó sus labios en la punta rosada de su pecho, luego la chupó con su boca, con
su lengua caliente, mojada e implacable. Su ancha y cálida mano se metió entre
sus muslos y él presionó la palma contra su carne sensible. A través de sus
húmedas bragas de algodón, sus dedos la sintieron, y ella apretó las piernas,
cerrando la mano en su entrepierna. Los ojos Lali se cerraron y su nombre
escapó de sus labios, en parte gemido y en parte suspiro. Era el sonido de la
necesidad y el deseo. Deseaba que él le hiciera el amor. Quería notar su cuerpo
desnudo presionando el de ella. No tenía nada que perder salvo el amor propio.
¿Pero qué era un poco de amor propio comparado con un orgasmo de gran calidad?
Luego su boca se apartó
y el aire fresco rozó su pecho. Ella se forzó a abrir los ojos y prestar
atención a su fogosa mirada sobre su reluciente pezón. Él deslizó su mano de
sus muslos y cogió el final de su boa, deslizándola lentamente sobre su cuerpo
sensible.
—Dime que me deseas.
—¿No es obvio?
—Dilo de todas maneras—.
Él miró hacia arriba, sus ojos llenos de lujuria y determinación—. Dilo—. La
boa pasó otra vez suavemente sobre sus pechos.
Lali suspiró.
—Te deseo.
Su mirada rozó su cara
y se detuvo en su boca. Le dio un beso suave en los labios y tiró del corsé
poniéndolo en su lugar, cubriéndole los pechos otra vez.
No iba a hacer el amor
con ella. Por supuesto que no lo haría. Tenía bastante más que perder que ella.
—¿Por qué seguimos
haciéndonos esto?— preguntó ella cuando él levantó su boca—. Nunca quiero que
pase, pero siempre ocurre lo mismo.
—¿No lo sabes?
—Desearía saberlo.
—Tenemos un asunto
pendiente.
Ella respiró
profundamente y se apoyó contra él.
—¿De qué hablas? ¿Qué
asunto pendiente?
—Esa noche en Angel
Beach. Nunca pudimos terminar lo que empezamos antes de que huyeras.
—¿Huir?— Ella bajó las
cejas y las volvió a subir—. No tuve ninguna opción.
—Tenías opciones y
elegiste una. Te fuiste con Henry.
Con toda la dignidad
posible dada las circunstancias, Lali se levantó de su regazo. Le faltaba el
zapato izquierdo y su boa estaba prendida dentro del corsé—. Me fui porqué me
estabas utilizando.
—¿Cuando exactamente?—
Se levantó e inclinó sobre ella—. ¿Cuándo me rogabas que te tocara?
Lali tiró de su falda
hacia abajo.
—Cállate.
—¿O cuándo mi cabeza
estaba entre tus piernas?
—Cállate, Peter—. Tiró
bruscamente de la boa para liberarla—. Sólo querías humillarme.
—No digas estupideces.
—Me estabas usando para
vengarte de Henry.
Él se inclinó hacia
atrás y su mirada se entrecerró.
—Nunca te usé. Te dije
que no te preocuparas y que te cuidaría, pero me miraste como si fuera una
especie de violador y te fuiste con Henry.
Ella no lo creyó.
—Nunca te miré como si
fueras un violador, y recordaría cualquier palabra agradable. Pero no la
dijiste.
—Lo hice, pero
preferiste irte con el viejo. Y tal y como yo lo veo, tienes una deuda conmigo.
Ella recogió su
chaqueta de detrás del sofá y se la lanzó.
—No te debo nada.
—Será mejor que no
estés cerca de mí después del cuatro de junio, de otra manera me cobraré la
deuda que tienes conmigo desde hace diez años—. Se puso la chaqueta y caminó
hacia la puerta—. Y pagar las deudas es
una putada, Fierecilla.
Lali miraba la puerta
cerrada cuando oyó el ruido del Jeep en el callejón. Su cuerpo todavía ardía
por sus caricias, y el pensamiento de algún tipo de deuda sexual no sonaba
demasiado mal. Se dirigió a la sala y recogió la txapel de Peter del
piso. Se la puso en la nariz. Olía a cuero y a la lana y a Peter.
maas me encantttaaa
ResponderEliminares buenisima tu novela no entiendo porque no hay muchas firmas!a mi me encanta y espero que no dejaras de subirla! besos
ResponderEliminarNaty
me encanta amiiiiiiiiiiga! Más más más más más !
ResponderEliminarSubi maaaaaaaas please!!!
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