martes, 22 de mayo de 2012

Cap 12

Holaaa!!!! Aqui dejo el cap de hoy!! Bueno la verdad que no entiendo si es que no firman porque no les gusta mucho o que, pero mil gracias a las que si lo hacen!!! :D Besotess


Capítulo Doce



—La masa— vociferó el orador desde el metro y medio de altura del Dodge del Alcalde Tanasee. Unas falsas telas de araña envolvían el camión y dos lápidas sepulcrales hacían de cama. El Dodge recorría Main Street con brujas y vampiros, payasos y princesas, arrastrándose detrás. La charla excitada de fantasmas y duendes mezclados con la música inauguraban el Desfile Anual de Halloween.
Lali estaba parada delante de la peluquería viéndolos pasar. Tembló y se acurrucó más en su abrigo verde de lana con grandes botones brillantes. Estaba helada, no como Cande que estaba a su lado con una sudadera GAP y un par de guantes de algodón. El periódico había hecho una predicción de una temperatura inusual para el último día en octubre. Se suponía que la temperatura iba a subir hasta unos maravillosos cuatro grados y medio.
De niña, a Lali le encantaba el desfile de Halloween. Le habían encantado los disfraces y marchar por el pueblo hacia el gimnasio de la escuela secundaria donde el concurso de disfraces empezaría. Nunca había ganado, pero de cualquier forma le había encantado. Le había dado la oportunidad de vestirse como quería y pintarrajearse. Se preguntó si todavía servían sidra y donuts glaseados y si el nuevo alcalde repartía pocas bolsas de caramelo como había hecho Henry.
—¿Recuerdas cuándo estábamos en sexto grado y rasuraste nuestras cejas y nos vestimos de asesinos psicóticos y teníamos sangre saliendo en chorritos de nuestros cuellos?— preguntó Cande al lado de Lali—. ¿Y tu madre se perdió un buen momento?
Lo recordaba muy bien. Su madre le había hecho un disfraz estúpido de novia del año. Lali había fingido que le encantaba el vestido, pero luego fue al desfile como un asesino mojado de sangre sin cejas. Recordándolo, no supo cómo había tenido el valor para hacer algo que sabía que enojaría a su madre.
El año siguiente Lali se había visto forzada a vestirse de pitufo.
—Mira a ese niño con su perro —dijo Lali, apuntando hacia un niño disfrazado de patatas de McDonald y su pequeño perro como sobrecito de ketchup. Había pasado mucho tiempo desde que Lali había ido a un McDonald—. Me muero por un cuarto de libra con queso ahora mismo—. Suspiró, ante una hamburguesa grasienta de carne roja haciéndole la boca agua.
—Tal vez venga caminando por la calle.
Lali la miró de reojo
—Ya nos pelearemos por eso.
—No eres rival para mí, chica de ciudad. Mírate, temblando hasta morir en tu viejo abrigo.
—Sólo necesito aclimatarme, —dijo Lali con un gruñido, mirando a una mujer y a su bebé dinosaurio unirse al desfile. Una puerta se abrió y se cerró en alguna parte detrás de ella, y se giró, pero nadie había entrado en la peluquería.
—¿Dónde está Pepo?
—Está en el desfile con Sophie.
—¿De qué van?
—Búscalos. Es una sorpresa.
Lali sonrió. Ella si que tenía una sorpresa a punto de llegar. Se había tenido que levantar realmente temprano esa mañana, pero si todo iba según su plan, su negocio despegaría.
Un segundo camión se movió lentamente con un gran caldero humeante y una bruja chillando en su cubierta. A pesar de la cara negra y el pelo verde, la bruja le parecía ligeramente familiar.
—¿Quién es esa bruja?— preguntó Lali.
—Hmm. Oh, es Neva. ¿Recuerdas a Neva Miller?
—Por supuesto—. Neva había sido salvaje y escandalosa. Había alucinado a Lali con historias de licores robados, cazuelas humeantes y sexo con la selección de fútbol. Y Lali había absorbido cada palabra. Se inclinó hacia Cande y murmuró, — ¿Recuerdas cuando nos contó que le hacía una mamada a Roger Bonner mientras él llevaba la motora que arrastraba a su hermano pequeño haciendo esquí acuático? ¿Y que nosotras no sabíamos lo que era hasta que nos lo detalló gráficamente?
—Si, y deberías callarte—. Cande apuntó hacia el hombre que conducía el camión—. Ese es su marido, El Reverendo Jim.
—¿Reverendo? ¡Demonios!
—Si, se salvó o renació o lo que sea. El reverendo Jim predica en esa pequeña iglesia de la calle setenta.
—Es Reverendo Tim, —corrigió una voz dolorosamente familiar directamente detrás de Lali.
Lali gimió mentalmente. Era tan típico de Peter acercarse a hurtadillas a ella cuando menos se lo esperaba
—¿Cómo sabes que es Tim?— quiso saber Cande.
—Construimos su casa hace unos años—. La voz de Peter era baja, como si no la hubiera usado mucho esa mañana.
—Oh, creí que tal vez, había pedido por tu alma.
—No. Mi madre ya pide por mi alma.
Lali lo miró rápidamente por encima del hombro.
—Tal vez deberías peregrinar a Lourdes, o a ese santuario en Nuevo México.
Una sonrisa fácil curvó la boca de Peter. Llevaba una gruesa sudadera con capucha sobre su cabeza; Blancas cuerdas colgaban sobre su pecho. Su pelo estaba retirado de su cara.
—Tal vez — fue todo lo que dijo.
Lali miró el desfile otra vez. Levantó los hombros y enterró la nariz fría en el cuello de su abrigo. No había nada peor que ser el cebo de Peter y eso la hacía preguntarse porque no se metía con ella. Lo había visto muy poco desde el día que había golpeado la puerta trasera de su negocio. Tácitamente, se evitaban el uno al otro.
—¿De dónde vienes?— preguntó Cande.
—Hacía unas cuantas llamadas desde la oficina. ¿Pasó Sophie?
—Todavía no.
Cuatro niños disfrazados de violentos jugadores de hockey pasaron después de los Roller Blades y seguidos de cerca por Tommy Markham que llevaba a su esposa. Helen estaba vestida de Lady Godiva, y en una puerta del coche había un letrero en el que se leía un anuncio de la peluquería de Helen. La calidad por diez dólares. Helen hacía gestos con las manos y tiraba besos a la gente, y en su cabeza tenía una corona de diamantes falsos que Lali reconoció perfectamente.
Lali dejó caer los hombros y mostró la mitad inferior de su cara.
—¡Eso es patético! Todavía lleva su corona.
—Se la pone cada año como si fuera la reina de Inglaterra o algo por el estilo.
—¿Recuerdas lo que hizo en la campaña para ganarla, diciendo que yo iba contra las reglas? ¿Y como ganó porque en la Escuela no la descalificaron? Esa corona debería ser mía.
—¿Todavía te pones como loca por eso?
Lali cruzó los brazos sobre su pecho.
—No—.  Pero era así. Estaba irritada consigo misma por que Helen aún tuviera poder para cabrearla después de tantos años. Lali estaba helada, posiblemente neurótica y muy consciente del hombre de pie detrás de ella. Demasiado consciente. No tenía ni que volverse para saber lo cerca que estaba. Lo podía sentir como una gran pared humana.
Pero hubo un tiempo en el que Peter había recorrido el desfile en su bicicleta como un enloquecido jinete y había terminado con puntos en la parte superior de su cabeza, siempre había ido de pirata. Y cada vez que lo había visto con su parche en el ojo y su espada falsa, sus manos se habían puesto húmedas y pegajosas. Una reacción extraña en vista de que normalmente la llamaba ridícula.
Ella giró la cabeza y lo miró otra vez, con su pelo oscuro recogido en una cola de caballo y un pequeño aro de oro en la oreja. Todavía parecía un pirata, y ella notaba un pequeño temblor caliente en el estómago.
—No vi tu coche en el aparcamiento, —dijo él, sus ojos fijos en los suyos.
—Hum, No. Lo tiene Steve.
Un ceño frunció su frente.
—¿Steve?
—Steve Ames. Trabaja para ti.
—¿Un jovencito con el cabello rubio teñido?
—No es un jovencito
—Ya—. Peter cambió su peso de pie e inclinó la cabeza ligeramente a un lado—. Seguro que no lo es.
—De todas maneras es muy simpático.
—Es un muñequito.
Lali lo volvió a mirar.
—¿Crees que Steve es un muñequito?
Cande miró de Peter a Lali.
—Sabes que te quiero, pero chico, ese tío hace que toca la guitarra que alucinas.
Lali metió las manos en los bolsillos y miró pasar a la Bella Durmiente, a Cenicienta y Hershey's Kiss[2]. Era cierto. Había salido con él dos veces y lo hacía con todo tipo de música. Nirvana. Metal Head. Mormon tabernacle choir. Steve lo “tocaba” todo, y era demasiado bochornoso. Pero era lo más parecido a un novio que tenía, aunque no lo llamaría así. Era el único hombre disponible que le había hecho caso desde que había llegado a Truly.
Con excepción de Peter. Pero él no estaba disponible. No para ella. Lali se inclinó hacia adelante para recorrer con la mirada la calle y vio a su Miata doblar la esquina. Steve conducía el coche deportivo con una mano, con su pelo corto y teñido y rematado en una especie de cresta. Dos adolescentes iban sentadas como reinas de belleza detrás de él, mientras otra más saludaba con la mano desde el asiento del copiloto. Su pelo estaba cortado y peinado haciéndolas parecer modelos que acabaran de salir hacía un momento de una revista para adolescentes. Suave, suelto y fluido. Lali había recorrido la escuela secundaria, buscando chicas que no fueran populares ni animadoras. Había buscado chicas comunes, a quienes podría arreglar hasta que tuvieran una apariencia fantástica.
Las había encontrado la semana pasada. Después de recibir la aprobación de sus madres, las había peinado a todas esa mañana. Las tres eran geniales para dar publicidad a su peluquería. Y por si las chicas no fueran suficiente, Lali había colocado un letrero en la puerta del coche que ponía: “The cutting edge” cortes de pelo a diez dólares.
—Eso va a volver loca a Helen —masculló Cande.
—Espero que sí.
Una colección de cosechadores sombríos, hombres lobos y muertos vivientes pasó, luego iba un Chevy del cincuenta y siete con Pepo al volante. Lali le echó un vistazo a su pelo oscuro engominado y estalló en carcajadas. Llevaba puesta una camiseta blanca ceñida con un paquete de cigarrillos metido dentro la manga corta. En el asiento de al lado se sentaba Sophie con su pelo en una cola de caballo, lápiz de labios rojo brillante, y gafas de sol estilo años sesenta. Hacía globos con un chicle y se acomodaba dentro de la gran chaqueta de cuero de Peter.
—Tío Peter — gritó y le tiró un beso.
Lali oyó su risa profunda poco antes de que Pepo revolucionase al máximo el gran motor para la gente. El antiguo coche se estremeció y retumbó, y luego como broche final, petardeó.
Lali alarmada, se dio bruscamente la vuelta y chocó contra la pared inamovible del pecho de Peter. Sus grandes manos la agarraron por los brazos, y cuando lo miró, su pelo rozó su barbilla.
—Lo siento — masculló.
Sus manos se tensaron, y a través del abrigo sintió sus dedos largos apretar la manga de lana. Su mirada estaba fija en sus mejillas, luego bajó hasta su boca.
—No es nada —dijo, y ella notó la caricia de sus pulgares en la parte de atrás de sus brazos.
Su mirada volvió a la de ella otra vez, y había algo ardiente e intenso cuando la miró. Como si él quisiera darle uno de esos besos que minaban su resistencia. Como si fuesen amantes y la cosa más natural del mundo fuera que ella pusiera una mano detrás de su cabeza y acercara su boca a la suya. Pero no eran amantes. Ni siquiera eran amigos. Y al final él dio un paso atrás y dejó caer las manos a los costados.
Ella se dio la vuelta y aspiró profundamente. Podía sentir su mirada fija en la espalda, y como el aire entre ellos se llenaba de tensión. Era tan fuerte que estaba segura que todo el mundo alrededor de ellos lo podía sentir también. Pero cuando miró a Cande, su amiga hacía gestos con las manos como una loca a Pepo. Cande no se había enterado de nada.
Peter le dijo algo a Cande y Lali sintió más que oyó su marcha. Dejó escapar la respiración que ni si quiera sabía que estaba conteniendo. Miró por encima del hombro una última vez y le vio entrar en el edificio detrás de ellas.
—¿No es lindo?
Lali miró a su amiga y negó con la cabeza. De ninguna manera se le pasaba por la imaginación que Peter Lanzani fuese lindo. Era fuego. Cien por cien, pura testosterona que hacia babear.
—Lo ayudé a arreglarse el pelo esta mañana.
—¿A Peter?
—A Pepo.
Se le encendió la bombilla.
—Oh.
—¿Por qué arreglaría el pelo a Peter?
—Lo dije sin pensar. ¿Vas a la fiesta en el Grange esta noche?
—Probablemente.
Lali miró su reloj. Sólo tenía unos minutos antes de su cita de la una. Se despidió de Cande y pasó el resto de la tarde con tres tintes y dos permanentes.
Cuando terminó el día, rápidamente barrió el pelo cortado de la última chica, cogió su abrigo y subió a su apartamento. Tenía planes para encontrarse con Steve en la fiesta de disfraces que se celebraba en el vestíbulo del viejo Grange. Steve había encontrado un uniforme de policía en alguna parte, y desde que él tuvo la intención de disfrazarse de policía, les pareció que lo mejor era que ella lo hiciera de prostituta. Ya tenía la falda y las medias de rejilla, y había encontrado una boa de plumas rosa  con esposas a juego en el pasillo de regalos de la tienda de Howdy.
Lali metió la llave en la cerradura y advirtió un sobre blanco al lado de su bota negra. Tuvo el mal presentimiento de que sabía lo que era antes de que lo abriera. Lo abrió y sacó una hoja blanca de papel con tres palabras mecanografiadas: VETE DEL PUEBLO, decía esta vez. Arrugó la nota en su puño y miró por encima del hombro. El aparcamiento estaba vacío por supuesto. Quienquiera que hubiera dejado el sobre lo había hecho mientras Lali estaba en la peluquería. Había sido tan fácil.
Lali volvió sobre sus pasos por el estacionamiento y dio un golpe en la puerta trasera de Construcciones Lanzani. El Jeep de Peter no estaba.
La puerta se abrió y la secretaria de Peter, Ann Marie, salió.
—Hola — empezó Lali—. Me preguntaba si podrías haber visto a alguien aquí atrás hoy.
—Los basureros vaciaron el contenedor esta tarde.
Lali dudaba que hubiera disgustado a los basureros.
—¿Y a Helen Markham?
Ann Marie negó con la cabeza.
—No la vi hoy.
Eso no significaba que Helen no hubiera dejado la nota. Después de la participación de Lali en el desfile, Helen debía estar lívida.
—De acuerdo, gracias. Si ves a alguien por aquí que no debería estar, ¿me lo harás saber?
—Claro. ¿Ocurrió algo?
Lali metió la nota en el bolsillo del abrigo.
—No, no exactamente.

El vestíbulo del viejo Grange estaba decorado con pacas de heno, papel crepé negro y naranja, y calderos llenos de hielo seco. Un camarero de Mort’s servía  cerveza o refrescos en un extremo, y una banda de música country tocaba en el otro. Las edades de los asistentes a la fiesta de Halloween iba desde adolescentes demasiado mayores para hacer el Truco-o-trato hasta Wannetta Van Damme, que estaba con los dos veteranos que quedaban de la Guerra Mundial.
Cuando Lali llegó, la banda estaba tocando su primera pieza. Se había vestido con una falda negra de raso, un corsé a juego, y ligueros negros. La chaqueta de raso a juego la había dejado en casa. Sus tacones negros elevaban sus talones doce centímetros, y se había pasado veinte minutos asegurándose que la raya de sus medias subía recta por la parte de atrás de sus piernas. Su boa de plumas rodeaba su cuello y las esposas estaban sujetas en la cinturilla de su falda. Excepto por su atormentado pelo y su grueso rimmel, la mayor parte de sus esfuerzos estaban ocultos por su abrigo de lana.
No quería nada más que volver a casa y caer de cabeza en la cama. No había pensado en otra cosa. Estaba segura de que la nota era de Helen y estaba más molesta de lo que le gustaba admitir. Seguro, había azuzado tanto a Helen. Se había escondido en el contenedor y había rebuscado en su basura, pero eso era diferente. No le había dejado notas psicóticas. Si Lali no hubiera quedado con Steve, estaría ahora mismo con su camisón favorito de franela, después de un baño caliente lleno de burbujas.
Lali desabotonó su abrigo mientras su mirada examinaba como un escáner la gente disfrazada con una gran variedad de trajes interesantes. Vio a Steve bailando con una hippie a la que echaba aproximadamente veinte años. Hacían buena pareja. Sabía que Steve veía a más mujeres además de ella y no le molestaba. A veces, era una buena compañía cuando necesitaba salir del apartamento. Y también era una persona excelente.
Decidió dejarse el abrigo mientras se abría camino entre la gente. Pasó a duras penas entre dos caraconos y una sirena y casi tropezó con un Trekkie cubierto de un leve maquillaje amarillo.
—Hola, Lali —dijo por encima del sonido de la música—. Oí que habías vuelto.
La voz sonaba vagamente familiar y obviamente la conocía. Pero no caía. Su pelo estaba echado hacia atrás con laca negra, y llevaba un uniforme rojo y negro con un símbolo que parecía una A en su pecho. Nunca había visto Star Trek y francamente no entendía la atracción.
—Ah, Sí. Volví en junio.
—Wes dijo eso cuando entraste.
Lali miró fijamente a los ojos tan claros que apenas eran azules.
—Oh, Dios mío —se quedó sin aliento—. ¡Scooter!— Solamente había una cosa más espeluznante que un Finley. Un Finley disfrazado de Trekkie.
—Si, soy yo. Cuanto tiempo—. El maquillaje de Scooter se abría en su frente, y su elección de color hacía amarillos sus dientes—. Te veo muy bien — continuó, inclinando la cabeza como una de esas muñecas chinas de madera.
Lali recorrió con la mirada el área para que alguien la rescatase.
—Si, tú también Scooter, — mintió. No veía a nadie conocido y su mirada volvió a él otra vez—. ¿Qué has estado haciendo últimamente?— preguntó, entablando una conversación ligera hasta que pudiera escapar.
—Wes y yo tenemos un criadero de peces en Garden. Se lo compramos a la vieja novia de Wes después de que ella se escapase con un camionero. Vamos a hacer una fortuna vendiendo barbos.
Lali sólo podía mirarlo.
—¿Tienes un criadero de peces?
—Sí. ¿De dónde crees que viene el barbo fresco?
¿Qué barbo fresco? Lali no recordaba ver barbo en ningún mostrador del pueblo.
—¿Y hay una gran demanda por aquí?
—Todavía no, pero Wes y yo pensamos que con el E . coli y la gripe del pollo, en el pueblo se comenzará a comer pescado—. Él miró su taza roja y tomó un largo sorbo—. ¿Estás casada?
Normalmente odiaba esa pregunta, pero no podía más que darse cuenta de que obviamente Scooter era incluso más tonto de lo que recordaba.
—Ah, No. ¿Y tú?
—Divorciado dos veces.
—Buen número —dijo negando con la cabeza y encogiendo los hombros—. Hasta luego, Scooter—.  pasó por su lado, pero él continuó.
—¿Quieres una cerveza?
—No, tengo que reunirme con alguien.
—Avísala.
—No es ella.
—Ah—. vaciló y dijo—. Hasta luego, Lali. Tal vez te llame alguna vez.
Su amenaza la podría haber asustado si estuviera apuntada en la guía telefónica. Se abrió paso entre un grupo de punkis, al final de la pista de baile. Abraham Lincoln le preguntó si quería bailar, pero se negó. Su cabeza comenzaba a latir y quería irse a casa, pero creía que se lo debía a Steve por salir con ella. Lo vio con Cleopatra esta vez, haciendo que tocaba en la guitarra a Wynonna Judd “No one else on Heart”.
Sus ojos se entrecerraron y apartó la vista de Steve. Podía ser sumamente bochornoso algunas veces. Su mirada se detuvo en una familiar pareja disfrazada de años cincuenta y la novia llevaba una falda de vuelo. Entre la gente que bailaban, Lali observó como Cande daba la vuelta alrededor de Pepo volviendo a ponerse delante otra vez. La apretó contra su pecho y la inclinó hasta que su coleta rozó el suelo. Lali sonrió y su mirada se movió a la pareja más cercana a Cande y Pepo. Nadie podía confundir al hombre alto que hacía girar a su sobrina. Hasta donde Lali podía ver, la única concesión de Peter a la fiesta era su txapel, su boina vasca. Llevaba pantalones vaqueros y una camisa color café claro. Incluso sin disfraz, él parecía un pirata, con la boina negra jalada sobre su frente.
Por primera vez desde que se había mudado, Lali deseó de verdad ser parte de una familia otra vez. No de una familia controladora y superficial como la de ella, sino una familia real. Una familia que se reía, bailaba y se amaba sin condiciones.
Lali se giró y se topó con Elvis.
—Permiso —dijo y cuando miró hacia arriba vió la cara de Tommy Markham con patillas falsas.
Tommy miró de ella a la mujer a su lado. Helen iba todavía de Lady Godiva, y todavía tenía la corona en su cabeza.
—Hola, Lali —saludó ella, con una sonrisa presumida en su cara como si fuera superior. El tipo de sonrisa “besa mi culo” que le había mostrado desde primer grado.
Lali estaba demasiado cansada para fingir un civismo que no sentía. El dolor de cabeza, y la sonrisa estúpida de Helen fueron el detonante.
—¿Te gustó mi parte del desfile?
La sonrisa de Helen desapareció.
—Patética, pero previsible.
—No tan patético como tu peluca sarnosa y tu corona barata—. La música se detuvo cuando daba un paso adelante y acercaba su cara a la de Helen—. Y si alguna vez me dejas otra nota con amenazas, te la meteré por la nariz.
Las cejas de Helen cayeron y parpadeó.
—Estás loca. Nunca te dejé ninguna nota.
—Notas—. Lali no la creyó ni por un segundo—. Hubo dos.
—No creo que Helen lo hiciera.
—Cállate, Tommy — lo interrumpió Lali sin apartar la mirada de su vieja enemiga—. Tus estúpidas notas no me asustan, Helen. Estoy molesta más que cualquier otra cosa—. Hizo una última advertencia antes de darse media vuelta, — Alejate de mí y cualquier cosa que me pertenezca—. Luego giró y se apresuró a través de la gente, esquivándola y sorteándola, con la cabeza doliéndole horrores. ¿Y si no era Helen? Imposible. Helen la odiaba.
Llegó hasta la puerta antes de que Steve la alcanzase.
—¿Dónde vas? — preguntó, igualando su zancada con la de ella.
—A casa. Me duele la cabeza.
—¿No puedes quedarte un ratito?
—No.
Entraron en el aparcamiento y llegaron al coche de Lali.
—Ni siquiera hemos bailado.
En ese momento el pensamiento de bailar con un hombre era demasiado perturbador para que le gustara.
—No quiero bailar. He tenido un día largo y estoy cansada. Me voy a la cama.
—¿Quieres compañía?
Lali miró su cara de surfista y se rió silenciosamente.
—Buen intento—. Él se inclinó hacia adelante para besarla, pero su mano en el pecho lo detuvo.
—De acuerdo — rió—. Tal vez en otra ocasión.
—Buenas noches, Steve, —dijo y se metió en el coche. De camino a casa, Lali se detuvo en el Value Rite y compró un paquete gigante de Reese's[3], un bote de Coca-Cola, y espuma de baño con olor a vainilla. Incluso después de un baño caliente, contaba con estar en cama a las diez.
Nunca te dejé ninguna nota. Helen tenía que mentir. Por supuesto que no iba a admitir que escribió las notas. No delante de Tommy.
¿Qué pasaba si no mentía? El miedo estalló por primera vez, como una burbuja en su pecho, pero trató de ignorarlo. Lali no quería pensar que el autor de la nota podría ser cualquiera además de su vieja enemiga. Alguien que no conocía.
Cuándo aparcó en el estacionamiento detrás de la peluquería, el Jeep de Peter estaba en la plaza que le correspondía. Su silueta oscura estaba apoyada contra el guardafaros de atrás, con una postura relajada. Los focos delanteros de su Miata se reflejaron en su chaqueta de cuero cuando se separó del vehículo.
Lali apagó el motor del coche y cogió la bolsa de la tienda de comestibles.
—¿Me estás siguiendo? —preguntó saliendo del coche y cerrando la puerta.
—Por supuesto.
—¿Por qué?— Los tacones de sus zapatos batieron la grava mientras iba hacia las escaleras.
—Cuéntame eso de las notas—. Extendió la mano y cogió la bolsa de la tienda de su mano mientras pasaba por su lado.
—Oye, puedo llevar eso —protestó percatándose de que hacía mucho tiempo que un hombre se hubiera ofrecido a llevarle nada. No es que Peter se hubiera ofrecido, por supuesto.
—Cuéntame lo de las notas.
—¿Cómo lo supiste?— Él la siguió subiendo las escaleras detrás ella, sus pisadas fuertes, hundía las escaleras bajo las plantas de sus pies—. ¿Te lo dijo Ann Marie?
—No. Oí tu conversación con Helen esta noche.
Lali se preguntó cuanta gente más la habría oído. Su respiración formaba vaho delante de su cara cuando rápidamente abrió la puerta. Como habría sido un gasto inútil de saliva, ni se molestó en decir a Peter que no podía entrar.
—Helen me ha escrito un par de notitas—. Entró en la cocina y encendió la luz.
Peter la siguió, abriendo la cremallera de su chaqueta y llenando el estrecho lugar con su tamaño y su presencia. Colocó la bolsa en el mostrador.
—¿Qué dicen?
—Léelas tú mismo—. Metió la mano en el bolsillo de su abrigo y le dio el sobre que había metido allí antes—. La otra ponía algo parecido a “te vigilo”—.  Ella pasó rozándole y se movió hacia el pequeño vestidor del dormitorio.
—¿Has llamado al Sheriff?
—No—.  Ella colgó el abrigo en el armario, luego regresó—. No puedo probar que Helen es la que las manda, aunque estoy segura de que es ella. Y además, las notas no son realmente amenazadoras, solamente molestas—. Desde la puerta, le miró estudiar la nota en su mano. Su txapel le hacía parecer un guerrero por la libertad.
—¿Dónde encontraste esto?
—Debajo de la puerta.
—Todavía tienes la otr…— la miró de arriba abajo y se interrumpió en medio de la frase. Sus ojos se abrieron un poco, luego su mirada la recorrió del pelo a los tacones. Por primera vez en su vida, había dejado mudo a Peter. Cuando iba disfrazada de prostituta.
—¿Qué ocurre?
—Absolutamente nada.
—¿No tienes una pulla ni un encantador comentario ofensivo?— Había tratado de quedarse perfectamente quieta y callada, como si no pudiera sentir su mirada tocándola en todas partes. Pero al final le había soltado eso y movió la boa de plumas para cubrirse el escote que sobresalía sobre el corsé.
—Una.
—Por qué no estoy sorprendida.
Él apuntó hacia su cintura.
—¿Para qué son las esposas?
—Lo sabes mejor que yo.
—Fierecilla —dijo, con una sonrisa rapaz inclinando su boca —yo no necesito material extra para rematar la faena.
Ella puso sus ojos en blanco y miró al techo.
—Ahórrame los detalles de tu vida sexual.
—¿Estás segura? Podrías aprender algo bueno.
Ella cruzó los brazos bajo sus pechos.
—Dudo que sepas algo que quiera aprender—. Luego rápidamente agregó — Y no fue un desafío.
Su risa suave llenó la corta distancia entre ellos.
—Fue un desafío, Lali.
—Lo que tú digas—. Él dio un paso hacia ella, y ella colocó su mano como un policía de tráfico—. No quiero hacer nada contigo, Peter. Creía que subiste para echarle un vistazo a la nota de Helen.
—Lo hice—. Él se detuvo cuando su palma golpeó su pecho. El frío cuero contra su mano—. Pero haces realmente duro que uno piense en otra cosa que no sean tus cremalleras.
—Eres un adulto. Trata de concentrarte—. Lali dejó caer la mano y pasó ante él hacia la nevera—. ¿Quieres una cerveza?
—Claro.
Quitó las tapas, luego le dio una cerveza de calabaza que había comprado en el microbrewery. Él miró el brebaje como si realmente no supiera qué hacer con él.
—Está realmente bueno — lo animó y tomó un gran trago.
Peter puso la cerveza en sus labios, y sus ojos verdes la miraron sobre la parte superior de la botella mientras tomaba un trago. Inmediatamente bajó la cerveza y se pasó el revés de la mano por la boca—. ¡Jesus, María y José! ¡Qué mierda!.
—A mi me gusta—. Ella sonrió y tomó un trago más largo.
—¿Tienes cerveza de verdad?— Él colocó la botella y la nota en el mostrador.
—Tengo una cerveza de frambuesa.
Él la miró como si estuviera sugiriendo un filete de criadillas.
—¿Tienes una Bud?
—No. Pero tengo una Coca-Cola en esa bolsa—. indicó con su botella la bolsa de plástico, después de cogerla Peter pasó a la sala de estar.
—¿Dónde encontraste la primera nota?— la llamó.
—En la peluquería—. Encendió una luz encima del estéreo, luego otra encima de la mesa al lado del sofá—. En realidad, la encontraste tú.
—¿Cuándo?
—El día que me cambiaste las cerraduras—. Lo miró por encima del hombro después de tirar de la cadenilla de la lámpara. Peter permaneció en el centro del cuarto bebiendo de la Coca-Cola que ella había comprado en el Value Rite—. ¿Lo recuerdas?
Él bajó la botella y chupó una gota oscura de su labio inferior.
—Perfectamente.
Inesperadamente, el recuerdo de sus labios presionando los de ella y la textura de su piel caliente bajo sus manos inundó sus sentidos.
—Hablaba de la nota.
—Yo también.
Él no lo hacía.
—¿Por qué crees que es cosa de Helen?
Lali estaba sentada en el sofá, asegurándose cuidadosamente de que su falda de raso no se deslizara entre sus piernas y la hiciera parecer una estrella del porno.
—¿Quién más podría ser?
Él colocó la Coca-Cola sobre la mesa de café y se encogió de hombros.
—¿Quién más quiere que te vayas?
Lali no podría pensar en nadie además de Peter y toda su familia.
—Tú.
Él puso su chaqueta en el brazo del sofá y la miró desde debajo de sus cejas.
—¿Realmente crees eso?
En realidad no.
—No lo sé.
—¿Si crees eso, que amenazo anónimamente a las mujeres, por qué me has dejado entrar en tu apartamento?
—¿Hubiera podido detenerte?
—Tal vez, pero no dejé esas notas y lo sabes—. Se sentó al lado de Lali y se inclinó hacia adelante para apoyar los codos sobre las rodillas. Se había remangado las mangas de su camisa en los antebrazos, y llevaba un reloj con la negra correa gastada—. Alguien está realmente cabreado contigo. ¿Le has cortado el pelo mal a alguien últimamente?
Sus ojos se entrecerraron, y colocó su cerveza de calabaza en la mesa para café con un fuerte golpe.
—Ante todo, Peter, nunca corto mal el pelo. Y en segundo lugar, ¿qué crees, que algún psicópata enfadado me deja notas porque le corté de más el flequillo o le ricé demasiado el pelo?
Peter la miró por encima del hombro y rió. Comenzó muy bajo y se incrementó, alimentando el temperamento de Lali.
—¿Porqué estás tan cabreada?
—Me has insultado.
Él colocó una mano inocente en la parte delantera de su camisa, empujando la tela suave a un lado y dejando expuesta un trozo de pecho moreno.
—No lo hice.
Lali levantó la mirada hacia sus ojos divertidos.
—Claro que sí.
—Lo siento—. Luego estropeó la disculpa añadiendo un insulto a la frase — Fierecilla.
Ella le pellizcó el brazo.
—Imbécil.
Peter agarró su muñeca y la apretó contra él.
—¿Nadie te ha dicho que pareces una prostituta realmente buena?
El perfume del jabón del sándalo y la piel caliente llenó sus sentidos. Sus dedos firmes cosquillearon como alfileres por el interior de su brazo, y ella trató de apartarse. La dejó volverse sólo para agarrarle la boa con ambas manos y acercarla más. Su nariz chocó con la suya y se sintió atrapada por su mirada verde. Ella abrió la boca para decir algo punzante y sarcástico, pero su cerebro y su voz la traicionaron y lo que salió en su lugar fue un suspiro
— Joder,  gracias, Peter. Apuesto a que le dices eso a todas tus mujeres.
—¿Eres una de ellas? —preguntó justo encima de su boca, manteniéndola quieta con nada más que la boa de plumas rosas y su voz.
Ella no creía habérselo dicho en ese sentido, ni nada por el estilo...
—No. Sabes que nunca podremos estar juntos.
—Quizá no deberías decir nunca—. Las plumas le rozaron la mejilla y el cuello cuando levantó una mano a la parte superior del corsé—. Tu corazón late muy deprisa.
—Tengo la tensión alta—. Sus párpados eran pesados y se tocó el labio inferior con la punta de la lengua.
—Siempre fuiste una mentirosa realmente mala—. Luego, antes de que Lali supiese cómo ocurrió, estaba en el regazo de Peter y su boca estaba sobre la de ella, en un beso que comenzó suave y dulce pero que rápidamente hizo pedazos la patética resistencia de Lali. Él llevó una mano detrás de su cabeza, la otra sobre su muslo, acariciando sus medias negras. Su lengua resbaladiza acarició la suya, urgiéndola a ser más cálida, a responder más apasionadamente, y ella le devolvió el beso enviando un estremecimiento de brutal lujuria a través de ellos. Ella deslizó sus manos por su cuello y quitó la goma elástica de su cola de caballo. La  boina cayó de su cabeza cuando metió sus dedos entre su frío y fino pelo. Ella sintió sus dedos encima de su liguero por el borde de la falda, dibujando una línea de fuego ardiente entre sus muslos y llenando su abdomen de un hambre intenso. Luego sus dedos se sumergieron bajo el elástico negro y asieron su piel desnuda. Ella metió una mano dentro del cuello abierto de su camisa y tocó su hombro cálido, sus músculos duros, pero no era suficiente y abrió los botones hasta que su camisa estuvo abierta. Él era duro y suave, su piel estaba caliente y ligeramente húmeda. Bajo su bragueta, su erección gruesa se presionaba contra ella que se retorció más en su regazo. Sus dedos se metieron entre sus muslos, y ella sintió su intenso gemido contra la palma de la mano.
Él movió una mano a su cintura, y sus dedos firmes se metieron apretadamente a través del raso delgado. Un gemido surgió del pecho de Lali mientras su palma se deslizaba hacia arriba, sobre su pecho, hacia su garganta. Sus nudillos acariciaron la clavícula y el borde del escote. Luego él deslizó su sensual boca hasta su garganta y su mano dentro del corsé de raso. Él acunó su pecho desnudo, y Lali se arqueó, presionando su pezón duro contra su palma caliente. Sus manos se movieron hacia su hombro, y ella asió la suave tela de su camisa con los puños cerrados.
Le dolía por todas partes y, con el último jirón de cordura murmuró
— Peter, tenemos que detenernos.
—Lo haremos, — murmuró mientras empujaba el corsé prácticamente a su cintura y bajaba la cabeza. Él rozó sus labios en la punta rosada de su pecho, luego la chupó con su boca, con su lengua caliente, mojada e implacable. Su ancha y cálida mano se metió entre sus muslos y él presionó la palma contra su carne sensible. A través de sus húmedas bragas de algodón, sus dedos la sintieron, y ella apretó las piernas, cerrando la mano en su entrepierna. Los ojos Lali se cerraron y su nombre escapó de sus labios, en parte gemido y en parte suspiro. Era el sonido de la necesidad y el deseo. Deseaba que él le hiciera el amor. Quería notar su cuerpo desnudo presionando el de ella. No tenía nada que perder salvo el amor propio. ¿Pero qué era un poco de amor propio comparado con un orgasmo de gran calidad?
Luego su boca se apartó y el aire fresco rozó su pecho. Ella se forzó a abrir los ojos y prestar atención a su fogosa mirada sobre su reluciente pezón. Él deslizó su mano de sus muslos y cogió el final de su boa, deslizándola lentamente sobre su cuerpo sensible.
—Dime que me deseas.
—¿No es obvio?
—Dilo de todas maneras—. Él miró hacia arriba, sus ojos llenos de lujuria y determinación—. Dilo—. La boa pasó otra vez suavemente sobre sus pechos.
Lali suspiró.
—Te deseo.
Su mirada rozó su cara y se detuvo en su boca. Le dio un beso suave en los labios y tiró del corsé poniéndolo en su lugar, cubriéndole los pechos otra vez.
No iba a hacer el amor con ella. Por supuesto que no lo haría. Tenía bastante más que perder que ella.
—¿Por qué seguimos haciéndonos esto?— preguntó ella cuando él levantó su boca—. Nunca quiero que pase, pero siempre ocurre lo mismo.
—¿No lo sabes?
—Desearía saberlo.
—Tenemos un asunto pendiente.
Ella respiró profundamente y se apoyó contra él.
—¿De qué hablas? ¿Qué asunto pendiente?
—Esa noche en Angel Beach. Nunca pudimos terminar lo que empezamos antes de que huyeras.
—¿Huir?— Ella bajó las cejas y las volvió a subir—. No tuve ninguna opción.
—Tenías opciones y elegiste una. Te fuiste con Henry.
Con toda la dignidad posible dada las circunstancias, Lali se levantó de su regazo. Le faltaba el zapato izquierdo y su boa estaba prendida dentro del corsé—. Me fui porqué me estabas utilizando.
—¿Cuando exactamente?— Se levantó e inclinó sobre ella—. ¿Cuándo me rogabas que te tocara?
Lali tiró de su falda hacia abajo.
—Cállate.
—¿O cuándo mi cabeza estaba entre tus piernas?
—Cállate, Peter—. Tiró bruscamente de la boa para liberarla—. Sólo querías humillarme.
—No digas estupideces.
—Me estabas usando para vengarte de Henry.
Él se inclinó hacia atrás y su mirada se entrecerró.
—Nunca te usé. Te dije que no te preocuparas y que te cuidaría, pero me miraste como si fuera una especie de violador y te fuiste con Henry.
Ella no lo creyó.
—Nunca te miré como si fueras un violador, y recordaría cualquier palabra agradable. Pero no la dijiste.
—Lo hice, pero preferiste irte con el viejo. Y tal y como yo lo veo, tienes una deuda conmigo.
Ella recogió su chaqueta de detrás del sofá y se la lanzó.
—No te debo nada.
—Será mejor que no estés cerca de mí después del cuatro de junio, de otra manera me cobraré la deuda que tienes conmigo desde hace diez años—. Se puso la chaqueta y caminó hacia la puerta—.  Y pagar las deudas es una putada, Fierecilla.
Lali miraba la puerta cerrada cuando oyó el ruido del Jeep en el callejón. Su cuerpo todavía ardía por sus caricias, y el pensamiento de algún tipo de deuda sexual no sonaba demasiado mal. Se dirigió a la sala y recogió la txapel de Peter del piso. Se la puso en la nariz. Olía a cuero y a la lana y a Peter.





4 comentarios:

  1. es buenisima tu novela no entiendo porque no hay muchas firmas!a mi me encanta y espero que no dejaras de subirla! besos
    Naty

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  2. me encanta amiiiiiiiiiiga! Más más más más más !

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  3. Subi maaaaaaaas please!!!

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