Hola!! Bueno les dejo otro cap!! Mas tarde si hay firmas dejo otro!! Gracias por lo que me dicen las chicas que firman me alegro que les guste!! Besoss!!
Capítulo
Nueve
Lali clavó los ojos en
la puerta cerrada durante varios segundos. De ninguna manera iba a volver a
abrirla. Había jurado mantenerse lejos de Peter. Él no era más que un problema,
y ella estaba bastante segura de que tenía pinta de acabar de salir de la cama.
Pero quería tener cerraduras nuevas.
—Dejaré las llaves en
tu oficina más tarde — gritó.
—Mas tarde estoy
ocupado. Es ahora o la semana próxima, Fierecilla.
Ella abrió bruscamente
la puerta otra vez y miró al hombre asquerosamente bien parecido que estaba
allí plantado con el pelo echado hacia atrás y las manos en los bolsillos de su
cazadora de motorista.
—¡Te dije que no me
llamaras así!
—Es cierto, lo dijiste—
dijo, entrando delante de ella en el apartamento como si fuera el dueño del
lugar, trayendo el olor del otoño y del cuero.
El frío aire formó
remolinos en las espinillas de Lali y se metió por debajo de su camisón,
recordándole que no estaba vestida para recibir visitas, pero dicho sea de paso
no era como si estuviera enseñando algo. Ella tembló y cerró la puerta.
—Oye, no te invité a
entrar.
—Pero querías hacerlo
—dijo abriendo la gran cremallera plateada de su chaqueta.
Sus cejas quedaron a la
misma altura y ella negó con la cabeza.
—No, no quería—. Repentinamente
su apartamento parecía mucho más pequeño. Él lo llenaba con su tamaño, el
perfume de su piel y su poderosa masculinidad.
—Y ahora también
quieres hacer café—. Llevaba puesta una camisa de franela a cuadros gris y
azul. Las camisas de franela obviamente eran básicas en su guardarropa. Y los
Levi’s. Suaves Levi’s desgastados en interesantes lugares.
—¿Estás siempre así de
malhumorada por las mañanas?— preguntó, mientras su mirada escudriñaba el
apartamento, percatándose de todo. Sus botas descansando sobre la ajada
alfombra beige. Los muebles viejos de la cocina. Las dos cajas de tampones en
la encimera.
—No —replicó—. Normalmente
soy muy agradable.
Su mirada regresó a
ella, e inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Un mal día?
Lali se llevó la mano a
la sien de su cabeza y reprimió un gemido.
—Te daré la llave —dijo
entrando en la cocina y agarrando su bolso. Cogió su llavero “Names to Take,
Butts to Kick”.
Cuando se dio la vuelta, Peter estaba tan cerca que dio un salto para atrás y
su trasero golpeó los cajones. Ella clavó los ojos en su mano, tendida hacia
ella. Sus largos dedos romos, las líneas y los callos de su palma. Una
cremallera plateada cerraba la manga negra de cuero desde el codo a la muñeca.
La lengüeta de aluminio colgaba sobre el talón de su mano.
—¿Dónde están los
enchufes más cercanos a las puertas?
—¿Qué?
—Los enchufes de la
peluquería.
Ella soltó las llaves
en su mano.
—Enfrente de la caja
registradora y detrás del microondas del
almacén—. Y porque él parecía una fantasía y estaba segura de que ella estaba
horrible, espetó — No toques nada.
—¿Pero que piensas que
voy a hacer?— gritó mientras prácticamente corría por el vestíbulo—. ¿Ponerme
yo solo una permanente?
—Nunca sé lo que vas
a hacer —dijo y cerró la puerta del dormitorio detrás de ella. Se miró en el
espejo de encima del tocador y se puso una mano en la boca—. Oh Dios mío —
gritó. Tenía toda la pinta de acabar de salir de la cama. Su pelo estaba
aplastado y revuelto. Tenía la marca de las arrugas de la almohada en su
mejilla derecha, y una mancha negra de rimel debajo del ojo. Había abierto la
puerta pareciendo una de esas personas que acababan de sobrevivir a un desastre
natural. Peor, había abierto la puerta pareciendo una loca con Peter de
pie al otro lado.
Tan pronto como Lali
oyó cerrarse la puerta principal, entró en el cuarto de baño y tomó una ducha
rápida. El agua caliente la ayudó a despejar la cabeza, y cuando salió, estaba
totalmente despierta. Podía oír el ruido del taladro de Peter que venía de la
parte delantera de su peluquería, entonces entró en la cocina y puso a hacer
café. Fuera cual fuera la razón, realmente le estaba haciendo un favor. Estaba
siendo amable. No sabía por qué, o cuánto tiempo duraría, pero le estaba
agradecida y tenía la intención de beneficiarse.
Se puso un suéter con
los bordes negros cerrados con una cremallera en el frente de arriba abajo,
pulseras y collares y una falda a juego. Llevaba puestas botas de caña alta y
mallas negras, se puso espuma en el pelo y lo secó con un difusor. Rápidamente
se maquilló, luego se envolvió en su gran abrigo de lana, y se puso bufanda y
guantes. Cuarenta y cinco minutos después de que la hubiera despertado el
golpeteo de Peter, bajó las escaleras de su apartamento con un termo bajo un
brazo y dos tazas con café humeante.
La puerta trasera de la
peluquería estaba abierta de par en par y Peter estaba de espaldas a ella, los
pies separados y un cinturón de herramientas alrededor de sus caderas. Se había
puesto un par de guantes de trabajo de cuero, y el taladro estaba en silencio
cuando ella entró. Un hueco circular estaba cortado en la puerta y él estaba en
el proceso de quitar la manilla vieja. Peter miró hacia arriba cuando se
acercó, su mirada verde tocándola por todas partes.
—Te traje café, —dijo y
mantuvo su mirada en él.
Él se mordió el dedo
medio del guante y lo sacó de su mano. Metió el guante en el bolsillo de su
chaqueta y cogió el café.
—Gracias—. Sopló el
interior de la taza y la miró por encima del vapor—. Sólo estamos en octubre,
¿qué vas a hacer en diciembre cuando la nieve rodee tu pequeño culo?— preguntó
antes de tomar un trago.
—Morirme de frío—. Ella
colocó el termo al lado de la puerta—. Pero supongo que esas serían buenas
noticias para ti.
—¿Cómo dices?
—Entonces tu heredarías
mi parte de la herencia de Henry—. Ella se enderezó y cerró las manos alrededor
de su tazón—. A menos por supuesto que sea enterrada aquí dentro de Truly sin
haber dejado el pueblo. Entonces las cosas se pondrían un poco difíciles. Pero
si lo deseas, puedes llevar mi cuerpo fuera de los límites del pueblo—. Lo
pensó por un momento, luego continuó añadiendo una estipulación, — Sólo te pido
que no dejes que ningún animal mordisqueé mi cara. Realmente odiaría eso.
La comisura de su boca
se curvó.
—No quiero tu parte.
—Si, ya, —se mofó.
¿Cómo podría cualquier persona cuerda no querer una parte de una hacienda que vale tanto dinero?
—Pues estabas bastante enfadado el día que leyeron el testamento de Henry.
—Y tú también.
—Sólo porque me estaba
manipulando.
—Y eso no te da una
pista.
Ella sorbió su café.
—¿Cómo que?
—No importa—. Colocó su
taza al lado del termo y metió la mano dentro de su guante—. Déjame sólo decir
que obtuve exactamente lo que quería de Henry. Conseguí una propiedad que
cualquier constructor daría un huevo por poseer y libre de deudas—. Cogió del
bolsillo de su cinturón de herramientas un destornillador.
No totalmente libre de
deudas, pensó ella. Al menos no todavía. Tenía que esperar un año igual que
ella.
—¿Así que no estabas
enojado porque sólo conseguiste dos trozos de terreno, y yo sus negocios y
dinero?
—No—. Quitó un tornillo
y lo lanzó en la caja a su derecha—. Tú y tu madre sois tan bienvenidas como un
dolor de cabeza.
Ella no supo si creerle.
—¿Qué piensa tu madre
del testamento de Henry?
La miró y luego su
vista regresó a la manilla de la puerta.
—¿Mi madre? ¿Por qué te
importa lo que piensa mi madre?— Preguntó quitando las dos manillas y
tirándolas en la caja.
—No es que me importe,
pero me mira como si hubiera atropellado a su gato. Furiosa y desdeñosa al
mismo tiempo.
—No tiene gato.
—Sabes lo que quiero
decir.
Él usó el
destornillador para extraer a la fuerza el perno del picaporte.
—Creo que sé lo que
quieres decir—. Cogió la cerradura nueva y la quitó de su embalaje—. ¿Qué esperas
que piense? Soy su hijo, y tú eres una neska izugarri.
—¿Qué significa neska
iz izu, lo que sea?
Él se rió en silencio.
—No lo tomes como algo
personal, pero significa que eres una chica horrible.
—Ah—. Ella tomó un sorbo de café y se miró los pies.
Que la llamara una “chica horrible” no era demasiado malo—. Me han llamado
cosas peores, por supuesto normalmente en cristiano—. Miró la espalda de Peter
y lo observó atornillar las brillantes manillas nuevas en su lugar—. Siempre
quise ser bilingüe así podría maldecir y mi madre no lo sabría. Tienes suerte.
—No soy bilingüe.
Una brisa moderadamente
fría movió el flequillo de Lali y ella se arrebujó dentro de su abrigo—. Hablas
vasco.
—No, no lo hago.
Entiendo algunas palabras. Eso es todo lo que sé.
—Bueno, Pepo lo hace.
—Él sabe lo mismo que
yo—. Peter se inclinó y recogió un cerrojo—. Entendemos un poco porque mi madre
habla el vasco con su familia. Trató de enseñarnos el Euskera y el castellano,
pero realmente no teníamos interés. Sobre todo, Pepo y yo, sabemos tacos y
partes del cuerpo porque los buscamos en su diccionario—. Él recorrió con la
mirada a Lali, luego metió el cerrojo a través del hueco que él había taladrado
en la puerta—. Las cosas realmente importantes, — agregó.
—Pepo llama a Cande
“cariño” en vasco.
Peter se encogió de
hombros.
—Entonces tal vez sabe
más de lo que yo creo.
—Él la llama algo así
como alu gozo.
Peter soltó una
carcajada y negó con la cabeza.
—Entonces no la está
llamando “cariño”.
Lali se inclinó hacia
adelante y preguntó
—¿Entonces, qué es lo que
realmente la está llamando?
—De ninguna manera voy
a decírtelo—. Cogió de su cinturón de herramientas algunos tornillos y luego
sujetó dos entre sus labios.
Contuvo el deseo de
darle puñetazos.
—Vamos. No me puedes
dejar así.
—Se lo dirías a Cande,
—masculló con los tornillos en la boca — y Pepo tendría problemas.
—No se lo diré, por
favoooor, — intentó persuadirlo con engaños.
Un timbrazo desde el
pecho de Peter finalizó sus súplicas. Él escupió los tornillos y mordió el dedo
medio de su guante otra vez. Luego metió la mano dentro de su chaqueta y cogió
un pequeño móvil.
—Si, soy Peter, —
contestó y metió el guante en su bolsillo. Escuchó un minuto, luego levantó los
ojos hacia el techo—. ¿Cuándo puede empezar?— Acuñó el teléfono entre su hombro
y la oreja y continuó asegurando el cerrojo—. Eso es demasiado tarde. Si no
quiere trabajar con nosotros, que lo diga, de otra manera es mejor que lleve su
culo, y su PVC, a la obra no más tarde del jueves. Hemos tenido suerte hasta ahora
con el clima, y no quiero que cambie—. Él habló de metros y de metros cuadrados
y Lali no entendía nada de eso. Sujetó la lámina contra el marco de la puerta
volvió a coger el destornillador del cinturón—. Llama a Ann Marie, y te dará
los números. Eran ochenta u ochenta y cinco mil, no estoy seguro—. Él presionó
el botón de apagado en el móvil, luego lo deslizó de nuevo bajo su chaqueta.
Metió la mano en el bolsillo delantero de sus pantalones vaqueros, y le dio un
juego de llaves—. Pruébalo, — pidió entrando y deslizando los pernos del
picaporte en su lugar.
Cuando lo hizo, ambos
cerrojos se abrieron con facilidad. Tomó la taza de Peter y el termo del suelo
y entró en la tienda. Con las manos ocupadas, pateó la puerta cerrándola y
entró en el almacén. El cinturón de herramientas de Peter y la chaqueta estaban
sobre el mostrador al lado del microondas. Su taladro estaba en el suelo aún
enchufado, pero él no estaba por ninguna parte.
Detrás de la puerta
cerrada del cuarto de baño, oyó tirar de la cadena del inodoro mientras se
sacaba el abrigo y los guantes. Los colgó en la percha de la puerta, luego se
echó otra taza de café para ella misma y se apresuró a ir al salón de la
peluquería. Por alguna extraña razón, atravesar el vestíbulo mientras Peter
usaba su cuarto de baño la hizo sentirse como una persona lascivamente curiosa,
igual que cuando se había escondido detrás del mostrador de gafas de sol en el
Value Rite y lo miró comprar una caja de condones “grandes y estriados para dar
placer”. Él tenía aproximadamente diecisiete años.
Lali abrió su libro de
citas y clavó los ojos en la página en blanco. Había tenido algunos novios y
ciertamente habían usado su cuarto de baño. Pero por una razón que no podía
explicar, era diferente con Peter. Más personal. Casi intimo. Como si él fuera
su amante en lugar del tipo que la había provocado la mayor parte de su vida y
luego la utilizó para vengarse de Henry.
Oyó la puerta del
cuarto de baño abrirse, y tomó un sorbo largo de café.
—¿Probaste la puerta
principal?— preguntó, los talones de sus botas resonando pesadamente en el
linóleo cuando caminó hacia ella.
—Todavía no—. Ella miró
por encima del hombro y lo vio acercarse—. Gracias por los cerrojos nuevos.
¿Cuánto te debo?
—Funciona. Ya lo
comprobé por ti, —dijo en lugar de contestar a su pregunta. Se detuvo al lado
de ella, luego recostó su cadera en el mostrador al lado de su codo derecho—. Eso
estaba en el suelo cuando cambié el cerrojo delantero, —dijo y apuntó hacia un
sobre posado sobre la parte superior de la caja registradora—. Alguien lo ha
debido meter bajo tu puerta.
Su nombre era lo único
escrito a máquina en el papel blanco, y supuso que era probablemente algún tipo
de aviso de una asociación mercantil del centro informándola o algo igual de
excitante.
—Tus mejillas están
rojas.
—Hace un poco de frío
aquí dentro, — dijo, pero no estaba segura de que todo fuera culpa de la
temperatura.
—No vas a soportar el
invierno—. Él cerró las manos alrededor de la taza de café durante unos
segundos, luego las posó en la mejilla de ella—. ¿Alguna otra parte de tu
cuerpo necesita que la caliente?
Uff.
—No.
—¿Segura?— Con las
yemas de los dedos le puso el pelo por detrás de las orejas—. Te calentaré
realmente bien—. Su pulgar se deslizó por su barbilla, luego acarició su labio
inferior—. Fierecilla.
Ella cerró la mano en
un puño y le dio puñetazos en el estómago.
En lugar de enojarse,
él se rió y dejó caer sus manos a los costados.
—Solías ser más
divertida.
—¿Cuándo fue eso?
—Cuando abrías mucho
los ojos, como si estuvieras loca, y me mirabas como si quisieras golpearme
pero eras tan santurrona que no lo hacías. Tu mandíbula se tensaba y arrugabas
los labios. En primaria, todo lo que tenía que hacer era mirarte, y te
escapabas.
—Eso era porque
prácticamente me dejaste inconsciente con una bola de nieve.
Un ceño fruncido se
dibujó en su frente y se enderezó.
—Lo de la bola de nieve
fue un accidente.
—¿En serio, qué parte?
¿Cuándo accidentalmente hiciste una bola dura de nieve, o cuándo
accidentalmente me la lanzaste?
—No tenía intención de
hacerte daño.
—¿Por qué me la
tiraste?
Él pensó un momento y
luego dijo,
— Estabas allí.
Ella puso los ojos en
blanco.
—Realmente brillante, Peter.
—Es la verdad.
—Tendré que recordarlo
la próxima vez que te vea en un paso de peatones y me pique el pie por
atropellarte.
Su sonrisa mostró sus
dientes blancos.
—Te has convertido en
una pequeña sabelotodo desde que te fuiste.
—Me he convertido en
una persona.
—Creo que me gusta.
—¡Caramba!, creo que ya
puedo morir feliz.
—Eso me hace preguntarme
en que otras cosas has cambiado—. Él extendió la mano e hizo balancear la
lengüeta de su cremallera. El metal fresco golpeó su clavícula y se detuvo
contra su piel.
Lali respiró
profundamente negándose a mirarlo. Él deslizó la mirada hacia su garganta y
ella lo miró a los ojos. En un segundo, había pasado de ser un tío majo a ser
el niño imposible con quien había crecido. Había visto ese destello en sus ojos
muchas veces cuando él merodeaba a su alrededor y le gritaba o la hacía correr
como una loca. Haciéndola pensar que le iba a tirar un gusano o algo igualmente
horrendo. Se negó a dejarse intimidar. Siempre lo había dejado ganar, y ahora
mantuvo su posición por todas esas veces que ella había perdido.
—No soy la misma chica
con la que te metías todo el tiempo. No te tengo miedo.
Él levantó una ceja
negra en su frente.
—¿No?
—No.
Con la mirada fija en
la de ella cogió otra vez la lengüeta de metal de la cremallera otra vez. Y
lentamente la bajó dos centímetros por su escote.
—¿Tienes miedo ahora?
Sus manos se cerraron
con fuerza a los costados. Él la estaba probando. Intentaba que se echara para
atrás. Negó con la cabeza.
La lengüeta bajó otro
poco más, luego se detuvo.
—¿Y ahora?
—No. Nunca más me
asustarás. Sé lo que eres.
—Ajá—. La cremallera se
deslizó otro centímetro, sobre el collar—. Dime lo que crees que sabes.
—Vas de farol. No vas a
lastimarme. Ahora mismo quieres que piense que me vas a desnudar ante la vista
de cualquiera que pase delante de mi gran ventana. Se supone que me voy a acojonar,
y luego te marcharás con una gran sonrisa en tus labios. ¿Pero sabes qué?
Él deslizó la lengüeta
sobre la piel rosada y el raso dorado de la parte delantera de su sostén.
—¿Qué?
Inspiró profundamente y
entonces ella soltó su farol.
—No lo harás.
Zzziiiiip.
La boca de Lali se abrió involuntariamente, y
miró hacia abajo a la parte delantera de su suéter. El ribete negro estaba
totalmente abierto, los bordes estaban separados unos centímetros, revelando su
sostén de leopardo y la parte henchida de sus pechos. Luego antes de que Lali
supiese lo que pasaba, se encontró siendo elevada y sentada sobre su libro de
citas. Con la suave tela de sus pantalones vaqueros acariciando sus rodillas y
con la parte superior de la formica verde fresca bajo sus muslos.
—¿Qué crees que estás
haciendo?— dijo sin aliento mientras agarraba firmemente la parte delantera de
su suéter.
—Shh... —él puso un dedo sobre sus labios. Su mirada
estaba fija en los grandes pies que pasaban por la ventana detrás de Lali—. El
dueño de la librería está pasando. ¿No querrás que te oiga y presione la nariz
contra el cristal, verdad?
Lali miró por encima
del hombro, pero la acera estaba vacía.
—Déjame bajar — pidió.
—¿Tienes miedo ahora?
—No.
—No te creo. Parece
como si estuvieras a punto de morirte de miedo.
—No tengo miedo. Sólo
que soy demasiado lista para jugar contigo.
—No hemos comenzado a
jugar aún.
Pero lo hacían, y él
era uno de los hombres con el que no quería jugar. Era demasiado peligroso y
ella lo encontraba demasiado encantador.
—¿Obtienes algún tipo
de retorcido placer con todo esto?
Una sensual sonrisa
curvó sus labios lentamente.
—Absolutamente. Ese
sujetador de leopardo es bastante salvaje.
Lali cogió los bordes
del suéter y los acercó para cerrarlo con la cremallera otra vez. Una vez que
estuvo cerrado ella se relajó un poco.
—Bueno, no te
entusiasmes. Sé que no lo soy.
Su profunda risa la
rodeó.
—¿Estás segura?
—Absolutamente.
Su mirada fue hacia su
boca.
—Supongo que tendré que
ver lo que puedo hacer con eso.
—No ha sido un desafío.
—Lo es, Lali—. Acarició
su mejilla con los nudillos y su respiración comenzó a ser menos profunda—. Un
hombre sabe cuándo está siendo desafiado por una mujer.
—Lo retiro.—dijo y
rodeó su muñeca con la mano.
Él negó con la cabeza.
—No puedes. Ya lo has
hecho.
—Oh, No—. Lali bajó su
mirada hacia su barbilla totalmente terca. A algún sitio inofensivo, lejos de
sus ojos hipnóticos—. No. No hice nada.
—Tal vez sea porque
estás muy tensa. Necesitas sexo.
Sus miradas se
encontraron y apartó su mano de su mejilla.
—No necesito sexo.
Tengo sexo todo el tiempo —mintió ella.
Él la miró de una
manera dudosa.
—¡Lo tengo!
Él bajó su barbilla
rozando su rostro.
—Entonces tal vez lo
que necesitas es alguien que sepa lo que está haciendo.
—¿Estás ofreciendo tus
servicios?
Su boca ágilmente
acarició la suya mientras negaba con la cabeza.
—No.
La respiración de Lali
se atascó en su garganta.
—¿Entonces por qué me
estás haciendo esto?
—Se siente bien —dijo
apenas por encima de un susurro y prodigó besos suaves en la comisura de sus
labios—. Sabe bien, también. Siempre supiste bien, Lali—. Acarició sus labios
con los suyos—. En todas partes, —dijo y abrió su boca de par en par sobre la
de ella. Su cabeza se inclinó y en un instante todo cambió. El beso se volvió
cálido y mojado igual que cuando chupaba el jugo de un melocotón. Devoró su
boca exigiendo que ella lo hiciera a su vez. Chupó su lengua. El interior de su
boca era caliente y húmedo, y ella sintió que sus huesos se derretían. Estaba
indefensa para detenerle ahora. Se dejó ir y lo besó, igualando su hambre. Él
era tan bueno. Tan bueno como para hacerla sentir esto. Haciendo que estuviera
encantada de hacer cosas que no tenía intención de hacer. Haciéndola jadear.
Haciendo que su piel ardiera y temblara.
Sus manos se movieron
hacia sus rodillas y las separó. Ella notó el roce de sus Levi’s cuando se
situó entre sus muslos, sintió como agarraba sus muñecas y llevaba sus manos
hacia sus hombros. Una de sus manos ahuecó su pecho y ella gimió profundamente.
Su estómago se encogió y su pezón se tensó. A través del suéter y de su sostén
de raso, sintió el calor de la palma de su mano. Se arqueó hacia él, queriendo
más. Sus manos se deslizaron sobre sus anchos hombros hasta su cabeza. Sus
pulgares rozaron su mandíbula, y ella dejó resbalar las palmas de las manos por
los lados de su cuello. Sintió el latido pesado de su pulso y la respiración
entrecortada de su pecho y una pura satisfacción femenina se derramó a través
de ella. Sus dedos se movieron a la parte delantera de su camisa y
desabrocharon los botones. Diez años antes él había visto casi cada centímetro
de su cuerpo desnudo mientras que ella no había tenido ni un vislumbre de su
pecho. Abrió la camisa para satisfacer una vieja curiosidad. Luego se apartó
del beso para echarle una buena mirada y no la desilusionó. Él tenía el tipo de
pecho que inspiraba a las mujeres a meterle dinero bajo sus pantalones. Los músculos
dibujados, la piel tensa y el vello negro que se arremolinaba en su estómago
plano, rodeando su ombligo, y desapareciendo en la cinturilla de sus pantalones
vaqueros. Sus ojos bajaron a la parte delantera de sus pantalones y a la gruesa
protuberancia bajo su bragueta. Levantó la mirada. Él la observaba con los
párpados bajos, con la boca todavía mojada por su beso. Ella deslizó las manos
por su pecho y enterró sus dedos en su pelo suave. Bajo su toque, sus músculos
se tensaron.
—Espera un minuto —
dijo, con voz ronca, como si acabara de salir de la cama—. A menos que quieras
que la señora de pelo azul de la puerta sepa lo que estamos haciendo.
Ella se quedó
petrificada—. ¿Estás bromeando, verdad?
—No. Y se parece a mi
maestra de primero, la Sra. Vaughn.
—¡Laverne! — susuró y
miró sobre su hombro—. ¿Qué querrá?
—Tal vez un corte de
pelo —dijo y arrastró sus pulgares sobre sus pezones.
—Detente—. se giró y
apartó sus manos—. No me puedo creer que me ocurra esto otra vez. ¿Sigue ahí?
—Si.
—¿Nos puede ver, qué
crees?— preguntó.
—No lo sé.
—¿Qué hace?
—Tiene los ojos
clavados en mí.
—No me lo puedo creer.
Justo la noche pasada, la bruja de mi madre me echó la bronca por mi
escandaloso comportamiento contigo en Hennesey—. Ella negó con la cabeza—. Y
ahora esto. Laverne se lo dirá a todo el mundo.
—Probablemente.
Ella le contempló,
quieta entre sus muslos.
—¿No te importa?
—¿Exactamente por qué
tengo que preocuparme? ¿Porqué estábamos pasándolo bien? ¿Porque mi mano estaba
en tus pechos y tus manos vagaban por todo mi pecho y ambos estábamos
encantados? Qué me importa a mi eso. No llegamos hasta el final. Así que no
esperes que me preocupe que una vieja mire por la ventana y me vea. ¿Por qué
debería afectarme lo que digan en el pueblo sobre esto? La gente ha hablado de
mí desde que nací. Ya hace tiempo que dejó de importarme.
Lali empujó sus hombros
y retrocedió un paso. Con el deseo pulsando silenciosamente por sus
terminaciones nerviosas, bajó del mostrador y se dio la vuelta a tiempo de ver
marcharse a la Sra. Vaughn con un mandilón rosa y calcetines.
—Las personas en este
pueblo ya piensan que dormimos juntos. Y deberías preocuparte porque puedes
perder la propiedad que Henry te dejó.
—¿Cómo la voy a perder?
Para que fueran relaciones sexuales, la última vez que las mantuve en algún
momento alguien se corrió. De otra manera no es nada más que un manoseo.
Lali gimió y metió la
cabeza entre sus manos.
—No tengo sitio aquí.
Odio este pueblo. Odio todo esto. No puedo esperar a marcharme. Quiero
recuperar mi vida.
—Mira el lado bueno de
las cosas — dijo, y oyó el ruido sordo de su bota mientras él se alejaba
dándole la espalda—. Cuando te vayas, serás una mujer rica. Ya has visto el
saldo de Henry, estoy seguro de que vale la pena.
Ella le contempló.
—Eres un hipócrita.
También estuviste de acuerdo con tu parte del testamento.
Él entró en el almacén
y volvió unos segundos más tarde.
—Cierto, pero hay una
diferencia—. Con su camisa todavía desabrochada, se puso su chaqueta de cuero—.
Esa estipulación en particular no supone ninguna dificultad para mí.
—¿Entonces por qué
intentaste sacarme el suéter?
Él se inclinó y recogió
su taladro.
—Para ver si me
dejabas. No te lo tomes como algo personal, pero podrías haber sido cualquiera.
Sus palabras la
golpearon como un puñetazo en el estómago. Se mordió el interior de la mejilla
para abstenerse de llorar o gritarle o las dos cosas a la vez.
—Te odio — susurró,
pero él la oyó.
—Seguro que lo haces,
Fierecilla —dijo mientras envolvía el cable alrededor del taladro.
—Deberías crecer y
hacerte adulto, Peter. Los hombres maduros no tienen que andar manoseando
mujeres sólo para ver si les dejan. Realmente los hombres ya no buscan a las
mujeres como juguetes sexuales.
Él clavó los ojos en
ella a través de la distancia que los separaba.
—Si te crees eso,
entonces eres la misma chica ingenua y tonta que fuiste siempre—. Abrió
bruscamente la puerta trasera—. Tal vez deberías seguir tu consejo — dijo,
luego cerró la puerta tras él.
—¡No seas niño, Peter!
—gritó y después añadió—. Y ... y ... córtate el pelo—. No supo por qué añadió
la última parte. Quizá porque quería lastimarle, que se sintiera ridículo. Ese
hombre no tenía sentimientos. Se dio la vuelta y clavó los ojos en su libro de
citas en blanco. Su vida se estaba convirtiendo en una verdadera mierda. Dos
horas, pensó. Le daba dos horas a los rumores hasta que le llegaran a su madre,
y sólo porque a Laverne le llevaría una hora llegar a su coche.
Lágrimas furiosas
nublaron la vista de Lali y su vista cayó en el sobre encima de la caja
registradora. Lo abrió. Una hoja cayó fuera con tres palabras atrevidas
escritas a máquina en el centro. TE ESTOY VIGILANDO decía. Lali estrujó la nota
y la tiró a través del salón. ¡Genial! Era lo que faltaba. Helen, la psicópata,
observándola y metiendo notas bajo su puerta.
ME ENCANTOOOOOOOOOOOO! Quiero más Laaliterrrrrrr.. jajaja Me encanta los capitulos hot! JAJAJAJA, más más más. GENIAAA!
ResponderEliminarrecien empiezo a leer, pero me gusta mucho!! Ya quiero otro cap.
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