lunes, 21 de mayo de 2012

Cap 11


Capítulo Once



Lali descolgó el teléfono. Y lo mantuvo descolgado hasta que dejó su apartamento para ir al trabajo a la mañana siguiente. Esperó que lo imposible hubiera ocurrido y que la Sra. Vaughn no hubiera podido ver nada en la peluquería. Tal vez había tenido suerte.
Pero cuando abrió la puerta del salón de belleza, Wannetta Van Damme ya esperaba y a los pocos segundos se hizo patente que aparentemente la suerte de Lali había desaparecido meses atrás.
—¿Aquí es donde ocurrió?— preguntó Wannetta mientras entraba cojeando. El sonido del bastón plateado al caminar, toc, toc, llenó el interior de la estancia.
Lali estaba un poco asustada para preguntar lo obvio, pero era demasiado curiosa para no hacerlo.
—¿Qué sucedió?— preguntó y tomó el abrigo de la mujer mayor. Lo colgó en un perchero en la pequeña zona de recepción.
Wannetta apuntó hacia el mueble mostrador.
—Es ahí donde Laverne os vio a ti y a ese chico Lanzani... ¿Sabes?
Una bola se formó en la garganta de Lali.
—¿Qué?
—Chaca-chaca, — murmuró la vieja.
La bola bajó hasta su estómago mientras subía las cejas hasta el nacimiento del pelo.
—¿Chaca-chaca?
—Una canita al aire.
—¿Cana al aire?— Lali apuntó hacia el mostrador—. ¿Aquí mismo?
—Eso es lo qué Laverne dijo a todo el mundo anoche en el bingo de la iglesia de la calle setenta, Jesus the Divine Savior.
Lali caminó hasta una silla del salón y se hundió en ella. Su cara se puso roja y sus orejas comenzaron a arder. Había sabido que habría chismes, pero no sabía de qué calibre.
—¿En el bingo? ¿En la iglesia?— Su voz se elevó hasta volverse chillona—. ¡Oh, Dios Mío!— Lo debería haber sabido. Siempre cualquier cosa que tuviera ver con Peter era mala y no deseaba más que poder culparle por completo. Pero no podía. Él no se había desabotonado la camisa. Eso lo había hecho ella.
Wannetta se movió hacia ella, toc, toc, toc.
—¿Es cierto?
—¡No!
—Oh—.  Wannetta parecía tan decepcionada como sonaba—. El menor de los chicos vascos es muy bien parecido. Aunque tiene una reputación sucia, podría encontrar difícil que una mujer se resistiera, incluida yo misma.
Lali puso una mano en la frente y aspiró profundamente.
—Él es un demonio. Malo. Malo. Malo. Mantente lejos de él, Wannetta, o sencillamente podrías despertarte siendo el tema de horribles rumores—. Su madre iba a matarla.
—La mayoría de los días me alegro simplemente de levantarme. Y a mi edad, no creo que encontrara esos rumores tan horribles, — lo dijo mientras se movía hacia el fondo de la peluquería—. ¿Me puedes arreglar hoy?
—¿Qué? ¿Quieres peinarte?
—Por supuesto. No vine sólo para hablar.
Lali enrojeció y acompañó a la Sra. Van Damme al lavacabezas. La ayudó a sentarse y dejó a un lado el bastón
—¿Cuánta gente había en el bingo?— preguntó temiendo la respuesta.
—Oh, Puede que sesenta más o menos.
Sesenta. Entonces esos sesenta se lo dirían a sesenta más y se propagaría como un rayo.
—Tal vez sólo debería suicidarme —masculló. La muerte podría ser preferible a la reacción de su madre.
—¿Vas a usar ese champú que huele tan bien?
—Sí—. Lali puso la toalla en los hombros a Wannetta, luego bajó su espalda al lavacabezas. Abrió el agua y la probó en su muñeca. Se había pasado el día y la noche anterior escondiéndose en su apartamento como un topo. Se había sentido emocionalmente maltratada y magullada por lo que había sucedido con Peter. Y sumamente avergonzada por su propio abandono.
Mojó el pelo de Wannetta y lo lavó con el Paul Mitchell. Cuando termino de acondicionarlo, la ayudó a caminar hasta la silla del salón.
—¿Lo de siempre?— Preguntó.
—Si. Hazlo bien.
—Ya—. Mientras Lali le quitaba los nudos, las palabras de despedida de Peter todavía hacían eco en su cabeza. Le habían estado haciendo eco en la cabeza desde que las había dicho. Para ver si se dejaba. La había besado y tocado sus pechos, sólo para ver si podía. Había hecho que sus pechos se estremecieran y sus muslos ardieran sólo para ver si se dejaba. Y ella le había dejado. Igual que le había dejado hacía diez años.
¿Qué estaba mal en ella? ¿Qué defecto de personalidad poseía que permitía a Peter derribar sus defensas? Durante las largas horas en que se había hecho esa pregunta, no se le había ocurrido ninguna explicación aparte de la soledad. Su reloj biológico hacía tictac. Tenía que ser eso. No podía oír ningún tictac, pero tenía veintinueve años, era soltera, y no tenía perspectivas de casarse en un futuro cercano. Tal vez su cuerpo era una bomba hormonal y no lo sabía.
—A Leroy le gustaba cuando llevaba bragas de seda, —dijo Wannetta, interrumpiendo los lúgubres pensamientos de Lali sobre las hormonas—. Él odiaba las de algodón.
Lali hizo crujir los guantes del látex. No quería ni imaginarse a Wannetta en ropa interior de seda.
—Te deberías comprar algunas bragas de seda.
—¿Del tipo que pasan del ombligo?— ¿Del tipo que parecen fundas para los asientos de los coches?
—Si.
—¿Por qué?
—Porqué a los hombres les gustan. Les gusta que las mujeres lleven puesta ropa interior bonita. Si consigues unas bragas de seda, puede ser que consigas un marido.
—No, gracias, —dijo mientras cogía el líquido para rizar y cortaba con las tijeras las puntas. Incluso si tuviera interés en encontrar un marido en Truly, lo que era ridículo, sólo iba a estar en el pueblo hasta junio—. No quiero marido—. Pensó en Peter y en todos los problemas que le había causado desde que había vuelto—. Y para que lo sepas — agregó, — no creo que los hombres valgan todos los problemas que causan. Están altamente supervalorados.
Wannetta se quedó callada mientras Lali le echaba la solución en un lado de la cabeza, hasta tal punto, que Lali comenzó a preocuparse de si su cliente se había dormido con los ojos abiertos, o peor todavía, si había fallecido, Wannetta abrió la boca y le preguntó en voz baja
— ¿Eres una de esas lesbianas que se pintan los labios? Me lo puedes decir. No se lo diré a nadie.
Y la luna estaba hecha de queso verde, pensó Lali. Si hubiera sido una lesbiana, entonces no se habría encontrado besándose con Peter y con sus manos abriendo su camisa. No se habría encontrado fascinada por su pecho velludo. Se preocupó por la mirada fija de Wannetta en el espejo y pensó que no podía decirle que sí. Un rumor como ese podía neutralizar el rumor sobre Peter y ella. Pero su madre alucinaría aún más.
—No — suspiró finalmente—. Pero probablemente simplificaría mi vida.
Los rizos de la Sra. Van Damme le llevaron a Lali justo una hora. Cuando  acabó, miró como la vieja rellenaba un cheque, luego la ayudó con su abrigo.
—Gracias por venir, —dijo acompañándola a la puerta.
—Bragas de seda —recordó Wannetta y lentamente salió a la calle.
Diez minutos después de que la Sra. Van Damme saliera, una mujer entró con su hijo de tres años. Lali no le había cortado el pelo a un niño desde La Escuela de Belleza, pero no había olvidado cómo se hacía. Después del primer corte, deseó haberlo hecho. El niño tiró de la pequeña capa plástica que había encontrado en el almacén. Se movió y quejó continuamente y le gritó ¡NO!  Cortarle el pelo se convirtió en un combate. Estaba segura de que si solamente lo pudiera sentar y atar, lograría terminar el trabajo apresuradamente.
—Brandon es un niño tan bueno — arrullada su madre desde la silla vecina—. Mamá está tan orgullosa.
Lali incrédula clavó los ojos en la mujer que piropeaba al Eddie Bauer & REI. A Lali le parecía que la mujer pasaba los cuarenta, y recordó un artículo de una revista que había leído en la oficina del dentista cuestionando la inteligencia de los niños que nacían de óvulos viejos.
—Brandon, ¿quieres una fruta para merendar?
—¡No! — dijo a gritos el resultado de su viejo óvulo.
—Listo — dijo Lali cuándo acabó y puso las manos hacia arriba como si hubiera ganado un campeonato de rodeo. Le cobró a la señora quince dólares con la esperanza de que Brandon iría a Helen la próxima vez. Barrió los rizos rubios del niño, luego puso el letrero de “cerrado para comer” y caminó al deli de la esquina donde normalmente tomaba un sándwich integral de pavo. Durante varios meses había tomado su almuerzo en el deli y había llegado a llamar al dueño, Bernard Dalton, por su nombre de pila. Bernard estaba al final de la treintena. Era pequeño, calvo, y parecía un hombre que disfrutaba de si mismo. Su cara estaba siempre ligeramente enrojecida, como si le faltara un poco la respiración y la forma de su bigote oscuro hacía que pareciera como si siempre estuviera sonriendo.
La prisa por el almuerzo disminuyó cuando Lali entró en el restaurante. La tienda olía a jamón, a pasta y a galletas de chocolate. Bernard la miró desde el postre, pero su mirada rápidamente se apartó. Su cara se puso varios tonos más rojo de lo habitual.
Lo había oído. Había oído el rumor y obviamente lo creía.
Recorrió con la mirada el local, los otros clientes clavaban los ojos en ella y se preguntó cuántos habrían escuchado los chismes. Repentinamente se sintió desnuda y se obligó a sí misma a llegar al mostrador de la parte delantera.
—Hola, Bernard, —dijo, y agregó con voz tranquila—. Ponme un sándwich integral de pavo, como siempre.
—¿Y una light?— preguntó, moviéndose detrás del mostrador.
—Sí, por favor—. Mantuvo la mirada fija en la pequeña taza de las propinas que había al lado de la caja registradora. Se preguntó si el pueblo entero creía que había tenido relaciones sexuales con Peter delante de la ventana. Oyó voces susurrando detrás de ella y tuvo miedo de darse la vuelta. Se preguntó si hablaban de ella, o si sólo estaba siendo paranoica.
Normalmente se llevaba el sándwich a una mesita al lado de la ventana, pero hoy pagó el almuerzo y se apresuró a volver a la peluquería. Tenía el estómago mal y se tuvo que obligar a tomar una porción de comida.
Peter. Este lío era por su culpa. Siempre que bajaba la guardia con él, pagaba el pato. Siempre que él se decidía a embrujarla, perdía la dignidad, por no decir sus ropas.
Un poco después de las dos, tuvo una clienta que necesitaba que le alisara el pelo negro, a las tres treinta Steve, el conductor de excavadoras que había conocido en la fiesta del Cuatro de Julio de Pepo y Cande, entró en la peluquería trayendo con él el aire frío del otoño. Llevaba puesta una chaqueta vaquera revestida de lana. Sus mejillas estaban enrojecidas y sus ojos brillantes, y su sonrisa le dijo que se alegraba de verla. Lali se alegró de ver una cara acogedora.
—Necesito un corte de pelo — anunció.
Con una mirada rápida, se dio cuenta de cómo tenía el pelo—. Claro que lo necesitas —dijo y señaló la cabina—. Cuelga el abrigo y ven aquí atrás.
—Lo quiero corto—. Él la siguió y señaló un lugar por encima de su oreja derecha—. Así. Me pongo un montón de gorros de esquí en invierno.
Lali tenía algo en mente que se vería impresionante en él, y así podría usar “la moto”. Algo que llevaba meses muriéndose de ganas por hacer otra vez. Su pelo tenía que estar seco así que lo sentó en la silla del salón—. No te he visto últimamente —dijo peinando su pelo dorado.
—Hemos estado trabajando bastante para lograr terminar antes de las primeras nieves, pero ahora las cosas ya van más despacio.
—¿Qué haces en el invierno?— preguntó, y encendió la maquinilla.
—Cobro el paro y esquío, — respondió él sobre el zumbido constante.
El paro y esquiar también la habrían atraído cuando tenía veintidós años.
—Suena divertido, —dijo, cortando hacia arriba y con un movimiento giró el aparato y dejó más largo el pelo de la coronilla.
—Lo es. Deberíamos esquiar juntos.
Le habría gustado, pero la estación de esquí más cercana estaba fuera de los límites de Truly.
—No esquío —mintió.
—¿Entonces qué pasa si vengo y te recojo esta noche? Podríamos coger la cena luego ir en el coche hasta Cascade para ver una película.
No podía tampoco ir a Cascade.
—No puedo.
—¿Mañana por la noche?
Lali mantuvo la maquinilla en alto y lo miró en el espejo. Su barbilla estaba en su pecho y la contemplaba directamente con sus grandes ojos tan azules que podía navegar con un barco a través de ellos. Quizá no fuera demasiado joven. Tal vez lo debería reconsiderar. Tal vez entonces, no se sentiría tan sola y vulnerable ante el flautista de Hamelín de las feromonas.
—Cena —dijo y siguió cortando—. Sin película. Y sólo podemos ser amigos.
Su sonrisa era una combinación de inocencia y picardía.
—Podrías cambiar de idea.
—No lo haré.
—¿Qué pasaría si intento hacerte cambiar de idea?
Ella se rió.
—No te pongas demasiado pesado con eso.
—Trato hecho. Iremos despacio.
Antes de que Steve se fuese, le dio el número de teléfono de su casa. A las cuatro treinta, había tenido cuatro clientes en total y una cita para cenar la tarde siguiente. El día no había sido malo del todo.
Estaba cansada y esperaba con ilusión un largo baño en la bañera. Con media hora más podría cerrar la puerta. Se sentó en una silla del salón de belleza con una revista para novias. Para la boda de Cande faltaba menos de un mes y Lali esperaba ilusionada peinar a su amiga.
La campana de encima de la puerta sonó, y vio como entraba Pepo. El rojo profundo de sus mejillas indicaba que había estado fuera todo el día y llevaba las manos metidas en los bolsillos de su cazadora azul de lona. Una profunda arruga surcaba su frente, y no parecía que hubiera ido para cortarse el pelo.
—¿Si, Pepo?— Se levantó y se puso detrás del mostrador.
Él rápidamente miró el salón, luego fijó en ella su mirada oscura.
—Quería hablarte antes de que cerraras.
—De acuerdo—. Colocó la revista sobre el mostrador y abrió la caja registradora. Metió el dinero en una cartera negra y como no habló inmediatamente, le miró—. Dime.
—Quiero que te mantengas lejos de mi hermano.
Lali pestañeó dos veces y lentamente cerró la cremallera de la cartera.
—Oh,— fue todo lo que dijo.
—En menos de un año te marcharás, pero Peter todavía seguirá en este pueblo. Tendrá que sacar su negocio adelante, y tendrá que vivir con todos esos chismes que los dos alentáis.
—No tenía intención de alentar nada.
—Pero lo hiciste.
Lali sintió que sus mejillas se ponían rojas.
—Peter me aseguró que no le importa lo que la gente piense de él.
—Bueno, así es Peter. Dice muchas cosas. Algunas de ellas incluso significan algo—. Pepo hizo una pausa y se rascó la nariz—. Mira, como te dije, te vas dentro de un año, pero Peter tendrá que escuchar todos los chismes sobre tí después de que te vayas. Tendrá que borrar el pasado otra vez.
—¿Otra vez?
—La última vez que te fuiste, se dijeron verdaderas locuras sobre ti y Peter. Esas cosas lastimaron a mi madre, y creo que a Peter también un poco. Aunque dijo que no le importaba a no ser por la pena que le causó a mi madre.
—¿Te refieres a los rumores de que estaba embaraza de Peter?
—Sí, pero lo del aborto fue peor.
Lali pestañeó.
—¿Aborto?
—No me digas que no lo sabes.
—No—.  Ella miró hacia abajo, a sus manos que apretaban con fuerza la cartera. Los viejos rumores la herían y no sabía por qué. No era como si le importara lo que la gente pensara de ella.
—Bueno, alguien te debió haber visto en alguna parte y claro, debió de darse cuenta de que no estabas embarazada. Algunos dijeron que tú abortaste porque el bebé era de Peter. Otros pensaron que tal vez Henry te hizo deshacerte del niño.
Su mirada fue a la de él y sintió una punzada de dolor en el corazón. Ella no había estado embarazada así que no sabía porqué le dolía tanto.
—No había oído nada de eso.
—¿No te lo dijo nunca tu madre? Siempre pensé que por eso probablemente nunca regresaste.
—Nunca me lo dijo nadie—. Pero no estaba sorprendida. Lali guardó silencio y después de un momento le preguntó, — ¿Y alguien se lo creyó?
—Algunos.
Insinuar que ella había puesto fin a un embarazo por Peter, o que Henry había forzado un aborto iba más allá de un insulto. Lali creía en el derecho de una mujer para escoger, pero no creía en el aborto. Ni porque no le gustara el padre, y ni por nada que Henry hubiera dicho.
—¿Qué pensó Peter?
Los ojos oscuros de Pepo la miraron antes de contestar
—Actuó como hace siempre. Como si no le importase, pero se peleó con Scooter Finley cuando Scooter fue tan estúpido como para mencionarlo delante de él.
Peter sabía que no estaba embarazada de su bebé, y la dejó aturdida que el rumor le hubiera molestado y mucho más lo suficiente como para pelearse con Scooter.
—Y ahora estás de regreso y una serie de nuevos rumores ha comenzado. No quiero que mi boda se convierta en una excusa para que mi hermano y tú creéis más chismes.
—Nunca haría eso.
—Bien porque quiero que Cande sea el centro de atención.
—Creo que Peter y yo debemos evitarnos el uno al otro el resto de nuestras vidas.
Pepo buscó en el bolsillo de su abrigo y cogió un juego de llaves.
—Espero que así sea. De otra manera, volverás a herirlo otra vez.
Lali no le preguntó lo que quería decir con aquel comentario. Ella nunca había lastimado a Peter. Imposible. Para que Peter resultara herido por algo, tenía que tener sentimientos humanos como todos los demás, y no los tenía. Tenía el corazón de piedra.
Después de que Pepo se fuera, Lali cerró, luego estudió en el mostrador varias revistas de bodas antes de salir. Tenía algunas grandes ideas, pero no podía concentrarse el tiempo suficiente como para centrarse en los detalles importantes.
Algunos dijeron que tú abortaste porque el bebé era de Peter. Otros pensaron que tal vez Henry te hizo deshacerte del niño. Lali dejó las revistas y apagó las luces. Los viejos rumores eran demasiado fuertes como la insinuación de que el propio padre de Peter la había obligado a abortar porque el bebé era de Peter. Se preguntó qué tipo de persona esparciría algo tan cruel, y ella se preguntó si alguna vez sintieron remordimientos o alguna vez se molestaron en pedir perdón a Peter.
Lali agarró su abrigo y cerró la peluquería. El Jeep de Peter estaba estacionado al lado de su coche en la oscuridad del aparcamiento de la parte trasera. Él actuó como hace siempre. Como si no le importase.
Intentó no preguntarse si realmente había estado tan dolido como Pepo había insinuado. Intentó que no le importase. No después de la forma en que la había tratado el día anterior, le odiaba.
Lali se alejó de las escaleras antes de arrepentirse y fue a la parte trasera de su oficina. Golpeó la puerta tres veces antes de que se abriese, y Peter estaba allí, parado, intimidándola más que una tripulación de piratas. Él cambió el peso de un pie al otro e inclinó su cabeza a un lado. Asombrado levantó las cejas, pero no dijo nada.
Ahora que estaba delante de ella, con la luz de su oficina derramándose en el estacionamiento, Lali no estaba segura de porque había llamado a la puerta. Después de lo sucedido el día anterior, no estaba segura de qué decir.
—Oí algo, y me preguntaba si… —se detuvo y aspiró profundamente. Sus nervios estaban de punta y su estómago revuelto, como si hubiera tomado un triple café con leche seguido de un café expreso. Se cogió las manos y se miró los pulgares. No sabía donde mirar—. Alguien me contó algo horrible, y... me preguntaba si...
—Sí — la interrumpió—. He oído todo eso varias veces hoy. De hecho, Frank Stuart me persiguió hasta encontrarme en una obra esta mañana para preguntarme si había violado las condiciones del testamento de Henry. También te preguntará a ti.
Ella miró hacia arriba.
—¿Qué?
—Estabas en lo cierto. La Sra. Vaughn se lo dijo a todo el mundo, y aparentemente añadió algunos jugosos detalles por su cuenta.
—Oh—.  Ella tocó el ardor de sus mejillas y dio un paso a la izquierda, para salir de la luz—. No quiero hablar de eso. No quiero hablar de lo que sucedió ayer.
Él recostó un hombro contra el marco de la puerta y la miró a través de las sombras de la noche.
—¿Entonces que haces aquí?
—Realmente no lo sé, pero hoy me enteré de un viejo rumor, y quise preguntarte acerca de él.
—¿Qué es?
—Supuestamente, estaba embarazada cuando dejé Truly hace diez años.
—Pero los dos sabemos que eso era imposible ¿no? A menos que por supuesto tú no fueras virgen.
Ella se apartó un poco más, hacia la parte más oscura.
—Oí el rumor de que aborté porque tú eras el padre del bebé—. Lo vio enderezarse y repentinamente ella supo por qué había llamado a la puerta—. Lo siento, Peter.
—Ocurrió hace mucho tiempo.
—Lo sé, pero lo oí hoy por primera vez—. Ella caminó al inicio de las escaleras y puso una mano en la barandilla—. Quieres que todo el mundo piense que nada te altera, pero creo que te lastimó más de lo que nunca admitirías. De otra manera, no habrías golpeado a Scooter Finely.
Peter se balanceó sobre los talones y metió las manos en los bolsillos delanteros.
—Scooter es un grano en el culo, y me cabreó mucho.
Ella suspiró y lo miró por encima del hombro.
—Sólo quiero que sepas que no habría tenido un aborto, eso es todo.
—¿Por qué crees que me importa lo que el pueblo piense de mí?
—Tal vez no te importe, pero tiene que ver con lo que yo siento por ti, o con lo que tú sientes por mí, y eso fue demasiado cruel para que nadie lo dijera. Supongo que sólo quería que supieras que sé como te sentías y que alguien te debería decir que lo lamenta—.  Buscó las llaves en el bolsillo del abrigo y comenzó a bajar las escaleras—. Olvídalo—. Pepo estaba equivocado. Peter actuó como si no le importase porque realmente era así.
—Lali.
—¿Qué?— Ella metió la llave en la cerradura, luego detuvo la mano en la manilla de la puerta.
—Te mentí ayer—. Lo miró por encima del hombro, pero no lo podía ver.
—¿Cuándo?
—Cuando te dije que podías ser cualquiera. Te conocería con los ojos cerrados—. Su voz profunda llegó a través de la oscuridad, más íntima que un susurro cuando agregó, — Siempre sabría que eres tú, Lali—. Luego oyó el chirrido de los goznes seguido por el chasquido de un cerrojo y Lali supo que se había ido.
Se apoyó en la barandilla, pero la puerta estaba cerrada como si Peter nunca hubiera estado allí. Sus palabras habían sido tragadas por la noche como si nunca las hubiera dicho.
Una vez dentro de su apartamento, Lali se sacó los zapatos y metió un Lean Cuisine en el microondas. Encendió la televisión e intentó ver las noticias locales, pero tenía dificultad para concentrarse incluso en el tiempo. Su mente volvía a su conversación con Peter. Recordó lo que había dicho él sobre conocerla con los ojos cerrados, y se recordó a sí misma que Peter era mucho más peligroso cuando era agradable.
Sacó su cena del microondas y se preguntó si Frank Stuart realmente querría preguntarle sobre el último rumor. Justo como hacía diez años, el pueblo murmuraba a sus expensas otra vez. Murmuraba sobre ella y Peter machacando el tema en el mostrador de su peluquería. Pero a diferencia de la vez anterior, ahora no podía huir. No podía escapar.
Antes de que hubiera estado de acuerdo con las condiciones del testamento de Henry, vagabundeaba por todas partes. Siempre había tenido libertad para marcharse cuando le cambiaba el humor. Siempre había tenido el control de su vida. Había tenido una meta. Ahora todo era confuso, revuelto y estaba fuera de control. Y Peter Lanzani estaba justo en la mitad. Él era una de las grandes razones de que su vida se hubiera puesto así.
Lali se levantó y entró en su dormitorio. Deseaba poder culpar de todo a Peter. Deseaba poderlo odiar completamente, pero por alguna razón no podía odiar a Peter. La había enojado más que cualquier otra cosa en su vida, pero nunca había podido realmente odiarle. Su vida sería mucho más fácil si pudiera.
Cuando se quedó dormida esa noche, tuvo otro sueño que rápidamente se convirtió en una pesadilla. Soñaba que era junio y que había cumplido con honradez las condiciones del testamento de Henry. Podía finalmente salir de Truly.
Era libre y ronroneaba de placer. El sol la bañaba con una luz tan brillante que apenas podía ver. Finalmente tenía calor y llevaba un par de plataformas púrpuras. La vida no podía ser mejor.
Max estaba en su sueño, y le daba uno de esos grandes cheques como cuando ella ganó la carrera de caballos… Lo ponía en el asiento del copiloto de su Miata y se metía en el coche. Con los tres millones de dólares al lado, se dirigió fuera del pueblo sintiendo como si le hubieran quitado de encima el peso de un mamut y cuanto más cerca estaba de los límites de Truly, más ligera se sentía.
Condujo hacia los límites del pueblo durante lo que parecieron horas, y cuando la libertad estaba a menos de un kilómetro, su Miata se convertía en un coche de juguete, dejándola a un lado de la carretera con su gran cheque metido debajo de un brazo. Lali miró el coche diminuto al lado del dedo del pie dentro de la plataforma púrpura y se encogió de hombros como si eso pasara todo el tiempo. Se metió el coche dentro del bolsillo para que no lo robaran y se dirigió a los límites del pueblo. Pero no importaba cuánto lo deseara o con qué rapidez caminara, el letrero “Está saliendo de Truly” se mantenía siempre a lo lejos. Comenzó a correr, inclinándose a un lado para equilibrar el peso del cheque de tres millones de dólares. El cheque pesaba cada vez más, pero se negaba a dejarlo atrás. Corrió hasta que le dolieron las piernas y no podía ni dar un paso más. Los límites del pueblo seguían a la misma distancia, y Lali supo sin ninguna duda, que se quedaría en Truly para siempre.
Se incorporó en la cama. Un grito angustioso salió de sus labios. Estaba sudorosa y su respiración agitada.
Como si hubiera tenido la peor pesadilla de su vida.

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Bueno gracias chicas por firmar!!! Se que son caps largos pero prefiero dejarlos todos enteros!! Bueno Gracias a las julis!! :D Me encantan sus noves tambien las re recomiendo!! Ellas son: @siempreconlyp y @amorxca!
Besosss


1 comentario:

  1. me encantooooooooooo! Que tierno Peter. Quiero Laliter a full JAJAJA , naa, de verdad me encanta amigaaa! Quiero mucho máss! jaja

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