Capítulo Once
Lali descolgó el
teléfono. Y lo mantuvo descolgado hasta que dejó su apartamento para ir al
trabajo a la mañana siguiente. Esperó que lo imposible hubiera ocurrido y que
la Sra. Vaughn no hubiera podido ver nada en la peluquería. Tal vez había
tenido suerte.
Pero cuando abrió la
puerta del salón de belleza, Wannetta Van Damme ya esperaba y a los pocos
segundos se hizo patente que aparentemente la suerte de Lali había desaparecido
meses atrás.
—¿Aquí es donde
ocurrió?— preguntó Wannetta mientras entraba cojeando. El sonido del bastón
plateado al caminar, toc, toc, llenó el interior de la estancia.
Lali estaba un poco
asustada para preguntar lo obvio, pero era demasiado curiosa para no hacerlo.
—¿Qué sucedió?— preguntó
y tomó el abrigo de la mujer mayor. Lo colgó en un perchero en la pequeña zona
de recepción.
Wannetta apuntó hacia
el mueble mostrador.
—Es ahí donde Laverne
os vio a ti y a ese chico Lanzani... ¿Sabes?
Una bola se formó en la
garganta de Lali.
—¿Qué?
—Chaca-chaca, — murmuró
la vieja.
La bola bajó hasta su
estómago mientras subía las cejas hasta el nacimiento del pelo.
—¿Chaca-chaca?
—Una canita al aire.
—¿Cana al aire?— Lali
apuntó hacia el mostrador—. ¿Aquí mismo?
—Eso es lo qué Laverne
dijo a todo el mundo anoche en el bingo de la iglesia de la calle setenta,
Jesus the Divine Savior.
Lali caminó hasta una
silla del salón y se hundió en ella. Su cara se puso roja y sus orejas
comenzaron a arder. Había sabido que habría chismes, pero no sabía de qué
calibre.
—¿En el bingo? ¿En la
iglesia?— Su voz se elevó hasta volverse chillona—. ¡Oh, Dios Mío!— Lo debería
haber sabido. Siempre cualquier cosa que tuviera ver con Peter era mala y no
deseaba más que poder culparle por completo. Pero no podía. Él no se había
desabotonado la camisa. Eso lo había hecho ella.
Wannetta se movió hacia
ella, toc, toc, toc.
—¿Es cierto?
—¡No!
—Oh—. Wannetta parecía tan decepcionada como sonaba—.
El menor de los chicos vascos es muy bien parecido. Aunque tiene una reputación
sucia, podría encontrar difícil que una mujer se resistiera, incluida yo misma.
Lali puso una mano en
la frente y aspiró profundamente.
—Él es un demonio.
Malo. Malo. Malo. Mantente lejos de él, Wannetta, o sencillamente podrías
despertarte siendo el tema de horribles rumores—. Su madre iba a matarla.
—La mayoría de los días
me alegro simplemente de levantarme. Y a mi edad, no creo que encontrara esos
rumores tan horribles, — lo dijo mientras se movía hacia el fondo de la
peluquería—. ¿Me puedes arreglar hoy?
—¿Qué? ¿Quieres
peinarte?
—Por supuesto. No vine
sólo para hablar.
Lali enrojeció y
acompañó a la Sra. Van Damme al lavacabezas. La ayudó a sentarse y dejó a un
lado el bastón
—¿Cuánta gente había en
el bingo?— preguntó temiendo la respuesta.
—Oh, Puede que sesenta
más o menos.
Sesenta. Entonces esos sesenta
se lo dirían a sesenta más y se propagaría como un rayo.
—Tal vez sólo debería
suicidarme —masculló. La muerte podría ser preferible a la reacción de su
madre.
—¿Vas a usar ese champú
que huele tan bien?
—Sí—. Lali puso la
toalla en los hombros a Wannetta, luego bajó su espalda al lavacabezas. Abrió
el agua y la probó en su muñeca. Se había pasado el día y la noche anterior
escondiéndose en su apartamento como un topo. Se había sentido emocionalmente
maltratada y magullada por lo que había sucedido con Peter. Y sumamente
avergonzada por su propio abandono.
Mojó el pelo de
Wannetta y lo lavó con el Paul Mitchell. Cuando termino de acondicionarlo, la
ayudó a caminar hasta la silla del salón.
—¿Lo de siempre?— Preguntó.
—Si. Hazlo bien.
—Ya—. Mientras Lali le
quitaba los nudos, las palabras de despedida de Peter todavía hacían eco en su
cabeza. Le habían estado haciendo eco en la cabeza desde que las había dicho. Para
ver si se dejaba. La había besado y tocado sus pechos, sólo para ver si
podía. Había hecho que sus pechos se estremecieran y sus muslos ardieran sólo
para ver si se dejaba. Y ella le
había dejado. Igual que le había dejado hacía diez años.
¿Qué estaba mal en
ella? ¿Qué defecto de personalidad poseía que permitía a Peter derribar sus
defensas? Durante las largas horas en que se había hecho esa pregunta, no se le
había ocurrido ninguna explicación aparte de la soledad. Su reloj biológico
hacía tictac. Tenía que ser eso. No podía oír ningún tictac, pero tenía
veintinueve años, era soltera, y no tenía perspectivas de casarse en un futuro cercano.
Tal vez su cuerpo era una bomba hormonal y no lo sabía.
—A Leroy le gustaba
cuando llevaba bragas de seda, —dijo Wannetta, interrumpiendo los lúgubres
pensamientos de Lali sobre las hormonas—. Él odiaba las de algodón.
Lali hizo crujir los
guantes del látex. No quería ni imaginarse a Wannetta en ropa interior de seda.
—Te deberías comprar
algunas bragas de seda.
—¿Del tipo que pasan
del ombligo?— ¿Del tipo que parecen fundas para los asientos de los coches?
—Si.
—¿Por qué?
—Porqué a los hombres
les gustan. Les gusta que las mujeres lleven puesta ropa interior bonita. Si
consigues unas bragas de seda, puede ser que consigas un marido.
—No, gracias, —dijo
mientras cogía el líquido para rizar y cortaba con las tijeras las puntas.
Incluso si tuviera interés en encontrar un marido en Truly, lo que era
ridículo, sólo iba a estar en el pueblo hasta junio—. No quiero marido—. Pensó
en Peter y en todos los problemas que le había causado desde que había vuelto—.
Y para que lo sepas — agregó, — no creo que los hombres valgan todos los
problemas que causan. Están altamente supervalorados.
Wannetta se quedó
callada mientras Lali le echaba la solución en un lado de la cabeza, hasta tal
punto, que Lali comenzó a preocuparse de si su cliente se había dormido con los
ojos abiertos, o peor todavía, si había fallecido, Wannetta abrió la boca y le
preguntó en voz baja
— ¿Eres una de esas
lesbianas que se pintan los labios? Me lo puedes decir. No se lo diré a nadie.
Y la luna estaba hecha
de queso verde, pensó Lali. Si hubiera sido una lesbiana, entonces no se
habría encontrado besándose con Peter y con sus manos abriendo su camisa. No se
habría encontrado fascinada por su pecho velludo. Se preocupó por la mirada
fija de Wannetta en el espejo y pensó que no podía decirle que sí. Un rumor
como ese podía neutralizar el rumor sobre Peter y ella. Pero su madre
alucinaría aún más.
—No — suspiró
finalmente—. Pero probablemente simplificaría mi vida.
Los rizos de la Sra.
Van Damme le llevaron a Lali justo una hora. Cuando acabó, miró como la vieja rellenaba un
cheque, luego la ayudó con su abrigo.
—Gracias por venir,
—dijo acompañándola a la puerta.
—Bragas de seda
—recordó Wannetta y lentamente salió a la calle.
Diez minutos después de
que la Sra. Van Damme saliera, una mujer entró con su hijo de tres años. Lali
no le había cortado el pelo a un niño desde La Escuela de Belleza, pero no
había olvidado cómo se hacía. Después del primer corte, deseó haberlo hecho. El
niño tiró de la pequeña capa plástica que había encontrado en el almacén. Se
movió y quejó continuamente y le gritó ¡NO!
Cortarle el pelo se convirtió en un combate. Estaba segura de que si solamente
lo pudiera sentar y atar, lograría terminar el trabajo apresuradamente.
—Brandon es un niño tan
bueno — arrullada su madre desde la silla vecina—. Mamá está tan orgullosa.
Lali incrédula clavó
los ojos en la mujer que piropeaba al Eddie Bauer & REI. A Lali le parecía
que la mujer pasaba los cuarenta, y recordó un artículo de una revista que
había leído en la oficina del dentista cuestionando la inteligencia de los
niños que nacían de óvulos viejos.
—Brandon, ¿quieres una
fruta para merendar?
—¡No! — dijo a gritos
el resultado de su viejo óvulo.
—Listo — dijo Lali
cuándo acabó y puso las manos hacia arriba como si hubiera ganado un campeonato
de rodeo. Le cobró a la señora quince dólares con la esperanza de que Brandon
iría a Helen la próxima vez. Barrió los rizos rubios del niño, luego puso el
letrero de “cerrado para comer” y caminó al deli de la esquina donde
normalmente tomaba un sándwich integral de pavo. Durante varios meses había
tomado su almuerzo en el deli y había llegado a llamar al dueño, Bernard
Dalton, por su nombre de pila. Bernard estaba al final de la treintena. Era
pequeño, calvo, y parecía un hombre que disfrutaba de si mismo. Su cara estaba
siempre ligeramente enrojecida, como si le faltara un poco la respiración y la
forma de su bigote oscuro hacía que pareciera como si siempre estuviera
sonriendo.
La prisa por el
almuerzo disminuyó cuando Lali entró en el restaurante. La tienda olía a jamón,
a pasta y a galletas de chocolate. Bernard la miró desde el postre, pero su
mirada rápidamente se apartó. Su cara se puso varios tonos más rojo de lo
habitual.
Lo había oído. Había
oído el rumor y obviamente lo creía.
Recorrió con la mirada
el local, los otros clientes clavaban los ojos en ella y se preguntó cuántos
habrían escuchado los chismes. Repentinamente se sintió desnuda y se obligó a
sí misma a llegar al mostrador de la parte delantera.
—Hola, Bernard, —dijo,
y agregó con voz tranquila—. Ponme un sándwich integral de pavo, como siempre.
—¿Y una light?— preguntó,
moviéndose detrás del mostrador.
—Sí, por favor—. Mantuvo
la mirada fija en la pequeña taza de las propinas que había al lado de la caja
registradora. Se preguntó si el pueblo entero creía que había tenido relaciones
sexuales con Peter delante de la ventana. Oyó voces susurrando detrás de ella y
tuvo miedo de darse la vuelta. Se preguntó si hablaban de ella, o si sólo
estaba siendo paranoica.
Normalmente se llevaba
el sándwich a una mesita al lado de la ventana, pero hoy pagó el almuerzo y se
apresuró a volver a la peluquería. Tenía el estómago mal y se tuvo que obligar
a tomar una porción de comida.
Peter. Este lío era por
su culpa. Siempre que bajaba la guardia con él, pagaba el pato. Siempre que él
se decidía a embrujarla, perdía la dignidad, por no decir sus ropas.
Un poco después de las
dos, tuvo una clienta que necesitaba que le alisara el pelo negro, a las tres
treinta Steve, el conductor de excavadoras que había conocido en la fiesta del
Cuatro de Julio de Pepo y Cande, entró en la peluquería trayendo con él el aire
frío del otoño. Llevaba puesta una chaqueta vaquera revestida de lana. Sus
mejillas estaban enrojecidas y sus ojos brillantes, y su sonrisa le dijo que se
alegraba de verla. Lali se alegró de ver una cara acogedora.
—Necesito un corte de
pelo — anunció.
Con una mirada rápida,
se dio cuenta de cómo tenía el pelo—. Claro que lo necesitas —dijo y señaló la
cabina—. Cuelga el abrigo y ven aquí atrás.
—Lo quiero corto—. Él
la siguió y señaló un lugar por encima de su oreja derecha—. Así. Me pongo un
montón de gorros de esquí en invierno.
Lali tenía algo en
mente que se vería impresionante en él, y así podría usar “la moto”. Algo que
llevaba meses muriéndose de ganas por hacer otra vez. Su pelo tenía que estar
seco así que lo sentó en la silla del salón—. No te he visto últimamente —dijo
peinando su pelo dorado.
—Hemos estado
trabajando bastante para lograr terminar antes de las primeras nieves, pero
ahora las cosas ya van más despacio.
—¿Qué haces en el
invierno?— preguntó, y encendió la maquinilla.
—Cobro el paro y
esquío, — respondió él sobre el zumbido constante.
El paro y esquiar
también la habrían atraído cuando tenía veintidós años.
—Suena divertido,
—dijo, cortando hacia arriba y con un movimiento giró el aparato y dejó más
largo el pelo de la coronilla.
—Lo es. Deberíamos
esquiar juntos.
Le habría gustado, pero
la estación de esquí más cercana estaba fuera de los límites de Truly.
—No esquío —mintió.
—¿Entonces qué pasa si
vengo y te recojo esta noche? Podríamos coger la cena luego ir en el coche
hasta Cascade para ver una película.
No podía tampoco ir a
Cascade.
—No puedo.
—¿Mañana por la noche?
Lali mantuvo la
maquinilla en alto y lo miró en el espejo. Su barbilla estaba en su pecho y la
contemplaba directamente con sus grandes ojos tan azules que podía navegar con
un barco a través de ellos. Quizá no fuera demasiado joven. Tal vez lo debería
reconsiderar. Tal vez entonces, no se sentiría tan sola y vulnerable ante el
flautista de Hamelín de las feromonas.
—Cena —dijo y siguió
cortando—. Sin película. Y sólo podemos ser amigos.
Su sonrisa era una
combinación de inocencia y picardía.
—Podrías cambiar de
idea.
—No lo haré.
—¿Qué pasaría si intento
hacerte cambiar de idea?
Ella se rió.
—No te pongas demasiado
pesado con eso.
—Trato hecho. Iremos
despacio.
Antes de que Steve se
fuese, le dio el número de teléfono de su casa. A las cuatro treinta, había
tenido cuatro clientes en total y una cita para cenar la tarde siguiente. El
día no había sido malo del todo.
Estaba cansada y
esperaba con ilusión un largo baño en la bañera. Con media hora más podría
cerrar la puerta. Se sentó en una silla del salón de belleza con una revista
para novias. Para la boda de Cande faltaba menos de un mes y Lali esperaba
ilusionada peinar a su amiga.
La campana de encima de
la puerta sonó, y vio como entraba Pepo. El rojo profundo de sus mejillas
indicaba que había estado fuera todo el día y llevaba las manos metidas en los
bolsillos de su cazadora azul de lona. Una profunda arruga surcaba su frente, y
no parecía que hubiera ido para cortarse el pelo.
—¿Si, Pepo?— Se levantó
y se puso detrás del mostrador.
Él rápidamente miró el
salón, luego fijó en ella su mirada oscura.
—Quería hablarte antes
de que cerraras.
—De acuerdo—. Colocó la
revista sobre el mostrador y abrió la caja registradora. Metió el dinero en una
cartera negra y como no habló inmediatamente, le miró—. Dime.
—Quiero que te
mantengas lejos de mi hermano.
Lali pestañeó dos veces
y lentamente cerró la cremallera de la cartera.
—Oh,— fue todo lo que
dijo.
—En menos de un año te
marcharás, pero Peter todavía seguirá en este pueblo. Tendrá que sacar su
negocio adelante, y tendrá que vivir con todos esos chismes que los dos
alentáis.
—No tenía intención de
alentar nada.
—Pero lo hiciste.
Lali sintió que sus
mejillas se ponían rojas.
—Peter me aseguró que
no le importa lo que la gente piense de él.
—Bueno, así es Peter.
Dice muchas cosas. Algunas de ellas incluso significan algo—. Pepo hizo una
pausa y se rascó la nariz—. Mira, como te dije, te vas dentro de un año, pero Peter
tendrá que escuchar todos los chismes sobre tí después de que te vayas. Tendrá
que borrar el pasado otra vez.
—¿Otra vez?
—La última vez que te
fuiste, se dijeron verdaderas locuras sobre ti y Peter. Esas cosas lastimaron a
mi madre, y creo que a Peter también un poco. Aunque dijo que no le importaba a
no ser por la pena que le causó a mi madre.
—¿Te refieres a los
rumores de que estaba embaraza de Peter?
—Sí, pero lo del aborto
fue peor.
Lali pestañeó.
—¿Aborto?
—No me digas que no lo
sabes.
—No—. Ella miró hacia abajo, a sus manos que
apretaban con fuerza la cartera. Los viejos rumores la herían y no sabía por
qué. No era como si le importara lo que la gente pensara de ella.
—Bueno, alguien te
debió haber visto en alguna parte y claro, debió de darse cuenta de que no
estabas embarazada. Algunos dijeron que tú abortaste porque el bebé era de Peter.
Otros pensaron que tal vez Henry te hizo deshacerte del niño.
Su mirada fue a la de
él y sintió una punzada de dolor en el corazón. Ella no había estado embarazada
así que no sabía porqué le dolía tanto.
—No había oído nada de
eso.
—¿No te lo dijo nunca
tu madre? Siempre pensé que por eso probablemente nunca regresaste.
—Nunca me lo dijo nadie—.
Pero no estaba sorprendida. Lali guardó silencio y después de un momento le
preguntó, — ¿Y alguien se lo creyó?
—Algunos.
Insinuar que ella había
puesto fin a un embarazo por Peter, o que Henry había forzado un aborto iba más
allá de un insulto. Lali creía en el derecho de una mujer para escoger, pero no
creía en el aborto. Ni porque no le gustara el padre, y ni por nada que Henry
hubiera dicho.
—¿Qué pensó Peter?
Los ojos oscuros de Pepo
la miraron antes de contestar
—Actuó como hace
siempre. Como si no le importase, pero se peleó con Scooter Finley cuando
Scooter fue tan estúpido como para mencionarlo delante de él.
Peter sabía que no
estaba embarazada de su bebé, y la dejó aturdida que el rumor le hubiera
molestado y mucho más lo suficiente como para pelearse con Scooter.
—Y ahora estás de
regreso y una serie de nuevos rumores ha comenzado. No quiero que mi boda se
convierta en una excusa para que mi hermano y tú creéis más chismes.
—Nunca haría eso.
—Bien porque quiero que
Cande sea el centro de atención.
—Creo que Peter y yo
debemos evitarnos el uno al otro el resto de nuestras vidas.
Pepo buscó en el
bolsillo de su abrigo y cogió un juego de llaves.
—Espero que así sea. De
otra manera, volverás a herirlo otra vez.
Lali no le preguntó lo
que quería decir con aquel comentario. Ella nunca había lastimado a Peter.
Imposible. Para que Peter resultara herido por algo, tenía que tener
sentimientos humanos como todos los demás, y no los tenía. Tenía el corazón de
piedra.
Después de que Pepo se
fuera, Lali cerró, luego estudió en el mostrador varias revistas de bodas antes
de salir. Tenía algunas grandes ideas, pero no podía concentrarse el tiempo
suficiente como para centrarse en los detalles importantes.
Algunos
dijeron que tú abortaste porque el bebé era de Peter. Otros pensaron que tal
vez Henry te hizo deshacerte del niño. Lali dejó las revistas y apagó
las luces. Los viejos rumores eran demasiado fuertes como la insinuación de que
el propio padre de Peter la había obligado a abortar porque el bebé era de Peter.
Se preguntó qué tipo de persona esparciría algo tan cruel, y ella se preguntó
si alguna vez sintieron remordimientos o alguna vez se molestaron en pedir
perdón a Peter.
Lali agarró su abrigo y
cerró la peluquería. El Jeep de Peter estaba estacionado al lado de su coche en
la oscuridad del aparcamiento de la parte trasera. Él actuó como hace
siempre. Como si no le importase.
Intentó no preguntarse
si realmente había estado tan dolido como Pepo había insinuado. Intentó que no
le importase. No después de la forma en que la había tratado el día anterior,
le odiaba.
Lali se alejó de las
escaleras antes de arrepentirse y fue a la parte trasera de su oficina. Golpeó
la puerta tres veces antes de que se abriese, y Peter estaba allí, parado,
intimidándola más que una tripulación de piratas. Él cambió el peso de un pie
al otro e inclinó su cabeza a un lado. Asombrado levantó las cejas, pero no
dijo nada.
Ahora que estaba
delante de ella, con la luz de su oficina derramándose en el estacionamiento, Lali
no estaba segura de porque había llamado a la puerta. Después de lo sucedido el
día anterior, no estaba segura de qué decir.
—Oí algo, y me
preguntaba si… —se detuvo y aspiró profundamente. Sus nervios estaban de punta
y su estómago revuelto, como si hubiera tomado un triple café con leche seguido
de un café expreso. Se cogió las manos y se miró los pulgares. No sabía donde
mirar—. Alguien me contó algo horrible, y... me preguntaba si...
—Sí — la interrumpió—. He
oído todo eso varias veces hoy. De hecho, Frank Stuart me persiguió hasta
encontrarme en una obra esta mañana para preguntarme si había violado las
condiciones del testamento de Henry. También te preguntará a ti.
Ella miró hacia arriba.
—¿Qué?
—Estabas en lo cierto.
La Sra. Vaughn se lo dijo a todo el mundo, y aparentemente añadió algunos
jugosos detalles por su cuenta.
—Oh—. Ella tocó el ardor de sus mejillas y dio un
paso a la izquierda, para salir de la luz—. No quiero hablar de eso. No quiero
hablar de lo que sucedió ayer.
Él recostó un hombro
contra el marco de la puerta y la miró a través de las sombras de la noche.
—¿Entonces que haces
aquí?
—Realmente no lo sé,
pero hoy me enteré de un viejo rumor, y quise preguntarte acerca de él.
—¿Qué es?
—Supuestamente, estaba
embarazada cuando dejé Truly hace diez años.
—Pero los dos sabemos
que eso era imposible ¿no? A menos que por supuesto tú no fueras virgen.
Ella se apartó un poco
más, hacia la parte más oscura.
—Oí el rumor de que
aborté porque tú eras el padre del bebé—. Lo vio enderezarse y repentinamente
ella supo por qué había llamado a la puerta—. Lo siento, Peter.
—Ocurrió hace mucho
tiempo.
—Lo sé, pero lo oí hoy
por primera vez—. Ella caminó al inicio de las escaleras y puso una mano en la
barandilla—. Quieres que todo el mundo piense que nada te altera, pero creo que
te lastimó más de lo que nunca admitirías. De otra manera, no habrías golpeado
a Scooter Finely.
Peter se balanceó sobre
los talones y metió las manos en los bolsillos delanteros.
—Scooter es un grano en
el culo, y me cabreó mucho.
Ella suspiró y lo miró
por encima del hombro.
—Sólo quiero que sepas
que no habría tenido un aborto, eso es todo.
—¿Por qué crees que me
importa lo que el pueblo piense de mí?
—Tal vez no te importe,
pero tiene que ver con lo que yo siento por ti, o con lo que tú sientes por mí,
y eso fue demasiado cruel para que nadie lo dijera. Supongo que sólo quería que
supieras que sé como te sentías y que alguien te debería decir que lo lamenta—.
Buscó las llaves en el bolsillo del
abrigo y comenzó a bajar las escaleras—. Olvídalo—. Pepo estaba equivocado. Peter
actuó como si no le importase porque realmente era así.
—Lali.
—¿Qué?— Ella metió la
llave en la cerradura, luego detuvo la mano en la manilla de la puerta.
—Te mentí ayer—. Lo
miró por encima del hombro, pero no lo podía ver.
—¿Cuándo?
—Cuando te dije que
podías ser cualquiera. Te conocería con los ojos cerrados—. Su voz profunda
llegó a través de la oscuridad, más íntima que un susurro cuando agregó, —
Siempre sabría que eres tú, Lali—. Luego oyó el chirrido de los goznes seguido
por el chasquido de un cerrojo y Lali supo que se había ido.
Se apoyó en la
barandilla, pero la puerta estaba cerrada como si Peter nunca hubiera estado
allí. Sus palabras habían sido tragadas por la noche como si nunca las hubiera
dicho.
Una vez dentro de su
apartamento, Lali se sacó los zapatos y metió un Lean Cuisine en el
microondas. Encendió la televisión e intentó ver las noticias locales, pero
tenía dificultad para concentrarse incluso en el tiempo. Su mente volvía a su
conversación con Peter. Recordó lo que había dicho él sobre conocerla con los
ojos cerrados, y se recordó a sí misma que Peter era mucho más peligroso cuando
era agradable.
Sacó su cena del
microondas y se preguntó si Frank Stuart realmente querría preguntarle sobre el
último rumor. Justo como hacía diez años, el pueblo murmuraba a sus expensas
otra vez. Murmuraba sobre ella y Peter machacando el tema en el mostrador de su
peluquería. Pero a diferencia de la vez anterior, ahora no podía huir. No podía
escapar.
Antes de que hubiera
estado de acuerdo con las condiciones del testamento de Henry, vagabundeaba por
todas partes. Siempre había tenido libertad para marcharse cuando le cambiaba
el humor. Siempre había tenido el control de su vida. Había tenido una meta.
Ahora todo era confuso, revuelto y estaba fuera de control. Y Peter Lanzani
estaba justo en la mitad. Él era una de las grandes razones de que su vida se
hubiera puesto así.
Lali se levantó y entró
en su dormitorio. Deseaba poder culpar de todo a Peter. Deseaba poderlo odiar
completamente, pero por alguna razón no podía odiar a Peter. La había enojado
más que cualquier otra cosa en su vida, pero nunca había podido realmente
odiarle. Su vida sería mucho más fácil si pudiera.
Cuando se quedó dormida
esa noche, tuvo otro sueño que rápidamente se convirtió en una pesadilla.
Soñaba que era junio y que había cumplido con honradez las condiciones del
testamento de Henry. Podía finalmente salir de Truly.
Era libre y ronroneaba
de placer. El sol la bañaba con una luz tan brillante que apenas podía ver.
Finalmente tenía calor y llevaba un par de plataformas púrpuras. La vida no
podía ser mejor.
Max estaba en su sueño,
y le daba uno de esos grandes cheques como cuando ella ganó la carrera de
caballos… Lo ponía en el asiento del copiloto de su Miata y se metía en el
coche. Con los tres millones de dólares al lado, se dirigió fuera del pueblo
sintiendo como si le hubieran quitado de encima el peso de un mamut y cuanto
más cerca estaba de los límites de Truly, más ligera se sentía.
Condujo hacia los
límites del pueblo durante lo que parecieron horas, y cuando la libertad estaba
a menos de un kilómetro, su Miata se convertía en un coche de juguete,
dejándola a un lado de la carretera con su gran cheque metido debajo de un
brazo. Lali miró el coche diminuto al lado del dedo del pie dentro de la
plataforma púrpura y se encogió de hombros como si eso pasara todo el tiempo.
Se metió el coche dentro del bolsillo para que no lo robaran y se dirigió a los
límites del pueblo. Pero no importaba cuánto lo deseara o con qué rapidez
caminara, el letrero “Está saliendo de Truly” se mantenía siempre a lo lejos.
Comenzó a correr, inclinándose a un lado para equilibrar el peso del cheque de
tres millones de dólares. El cheque pesaba cada vez más, pero se negaba a
dejarlo atrás. Corrió hasta que le dolieron las piernas y no podía ni dar un
paso más. Los límites del pueblo seguían a la misma distancia, y Lali supo sin
ninguna duda, que se quedaría en Truly para siempre.
Se incorporó en la
cama. Un grito angustioso salió de sus labios. Estaba sudorosa y su respiración
agitada.
Como si hubiera tenido
la peor pesadilla de su vida.
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Bueno gracias chicas por firmar!!! Se que son caps largos pero prefiero dejarlos todos enteros!! Bueno Gracias a las julis!! :D Me encantan sus noves tambien las re recomiendo!! Ellas son: @siempreconlyp y @amorxca!
Besosss
me encantooooooooooo! Que tierno Peter. Quiero Laliter a full JAJAJA , naa, de verdad me encanta amigaaa! Quiero mucho máss! jaja
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