domingo, 13 de mayo de 2012

Cap 3

Buenooo no se pueden quejar!! 3 Caps larguisimos!!! Bueno es todo por hoy!! Se empieza a perfilar como va a ser no?? Espero les guste!! Firmen si pueden y recomienden! Soy @Frilaliter en Tweet si me quieren seguir o si quieren que les avise cuando suba! Gracias a @siempreconlyp y a @amorpxca por firmar!!


Besossss!!!



Capítulo Tres




Lali cerró la cremallera de su maleta y miró alrededor de su dormitorio por última vez. Nada se había alterado desde el día en que ella se fue diez años atrás. El papel rosa de la pared, las cortinas con lazos y su colección de música estaban exactamente igual que los había dejado. Incluso las fotos que había pegado por vanidad en el espejo eran las mismas. Habían mantenido sus cosas esperando que volviera, pero en vez de sentir que le daban la bienvenida, hacían que se sintiera oprimida. Era como si las paredes se le cayeran encima. Tenía que salir de allí.
Ahora lo único que le faltaba era escuchar el testamento y, claro está, decirle a su madre que se iba. Gwen haría lo que pudiera para hacer que Lali se sintiera culpable, y Lali no esperaba el enfrentamiento precisamente con ansia.
Dejó la habitación y bajó las escaleras hacia el despacho de Henry para oír la lectura del testamento. Se había vestido para estar cómoda con un vestido sin mangas y una suave camiseta azul de algodón, y había metido sus pies en un par de sandalias con plataforma que se podía sacar con facilidad en el largo viaje en coche que le esperaba.
En la entrada del despacho, un antiguo amigo de Henry, Frank Stuart, la saludó como si fuera uno de los porteros del Ritz-Carlton.
—Buenos días, Señorita Espósito — dijo mientras entraba en la habitación. Max Harrison, el abogado de Henry, estaba sentado detrás del robusto escritorio y levantó la mirada cuando Lali entró. Lo saludó con la mano e intercambió con él unas palabras antes de tomar asiento al lado de su madre en la primera fila.
—¿Quién falta aquí?— preguntó, refiriéndose a la silla vacía que había a su lado.
—Peter—. Gwen suspiró manoseando las tres vueltas de su collar de perlas—. Aunque no puedo ni imaginarme lo que le habrá dejado Henry en el testamento. Trató de acercarse muchas veces a él estos últimos años, pero Peter le arrojó a la cara cada uno de sus intentos.
Así que Henry había intentado una conciliación. La verdad es no estaba demasiado sorprendida. Siempre había asumido que desde que Henry se convenciera de que no lograría concebir un heredero legítimo con Gwen, fijaría su atención en el hijo que siempre había ignorado.
Menos de un minuto más tarde, Peter entró en la habitación, logrando parecer casi respetable con un pantalón de pana gris carbón y una camisa de seda con listas del mismo color de sus ojos. A diferencia de cómo iba vestido en el entierro, esta vez se había arreglado para la ocasión. Su pelo estaba peinado prolijamente. Su mirada recorrió la habitación, luego tomó asiento al lado de Lali. Ella lo miró por el rabillo del ojo, pero él se quedó mirando fijamente al frente, los pies separados y las manos descansando sobre sus muslos. El aroma limpio de su aftershave llegó a su nariz. No le había hablado desde que la había llamado “Fierecilla” la noche anterior. Lo había ignorado hasta que llegaron a la casa de su madre, sintiendo la misma humillación que la había sobrecogido años atrás. No tenía intención de hablar ahora con semejante imbécil.
—Gracias a todos por asistir — saludó Max, reclamando la atención de Lali—. Para ahorrar tiempo, me gustaría que guardarais todas las preguntas para cuando acabe la lectura—. Se despejó la garganta, cuadró los documentos delante de él, y comenzó a decir con su voz de abogado refinado, —Yo, Henry Espósito, de Truly, domiciliado de Valley County, estado de Idaho, hago y declaro este documento como mi Última Voluntad y Testamento, revocando por este medio todas las Voluntades y Codicillos anteriores.
— “Articulo I: Nombro y designo a mi amigo en el que confió Frank Stuart como interventor de ésta mi última voluntad. Y declaro que ningún otro interventor o beneficiario del testamento estará capacitado para requerir la anulación de cualquier cláusula de su competencia…”
Lali miró un punto detrás de la cabeza de Max y escuchó a medias mientras leía la exposición del testamento. No le preocupaban lo más mínimo los derechos del interventor. Su mente estaba llena de preocupaciones más importantes, con su madre sentada a un lado y Peter al otro. Los dos se odiaban intensamente. Siempre lo habían hecho, y la tensión que llenaba la habitación era casi tangible.
El hombro de Peter rozó el de Lali cuando colocó los codos en los reposabrazos de su silla. Su polo acarició su piel desnuda, por un momento. Lali se obligó a permanecer perfectamente quieta, como si el toque no hubiera ocurrido, como si no hubiera sentido la suave textura de la manga en su piel.
Max procedió a exponer la parte del testamento en la que se refería a sus más antiguos empleados y sus hermanos del Moose Lodge. Luego hizo una pausa y Lali volvió a fijar la mirada en él. Ella le miró mientras pasaba cuidadosamente la página antes de continuar—.  “Artículo III: (A) Cedo y dejo en herencia la mitad de mi bienes tangibles y la mitad de mi hacienda, y no de ninguna otra manera que de la dispuesta más abajo, y añado, por consiguiente, cualquier póliza de seguro no expirada, a mi esposa, Gwen Espósito. Gwen fue una esposa excelente, y la amé profundamente.
— “(B) A mi hija, Mariana Espósito, cedo y dejo en herencia el resto de mi bienes tangibles y el resto de mi hacienda, y no de ninguna otra manera que de la dispuesta más abajo, con la condición que resida dentro de los límites estrictos de Truly, Idaho, sin salir, durante un período de un año a fin de que pueda ocuparse de su madre. El año comenzará a contar a la lectura de este testamento. Si Mariana se rehúsa cumplir las condiciones aquí expuestas, entonces las propiedades referidas en este Articulo III (B) pasarán a mi hijo, Peter Lanzani.”
—¿Qué significa todo eso?— interrumpió Lali. Que su madre la sujetara por el brazo fue lo único que impidió que se pusiera en pie de un salto.
Max la miró, luego devolvió la mirada al documento que había en el escritorio delante de él—.  “(C) Cedo a mi hijo, Peter Lanzani, las propiedades conocidas como Angel Beach y Silver Creek, para que haga con ellas lo que desee, las recibirá siempre y cuando no mantenga relaciones sexuales con Mariana Espósito durante un año. Si Peter rehúsa, o contraviene mis deseos en relación a esta estipulación, la propiedad de arriba revertirá en Mariana Espósito.”
Lali se sentó rígidamente en su silla, sintiendo que había sido atravesada por una corriente eléctrica. El calor sonrojó su cara y sintió como su corazón se detenía. La voz de Max continuó durante algún tiempo más, pero Lali estaba demasiado confundida para oír. Eran demasiadas cosas para asimilarlas a la vez, y no entendía nada de lo que habían leído. Con excepción de la última parte prohibiendo a Peter “que mantuviera relaciones sexuales con ella”. Esa parte había sido un golpe directo para ambos. Un recordatorio del pasado cuando Peter la había usado para vengarse de Henry, y ella le había rogado que lo hiciera. Aun después de su muerte, Henry no había acabado de castigarla. Estaba tan avergonzada que quiso morir. Se preguntó qué pensaría  Peter, pero estaba demasiado asustada para mirarle.
El abogado terminó y levantó la vista del testamento. El silencio llenaba el despacho, y nadie habló durante unos largos momentos, hasta que Gwen expresó la pregunta que estaba en la mente de todos.
—¿Y todas estas estipulaciones son legales?
—Sí — contestó Max.
—¿Entonces, recibo la mitad de la herencia sin ningún tipo de condiciones, incluso aunque Lali herede, y se quede en Truly durante un año?
—Correcto.
—Eso es ridículo, — se mofó Lali, intentando olvidarse de Peter lo mejor posible y concentrándose en su parte—. Estamos en los noventa. Henry no puede jugar a ser Dios. Esto no puede ser legal.
—Te aseguro que lo es. Para heredar, debes estar de acuerdo con las condiciones expresadas en el testamento.
—Ni lo pienses—. Lali se levantó. Sus maletas estaban listas. No estaba dispuesta a que Henry la controlara desde la tumba—. Le doy mi parte a mi madre.
—No puedes. La herencia tiene sus condiciones. Recibes tu parte con la condición de que residas en Truly durante un año. La hacienda será manejada hasta después de ese período. En resumen, no le puedes dar a tu madre lo que no tienes. Y si decides rechazar las condiciones del testamento, entonces tu parte de los bienes revertirá en Peter, no en Gwen.
Y si Lali hiciera eso, entonces su madre la mataría. Pero a Lali no le importaba. No iba a vender su alma por su madre.
—¿Qué pasa si trato de impugnar el testamento?— preguntó súbitamente desesperada.
—No puedes impugnar el testamento simplemente porqué no te guste. Tienes que tener una base sólida, como fraude o falta de aptitud mental.
—Bueno, ahí lo tienes—. Lali levantó las manos, mostrando las palmas—.  Obviamente, Henry estaba desquiciado.
—Mucho me temo que el tribunal mantendría una posición diferente. Tendría que ser demostrado contra toda duda, y no es así. Puede ser considerado caprichoso, pero cumple todos los requisitos de la ley. El hecho es que, Lali, tu porción de la hacienda se estima en casi tres millones de dólares. Henry te ha hecho una joven muy rica. Todo lo que tienes que hacer es residir en Truly durante un año, y a ningún tribunal le va a parecer una condición imposible de cumplir. Puedes aceptar o negarte. Es así de simple.
Lali se recostó en la silla, con la respiración entrecortada. Tres millones. Ella había asumido que hablaban de muchos miles.
—Si estás de acuerdo con las condiciones, entonces —continuó Max, — se te proveerá una mensualidad para tus necesidades.
—¿Cuándo hizo Henry este testamento?— quiso saber Gwen.
—Hace dos meses.
Gwen inclinó la cabeza como si eso lo explicara todo, pero no lo hacía. No para Lali.
—¿Tienes alguna pregunta, Peter?— preguntó Max.
—Sí. ¿Follar constituye una relación sexual?
—¡Oh, Dios Mío!— Gwen se quedó sin aliento.
Lali cerró sus manos en puños y volvió su mirada hacia él. El verde de sus  ojos quemaba de furia, y la cólera afinaba sus labios. Bueno, eso estaba bien; Ella también estaba furiosa. Se miraron fijamente el uno al otro como dos combatientes dispuestos a pelear.
—Tú—dijo ella, levantando la barbilla y mirándole como si fuera una mierda que tenía que quitar de los zapatos — eres el demonio.
—¿Y que pasa con el sexo oral?— preguntó Peter que continuaba con la mirada fija en Lali.
—Esto…Peter, — Max habló con tensión—. No creo que nosotros…
—Creo que sí, —interrumpió Peter—. A Henry obviamente le concernía. Estaba tan preocupado que lo incluyó en su testamento—. Devolvió su dura mirada hacia el abogado—. Creo que necesitamos saber las reglas exactas para que no haya ningún tipo de confusión.
No estoy confundida — dijo Lali.
—Por ejemplo —continuó Peter como si ella no hubiera hablado—. Nunca he considerado una función de una sola noche una relación. Sólo dos cuerpos desnudos restregándose uno contra otro, sudando y pasando un buen rato. Por la mañana te despiertas solo. Ninguna promesa que tengas intención de cumplir. Ningún compromiso. Ninguna mirada a nadie en el desayuno. Sólo sexo.
Max se aclaró la garganta.
—Creo que lo que Henry quería era que no hubiera ningún tipo de contacto sexual.
—¿Y cómo lo sabreis?
Peter lo miró.
—Es fácil. No tendría relaciones sexuales contigo ni aunque me fuese la vida en ello.
Él la miró y levantó una ceja con escepticismo.
—Bueno —interpuso Max, — como interventor, es deber de Frank Stuart ver si las condiciones están siendo cumplidas.
Peter fijó su atención en el interventor, que se levantó en la parte de atrás de la habitación.
—¿Vas a espiarme, Frank? ¿A mirar a hurtadillas por mis ventanas?
—No, Peter. Creeré tu palabra si estás de acuerdo con las condiciones del testamento.
—No sé, Frank —dijo y volvió su mirada a Lali otra vez. Sus ojos permanecieron mucho tiempo en su boca antes de bajar por su garganta hacia su pecho—. Ella es preciosa. ¿Qué pasa si simplemente no puedo controlarme?
—¡Basta ya!— Gwen se levantó y señaló a Peter—. Si Henry estuviera aquí, no te comportarías así. Si Henry estuviera aquí, tendrías más respeto.
Él miró a Gwen mientras se ponía de pie.
—Si Henry estuviera aquí, entonces le patearía el culo.
—¡Era tu padre!
—No fue nada más que un donante de esperma —se mofó dirigiéndose a la puerta y asestó su último golpe de gracia antes de salir—. Y desgraciadamente para todos nosotros dio en el blanco —dijo, dejando tras él un silencio aturdido.
— Peter lo hace todo más desagradable —dijo Gwen después de que oyeran cerrarse la puerta principal—. Henry trató de reconciliarse, pero Peter lo rechazó todo el tiempo. Creo que es porque siempre ha estado celoso de Lali. Su comportamiento aquí hoy lo prueba, ¿no creéis?
La cabeza de Lali comenzó a latir.
—No lo sé—. Se llevó las manos a la mejilla—. Nunca he sabido porque hace Peter lo que hace—. Peter siempre había sido un misterio para ella, incluso cuando eran niños. Siempre había sido imprevisible y nunca había fingido entender porqué se comportaba como lo hacía. Un día actuaba como si apenas pudiera tolerar su presencia en el pueblo, y al día siguiente le decía algo agradable, o hacía que los otros niños dejaran de meterse con ella. Y cuando llegaba a un punto en el que ella comenzaba a pensar que era simpático, la sorprendía, dejándola estupefacta y con la boca abierta. Como hoy, o como el día que le había dado con una bola de nieve entre los ojos. Ella estaba en tercer grado, esperando delante de la escuela a que su madre pasara a recogerla. Recordaba estar a un lado de donde Peter y un grupo de amigos suyos construían un fuerte de nieve con una bandera. Recordaba cómo su grueso pelo negro y su piel bronceada contrastaba contra toda esa nieve blanca. Llevaba puesto un suéter azul marino de lana con parches de cuero en los hombros, y sus mejillas estaban rojas por el frío. Ella le había sonreído, y él le había lanzado una bola de nieve y prácticamente la había dejado inconsciente. Había tenido que ir a la escuela con los dos ojos morados, que pasaron por el verde y el amarillo antes de desvanecerse completamente.
—¿Qué pasa ahora?— preguntó Gwen, arrancando a Lali del pasado.
—Si nadie impugna el testamento, podremos iniciar los trámites enseguida—. Max miró a Lali—. ¿Vas a impugnar el testamento?
—¿Con qué fin? Me has hecho ver que la intención de Henry hacia mí era que tomara o dejara sus condiciones.
—Eso es cierto.
Debería haber sabido que Henry pondría condiciones en su última voluntad. Debería haber sabido que trataría de hacer que ella asumiera el control, pero al mismo tiempo controlándola a ella y a todos los demás desde la tumba. Ahora todo lo que tenía que hacer era una elección. O el dinero o su alma. Media hora atrás habría dicho que su alma no estaba en venta, pero eso había sido antes de que hubiera oído el precio. Media hora antes todo había estado muy claro. Ahora repentinamente la línea era borrosa, y no sabía qué más pensar.
—¿Puedo vender las propiedades que me deja Henry?
—Tan pronto como te pertenezcan legalmente.
Tres millones de dólares a cambio de un año de su vida. Luego, podría ir dondequiera que quisiera. Desde que había dejado Truly hacía diez años, nunca había permanecido en un lugar más que unos pocos años. Siempre se sentía inquieta y con los nervios a flor de piel por permanecer en un lugar mucho tiempo. Cuando la urgencia de mudarse aparecía, siempre le hacía caso a la primera señal. Con todo ese dinero, podría ir donde quisiera. Hacer lo que se le antojara, y tal vez encontrar un lugar que pudiera llamar hogar.
Lo último en el mundo que quería era volver a vivir en Truly. Su madre la sacaría de quicio. Estaría loca si se quedara y perdiera un año de su vida.
Estaría chiflada si no lo hiciera.


El Jeep Wrangler derrapó, deteniéndose a pocos metros de lo que una vez había sido un enorme granero. El fuego había sido tan intenso, que el edificio se había derrumbado sobre sí mismo, dejando un montón de escombros en su mayor parte irreconocibles. A la izquierda, un cimiento ennegrecido, un montón de cenizas, y pedazos de vidrio de vasos rotos era todo lo que quedaba del cobertizo de Henry.
Peter desembragó el Jeep y paró el motor. Hubiera apostado cualquier cosa a que el viejo no había pretendido que el fuego llegara también a los caballos. Había estado allí la mañana siguiente al fuego cuando el forense sacó lo que había quedado de Henry de las cenizas. Peter había esperado no sentir nada. Y se sorprendió por hacerlo.
Con excepción de los cinco años que Peter había vivido y trabajado en Boise, había residido en el mismo pequeño pueblo que su padre toda su vida, los dos ignorándose mutuamente. No fue hasta que Pepo y él habían trasladado su pequeña empresa constructora a Truly cuando Henry finalmente había reconocido a Peter. Gwen había llegado a los cuarenta años y Henry finalmente aceptó el hecho que nunca tendría niños con ella. Cuando el tiempo se acabó, centró su atención en su único hijo. Pero para entonces, Peter ya estaba en los veintitantos y no tenía ningún interés en una reconciliación con el hombre que siempre se había negado a reconocerle. Por lo que a él concernía, el repentino interés de Henry era un caso de muy poco y muy tarde.
Pero Henry estaba resuelto. Hizo ofertas persistentes a Peter de dinero o propiedades. Le ofreció miles de dólares por cambiar su nombre por Espósito. Cuando Peter se negó, Henry dobló la oferta. Peter pronto le dijo que lo dejara en paz.
Le ofreció a Peter una parte de sus negocios si actuaba como su hijo.
—Ven a cenar — como si eso compensase toda una vida de indiferencia. Peter le rechazó.
A la larga sin embargo, comenzaron una coexistencia algo tirante. Peter tenía la cortesía de escuchar sus ofertas y tentaciones antes de rehusarlas. Incluso ahora, Peter tenía que admitir que algunas de las ofertas habían sido bastante buenas, pero lo mismo las había rechazado. Henry lo acusó de obstinación, pero era más desinterés que cualquier otra cosa. Simplemente a Peter no le interesaban, pero incluso aunque hubiera sido tentado, todo tenía un precio. Nada era gratis. Había un intercambio. Quid pro quo.
Incluso hacía seis meses. En un esfuerzo para salvar la brecha entre ellos, Henry le hizo a Peter un regalo muy generoso, una oferta de paz limpia de polvo y paja. Le cedió la escritura de Crescent Bay.
—Así mis nietos siempre tendrán la mejor playa de Truly —había dicho.
Peter tomó el regalo, y al cabo de una semana, envió los planos a la ciudad para construir condominios en los cinco acres de propiedad frente a la playa. El proyecto preliminar fue aprobado de forma rápida, antes de que Henry lo supiese y lo pudiese detener. El hecho que el viejo no se enterara hasta que fue demasiado tarde había sido una suerte increíble.
Henry se había enfurecido. Pero lo olvidó rápidamente porque había algo que quería más que cualquier otra cosa. Quería algo que sólo Peter le podría dar. Quería un nieto. Un descendiente directo. Henry tenía dinero, propiedades y prestigio, pero no tenía tiempo. Le habían diagnosticado un cáncer muy avanzado de próstata. Y sabía que iba a morir.
—Sólo escoge una mujer — había ordenado Henry hacía varios meses después irrumpir en las oficinas del centro del pueblo de Peter —. Deberías de poder dejar a alguien embarazada. Sabe Dios que has practicado lo suficiente como para hacerlo.
—Te lo he dicho, nunca he encontrado una mujer con la que quisiera casarme.
—No tienes que casarte, por el amor de Dios.
Peter no quería tener un bastardo con cualquiera, y odió a Henry por sugerírselo a él, su hijo bastardo, como si las consecuencias no tuvieran importancia.
—Lo haces por fastidiarme. Te dejaré todo cuando me vaya. Todo. He hablado con mi abogado, y tendré que dejarle a Gwen algo para que no presente una demanda contra mi testamento, pero tendrás todo lo demás. Lo único que tienes que hacer es traer una mujer embarazada antes de que me muera. Si no puedes escoger a alguien, lo haré por ti. Alguien de una buena familia.
Peter le había mostrado la puerta.
El móvil sonó en el asiento del copiloto, pero lo ignoró. No se había sorprendido cuando se enteró de que la causa de la muerte de Henry había sido un disparo a bocajarro a la cabeza antes de quemarse. Henry sabía que empeoraba, Peter habría hecho lo mismo.
El alguacil Crow había sido el que le dijo a Peter que Henry se había suicidado, pero muy pocas personas sabían la verdad. Gwen lo quiso de ese modo. Henry había muerto como había querido, pero antes había creado un infierno de testamento.
Peter se había figurado que Henry le dejaría algo, pero nunca había esperado que pusiera la condición de que Peter hiciera o no hiciera con Lali. ¿Por qué ella? Un presentimiento realmente malo pasó por su cabeza, temió saber la respuesta. Sonaba perverso, pero tuvo la horrible sensación de que Henry trataba de escoger a la madre de su nieto.
Por razones que no quería pensar demasiado, Lali siempre había sido molesta para él. Desde el principio. Como aquella vez que estaba parada delante de la escuela con su mochila y su abrigo azul con un cuello de piel falsa, con aquella masa de cabello rubio con rizos brillantes alrededor de su cara. Sus grandes ojos castaños lo habían mirado, y una sonrisa curvó sus labios rosados. Su pecho se contrajo y se le hizo un nudo en la garganta. Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo, había cogido una bola de nieve y se la había lanzado a la frente. No supo porqué lo había hecho, pero había sido la única e incomparable vez que su madre le pegó con un cinturón en el trasero. No porque hubiera golpeado a Lali, sino porque había golpeado a una chica. La siguiente vez que la vio en la escuela, ella parecía el Zorro, con ambos ojos morados. La había mirado a los ojos, con el estómago revuelto y deseando poder volver a casa y esconderse. Había tratado de disculparse, pero siempre se había escapado cuando le veía venir. No podía culparla.
Después de todos estos años, lo que ella pensara aún le importaba. Era la forma en que lo miraba algunas veces. Como si fuera suciedad, o peor, cuándo le miraba como si no existiera. Le hacía querer acercarse y pellizcarla, sólo para oírla quejarse.
Hoy no había tenido intención de lastimarla o provocarla. Por lo menos no hasta que se había referido a él como si pareciera escoria. Pero escuchar el testamento de Henry lo había provocado. Sólo pensar sobre eso lo disgustaba todavía más. Él pensó en Henry y Lali, y otra vez tuvo aquel mal presentimiento.
Peter alcanzó la llave de contacto y se volvió al pueblo. Tenía algunas preguntas, y Max Harrison era la única persona que conocía las respuestas.
—¿Qué puedo hacer por ti?— Preguntó el abogado tan pronto como lo hicieron pasar a un despacho espacioso que daba a la calle.
Peter no perdió el tiempo en preliminares.
—¿El testamento de Henry es legal, o puedo impugnarlo?
—Como te dije cuando lo leí, es legal. Pero puedes perder el dinero intentándolo—. Max le pareció cauto antes de agregar — Pero no ganarás.
—¿Por qué lo hizo? Tengo mis sospechas.
Max miró al joven parado en su oficina. Había algo imprevisible e intenso acechando bajo esa fachada indiferente. A Max no le gustaba Lanzani. No le había gustado la forma en que se había comportado antes. No le gustó el poco respeto que había mostrado ante Gwen y Lali; un hombre nunca debía jurar en presencia de señoras. Pero la voluntad de Henry le había gustado todavía menos. Se sentó en una silla de cuero detrás del escritorio, y Peter se sentó frente a él.
—¿Cuáles son tus sospechas?
Peter fijó con frialdad su mirada en Max y dijo sin reservas:
—Henry quiere que deje preñada a Lali.
Max recapacitó sobre si decir la verdad a Peter. No sentía ni amor ni lealtad hacia su anterior cliente. Henry había sido un hombre muy difícil y había ignorado sus consejos profesionales repetidamente. Había advertido a Henry sobre redactar un testamento tan caprichoso y potencialmente dañino, pero Henry Espósito siempre tenía que hacer las cosas a su manera, y el dinero era demasiado bueno como para que Max lo mandara a otro abogado.
—Creo que es lo que intentaba — contestó con sinceridad, quizá porque se sentía un poco culpable por la parte que le tocaba.
—¿Por qué simplemente no lo puso en el testamento?
—Henry lo hizo así por dos razones. Primera, que no creía que estuvieras dispuesto a tener un niño por propiedades o dinero. Y segunda, le informé que si estipulaba eso y tú impugnabas el testamento por esa condición, fecundar a una mujer, posiblemente podrías ganar gracias a los principios morales. Henry pensó que habría algún juez que podría llegar a pensar que tú tienes principios morales en lo que se refiere a las mujeres, y eso echaría por tierra el testamento—.  Max hizo una pausa y vigiló las rígidas mandíbulas de Peter. Tuvo el placer de ver una reacción, por muy leve que fuese. Tal vez ese hombre no estaba completamente desprovisto de emoción humana—. Existía la posibilidad de que un juez lo declarase mentalmente incompetente.
—¿Por qué Lali? ¿Por qué no otra mujer?
—Tenía la impresión de que tú y Lali teníais un pasado oculto en común, — dijo Max—. Y pensó que si te prohibía que tocaras a Lali, te sentirías obligado a desafiarle, como lo hiciste en el pasado.
La ira apretaba la garganta de Peter. No había habido ningún pasado oculto entre Lali y él. “Oculto” incluso sonaba como un alucinante Romeo y Julieta. En cuanto a lo otro, la teoría de la relación prohibida, qué Max había dicho, podría haber sido verdad una vez, pero Henry la había cortado de raíz. Peter ya no era un niño que quería cosas que no podía tener. Ya no hacía las cosas sólo para desafiar al viejo y no se sentía atraído por la muñeca de porcelana que siempre le paraba las manos.
—Gracias, —dijo levantándose—. Sé que no tenías porqué decirme nada.
—Cierto. No tenía porqué hacerlo.
Peter estrechó la mano extendida de Max. No creía que le gustara al abogado, lo cual no le importaba en absoluto.
—Espero que Henry viese lo que no existía, —dijo Max—. Espero, por el bien de Lali, que no obtenga lo que quiere.
Peter no perdió el tiempo contestándole. La virtud de Lali estaba a salvo de él. Salió por la puerta principal de la oficina y caminó por la acera hacia su Jeep. Podía oír su móvil sonando incluso antes de abrir la puerta. Paró y volvió a empezar. Puso en marcha el motor y cogió el teléfono. Era su madre queriendo información acerca del testamento y recordándole que fuera a su casa para almorzar. No necesitaba que se lo recordara. Louis y él almorzaban en casa de su madre varias veces a la semana. Así se quedaba tranquila con respecto a sus hábitos alimenticios y evitaban que se presentara en sus casas y les ordenara los cajones de los calcetines. 
Pero hoy en particular no quería ver a su madre. Sabía cómo reaccionaría ante el testamento de Henry y realmente no quería hablar con ella sobre eso. Gritaría y se enfurecería y dirigiría sus insultos acalorados a cualquiera con el apellido Espósito. Suponía que tenía muchas razones legítimas para odiar a Henry.
Su marido Louis se había matado conduciendo uno de los camiones de transporte forestal de Henry, dejándola con un hijo pequeño, Pepo, para criarlo ella sola. Unas cuantas semanas después del entierro de Pepo, Henry había ido a su casa para ofrecer sus condolencias y simpatía. Cuando salió de la casa, lo había hecho con la firma de la joven y vulnerable viuda en un documento quitándole la responsabilidad de la muerte de Louis. Había puesto un cheque en su mano y un hijo en su vientre. Después de que Peter naciera, Benita se había enfrentado a Henry, pero él había negado al bebé que posiblemente fuera suyo. Y había continuado negándolo durante la mayor parte de la vida de Peter.
Aunque Peter imaginaba que su madre tenía derecho a enojarse, cuando llegó a su casa, se sorprendió ante la cólera con la que reaccionó. Maldijo el testamento en tres idiomas: Español, Vasco e Inglés. Peter entendió sólo parte de lo que dijo, pero la mayor parte de su discurso se dirigió hacia Lali. Y ni siquiera le había contado la absurda estipulación sexual. No quería ni pensar como se pondría cuando lo supiera.
—¡Esa chica! — dijo extremadamente furiosa, cortando una barra de pan—. Siempre antepuso a esa neska izugarri a su hijo. Su propia sangre. Ella no es nada, nada. Pero lo obtiene todo.
—Puede que se vaya del pueblo, —recordó Peter. A él no le importaba si Lali se quedaba o se iba. No quería ni los negocios de Henry ni el dinero. Henry ya le había dado la única propiedad que había querido.
—¡Bah! ¿Y porqué se iba a ir? Tu tío Josu puede hacer algo sobre eso.
Josu Olechea era el único hermano de su madre. Pertenecía a la tercera generación de ganaderos de ovejas, con su propia tierra cerca de Marsing. Desde que Benita estaba viuda, consideraba a Josu el cabeza de familia, sin importar que sus hijos fueran hombres.
—No le molestes con esto —dijo Peter y apoyó un hombro contra el refrigerador. Cuando eran niños, como siempre estaban metidos en líos, su madre creía que Pepo y él necesitaban una certera influencia masculina, y los había mandado a que pasaran un verano con Josu y sus pastores. Lo adoraron hasta que descubrieron las chicas.
La puerta trasera se abrió y su hermano entró en la cocina. Pepo era más bajo que Peter. Fornido, con los ojos y el pelo negro que había heredado de sus padres—. Y bien — empezó  Pepo, cerrando la puerta de tela metálica tras él—. ¿Qué te dejó el viejo?
Pepo sonrió y se enderezó. Su hermano apreciaría la herencia.
—Te va a encantar.
—No obtuvo prácticamente nada — profirió su madre, llevando un plato de pan de molde al comedor.
—Me dejó su propiedad de Angel Beach y el terreno de Silver Creek.
Las gruesas cejas de Pepo se elevaron en su frente y un destello de luz centelleó en sus ojos oscuros.
—Joder — incluso a los treinta y cuatro años lo murmuró para que su madre no le oyera.
Peter se rió y los dos siguieron a Benita al comedor, luego se sentaron a la pulida mesa de roble. Observaron como su madre colocaba el mantel que había sacado para el almuerzo.
—¿Qué vas a hacer en Angel Beach?— preguntó Pepo, suponiendo correctamente que Peter querría explotar la tierra. Benita podía no darse cuenta del valor de la herencia de Peter, pero su hermano sí lo hacía.
—No sé. Tengo un año para pensarlo.
—¿Un año?
Benita puso dos platos con “guisado de vaca” frente a sus hijos, luego tomó asiento. Estaba muy caliente, y Peter no tenía ganas de guiso—. Consigo la propiedad si hago algo. Bueno, realmente, si no hago algo.
—¿Intenta que cambies tu nombre de nuevo?
Peter levantó la mirada de su plato. Su madre y su hermano estaban mirándolo. No le dio más vueltas. Eran su familia y creía que la familia tenía derecho, otorgado por Dios, para meter sus narices en sus cosas. Cogió un trozo de pan y comió un bocado.
—Hay una condición, — comenzó después de tragar—. Las propiedades serán mías dentro de un año si no me vuelvo a liar con Lali.
Lentamente Pepo dejó su cuchara.
—¿Liarte? ¿Cómo?
Peter miró de reojo a su madre, que tenía los ojos clavados en él. Ella nunca había hablado a ninguno de sus hijos de sexo. Ni siquiera lo había mencionado. Había dejado la conversación a su Tío Josu, pero para entonces, ambos niños Lanzani sabían más que suficiente de todo eso. Volvió a mirar a su hermano y levantó una ceja.
Pepo tomó un trozo de carne.
—¿Qué pasa si lo haces?
—¿Cómo que qué pasa?— Peter miró ceñudamente a su hermano mientras cogía la cuchara. Incluso si estuviera lo suficientemente loco como para querer a Lali, lo cual no era así, ella lo odiaba. Lo había visto hoy en sus ojos.
—Suenas como si hubiera una posibilidad.
Pepo no dijo nada. No tenía que hacerlo. Conocía la historia de Peter.
—¿Qué sucede?— preguntó su madre, que no sabía nada pero que sentía que tenía todo el derecho del mundo de saberlo
—Entonces las propiedades son para Lali.
—Por supuesto. ¿No es suficiente con que obtenga lo que es legítimamente tuyo? Ahora sólo tendrá que ir detrás de ti para poner sus manos en tu propiedad, Peter —predijo su madre, generaciones de malpensada y cautelosa sangre vasca atravesaban sus venas. Sus ojos oscuros se entrecerraron—.  Cuídate de ella. Es tan ávida como su madre.
Peter seriamente dudaba que tuviera que cuidarse de Lali. La noche anterior cuando la llevó en el Jeep a casa de su madre, se había sentado en su Jeep interpretando fielmente a una estatua, la luz de luna le lanzaba sombras grises a su perfil, dejándole saber que estaba regiamente enfadada. Y después de lo de hoy, estaba firmemente seguro de que le evitaría como a un leproso.
—Prométemelo, Peter —continuó su madre—. Ella siempre te metió en problemas. Ten cuidado.
—Lo haré.
Pepo asintió.
Peter miró ceñudamente a su hermano y cambió de tema a propósito.
—¿Cómo está Sophie?
—Viene a casa mañana —contestó Pepo.
—Que noticia más maravillosa—. Benita sonrió y puso una rebanada de pan al lado de su plato.
—Había esperado tener un poco más de tiempo a solas con Cande antes de contarle a Sophie sobre la boda —dijo Pepo —. No sé cómo se lo tomará.
—A la larga, se acostumbrará a su nueva madrastra. Todo resultará muy bien — predijo Benita. Le gustaba mucho Cande, aunque no fuera vasca, ni católica, lo que quería decir que Pepo no podría casarse por la iglesia. Nunca tenía en cuenta que Pepo estaba divorciado y no podría casarse por la iglesia de ninguna manera. Pero Benita no estaba preocupada por Pepo. Pepo estaría bien. Pero sí lo estaba por Peter. Se preocupaba por Peter. Siempre lo hacía. Y ahora que la chica estaba de regreso se preocuparía todavía más.
Benita odiaba a cualquiera con el apellido Espósito. La mayor parte de su odio era para Henry por la forma en que la había tratado a ella y a su hijo, pero también odiaba a esa chica y a su madre. Durante años, observó desfilar a Lali con ropas buenas y bonitas mientras Benita tenía que remendar las ropas de Pepo para Peter. Lali tenía bicicletas nuevas y juguetes caros mientras Peter tenía que conformarse con cosas de segunda mano. Y mientras veía a Lali con muchas más cosas de las que una niña necesitaba, también había observado a su hijo, sus orgullosos hombros erguidos, sus mejillas al aire. Un hombrecito estoico. Y cada vez que lo veía fingir que no tenía importancia, su corazón se rompía un poco más. Cada vez que le observaba mirar a esa chica, se le rompía aún más.
Benita se enorgullecía de sus dos hijos y les amaba por igual. Pero Peter era diferente a Pepo.  Peter era tan pero que tan sensible.
Ella miró desde el otro lado de la mesa a su hijo menor. Peter siempre le partía el corazón.

1 comentario: