lunes, 28 de mayo de 2012

Cap 16


Hola chicas!!! Bueno les dejo otro cap!!!! :D Gracias a las lectoras que firman!!! Estaba pensando en subir otra cuando esta se termine! Veo luego que hago! Espero les guste el de hoy y firmen!! Si hay firmas por ahi dejo otro a la noche!! Besosss

 Capítulo Dieciséis




El desfile inauguraba el Festival de Invierno de Truly y se inició con un escándalo que duraría décadas cuando el hombre seleccionado para hacer de Santa, Marty Wheeler, lo arruinó todo al caerse de cabeza fuera del trineo y perder el conocimiento. Marty era bajo, tan regordete como un perro faldero, y peludo como un mono. Se dedicaba a reconstruir motores de Chevron en la Sexta y era instructor de “kung fu dojo” para hombres muy hombres. El hecho de que Marty estuviera borracho no había conmocionado a nadie ni antes ni durante el desfile. Su elección de ropa interior, sin embargo, dejó sin habla a la gente. Cuando los paramédicos abrieron el traje de Santa y dejaron al aire su tanga rosa de viuda alegre, todo el mundo se quedó aturdido. Todo el mundo menos Wannetta Van Damme, que siempre había creído que el hombre de cuarenta y tres años era “un poco mariposón”
Lali casi lamentó perderse ver a Marty en ropa interior, pero había estado ocupada con la decoración del vestíbulo del Grange para el desfile de modas. Ayudó a decorar la plataforma con estrellas plateadas y doradas y la pista del desfile con ramas del pino y luces de Navidad. En secreto, colocó las luces de tal manera que iluminaran los espejos y las sillas. Llevó gel y espuma, grandes botes de laca y algunas ramas de acebo. Creía que la gente de Truly no estaba preparada para nada extremo en un desfile. Nada de arbustos de rosas ni nidos de pájaro para aquellas señoras. Llevó fotos de trenzas, recogidos y las colas de caballo que podría arreglar entre diez y quince minutos por cabeza.
La función estaba previsto que empezara a las siete, y a las seis y media, Lali estaba inmersa en su trabajo. Ella trenzó pelo con cuerdas y lazos, los puso del revés y cabeza abajo. Se contorsionó, agachó y giró y escuchó el último chisme, el secreto de Marty había tenido un hueco en el menú.
—Una de las enfermeras en el hospital se lo dijo a Patsy Thomason que me contó que Marty llevaba uno de esos tangas, además también,… — la esposa del alcalde, Lillie Tanasee, informaba a Lali mientras ponía una pequeña corona en el pelo castaño rojizo de la mujer. Lillie al igual que su joven hija, se había vestido con tafetán a juego rojo y verde—. Patsy dijo que el tanga y las bragas eran de Victoria’s Secret. ¿Puedes imaginarte algo tan chabacano?
Lali había trabajado con muchos peluqueros gays durante años, pero nunca los había visto sin ropa.
—Al menos no se pone baratijas. No me importa lo chabacano siempre que no sea barato.
—Mi marido me compró uno de esos de nailon sin entrepierna — confesó una mujer que aguardaba el turno. Cubrió las orejas de la niñita disfrazada de duende a su lado—. Era tres tallas pequeño y de tan mal gusto que me sentí como una prostituta.
Lali negó con la cabeza mientras tejía algunas bayas de acebo en el pelo de Lillie.
—La lencería barata hace que una mujer se sienta como una fulana—. Cogió un bote de laca y roció la cabeza de Lillie. La hija del alcalde Misty se sentó después, y Lali hizo un peinado igual al de su madre. Varias mujeres que se habían peinado así mismas estaban apartadas de las demás; Benita Lanzani estaba entre ellas. Por el rabillo del ojo, Lali observó a la madre de Peter hablar con su grupo de amigas. Creía que Benita tenía alrededor de cincuenta y cinco años, pero parecía diez años más vieja. Se preguntó si era culpa de los genes o de la amargura que tuviera tantas arrugas en la frente y alrededor de la boca. Le echó un vistazo a su madre y no se sorprendió cuando descubrió que sus cabellos ya estaban perfectos. Helen no estaba por ningún lado, pero Lali no estaba sorprendida por su ausencia.
Las que prefirieron que las arreglara Lali se ordenaron por edad y estilo de vestido. Alguna llevaban elegantes terciopelos, otras elaborados disfraces. La favorita de Lali fue una joven madre disfrazada de Señora del Invierno y su niño que daba los primeros pasos con un disfraz de copo de nieve. Se llevó la mayor sorpresa cuándo Cande llegó disfrazada con un camisón y quiso que le hiciera una trenza francesa. Lali había hablado con ella varias veces desde que regresó de la luna de miel semanas antes. Habían almorzado juntas un par de veces, pero Cande no había mencionado que pensara participar.
—¿Cuándo te decidiste a venir?
—El pasado fin de semana. Pensé que sería bonito que Sophie y yo hiciéramos algo juntas.
Lali miró alrededor.
—¿Dónde está Sophie?— Por un breve momento se preguntó si Cande sabía sobre las notas que Sophie le había dejado, pero supuso que de ser así ya lo habrían mencionado a esas alturas.
—Cambiándose. Ayudó a Pepo y Peter a trabajar en la escultura de hielo. Cuando la recogí en Larkspur Park, no llevaba puesto el sombrero y el abrigo tenía abierta la cremallera. Será un milagro si mañana no está enferma.
—¿Qué es lo que va a llevar?
—Un camisón que hicimos. Nos inspiramos “En el día antes de navidad”.
—¿Cómo te llevas con Sophie ahora que vives con ella?— preguntó Lali mientras cogía el pelo de Cande y lo dividía en tres mechones en lo alto de su cabeza.
—Es un cambio enorme para las dos. Me gusta que coma en la mesa de la cocina, y siempre la han dejado comer donde le diera la gana como las gallinas.  Sólo son cosas como esa. Si no tuviera trece años, sería más fácil—. Cande se miró en el espejo y ajustó las sábanas alrededor de su cuello—. Pepo y yo queremos tener un bebé, pero pensamos que deberíamos esperar hasta que Sophie se acostumbre a tenerme cerca antes de traer otro niño a la familia.
Un bebé. Usó todos los dedos para hacer la trenza de Cande. Pepo y Cande planeaban tener familia. Lali ni siquiera tenía novio, y cuándo pensaba en un hombre en su vida, el único que se le venía al pensamiento era Peter. Pensaba bastante en él últimamente. Incluso mientras dormía. Había tenido otra pesadilla la noche anterior, sólo que esta vez los días avanzaban y su coche no había desaparecido. Podía salir de Truly, pero el pensamiento de que nunca volvería a ver a Peter rompía su corazón. No sabía qué era peor, vivir en el mismo pueblo e ignorarle, o no vivir en el mismo pueblo y no tener que obligarse a ignorarle. Estaba confundida y el patético pensamiento era que tal vez debería ceder a lo inevitable y comprarse un gato—. Supongo que te enteraste de lo de Marty Wheeler —dijo obligándose a dejar esos pensamientos.
—Por supuesto. Me pregunto qué quería demostrar llevando un tanga debajo del traje de Santa. Tú sabes que esas cosas son realmente incómodas.
—¿Y oíste lo de la liga de encaje?— Lali agarró una goma y aseguró el final de la trenza.
Cande se levantó y estiró su disfraz—. Imagínate. ¿Puedes imaginarte la escena?
—Me duele sólo de pensarlo— divisó a Sophie esperando unos metros detrás, intentando no parecer avergonzada y culpable con su camisón largo y el pañuelo en su cabeza—. ¿Quieres que te arregle el pelo?— preguntó.
Sophie negó con la cabeza y apartó la mirada.
—Es casi nuestro turno, Cande.
Después de que Cande salió a desfilar por la pasarela, Lali peinó el pelo de Neva Miller en una cola de caballo, luego hizo unas trenzas a sus cuatro hijas. Neva habló sin pausa sobre su iglesia, su marido el reverendo Tim, y Dios. No dejó de hablar de Jesus renacido, que amaba más que sonreía, y Delany quería preguntarle si recordaba cuando se tiraba a la selección de fútbol durante el descanso.
—Deberías venir a nuestra iglesia mañana — dijo Neva mientras reunía a sus chicas preparándolas para salir a la pasarela—. Nos reunimos desde las nueve hasta el mediodía.
Lali antes prefería quemarse en el infierno toda la eternidad. Recogió el material sobrante y fue en busca de su madre. Ya no vería a Gwen hasta después de año nuevo, y quería despedirse y desearle un buen viaje. Durante años se había pasado las navidades con amigos que se habían apiadado de ella y la habían invitado a su casa para la Cena de Navidad. Este año estaría completamente sola, y se percató mientras abrazaba a su madre y prometía vigilar a Duke y Dolores, que quería pasar la Navidad en casa como antes. Especialmente ahora que Max entraba en el lote. El abogado parecía tener el poder de impedir que su madre criticara todo lo referente a la vida de Lali.
La nieve cayó encima de su cabeza mientras cargaba todas sus cosas en el Cadillac de Henry. No llevaba guantes y sus manos se congelaron cuando raspó las ventanas. Estaba exhausta y le dolían los hombros, y tomó la curva hacia la parte de atrás de la peluquería demasiado rápido. El Cadillac se deslizó sin rumbo en el aparcamiento patinando hasta que finalmente el guardabarros trasero chocó contra la puerta de Construcciones Lanzani, bloqueándola. Lali sabía que los hermanos no iban a trabajar hasta el día siguiente, y de todas maneras, estaba demasiado cansada para que le importara. Se puso un camisón y gateó a la cama. Le pareció que no había dormido demasiado antes de que alguien golpease su puerta. Miró de reojo el reloj en su mesilla de noche mientras el golpeteo continuaba. Eran las nueve y media de la  mañana del domingo, y no tenía que ver a Peter para saber quien estaba golpeando la puerta. Cogió su bata roja de seda pero no se molestó en lavarse la cara o cepillar su pelo. Creía que él se merecía el susto por despertarla tan temprano en su día de descanso.
—¿Qué diablos te pasa?— Fueron las primeras palabras que salieron de su boca cuando irrumpió su apartamento pareciendo la cólera de Dios.
—¿Yo? No soy yo quien está golpeando la puerta como un lunático.
Él se cruzó de brazos e inclinó la cabeza a un lado.
—Tienes intención de deslizarte sobre las carreteras del pueblo todo el invierno, o sólo hasta que te mates?
—No me digas que te preocupas por mí—. Se ató el cinturón de seda con fuerza alrededor de su cintura, después caminó detrás de él hacia la cocina—. Eso quiere decir que realmente te intereso.
Él envolvió su mano alrededor de su brazo y la detuvo.
—Hay ciertas partes de tu cuerpo que sí me interesan.
Ella escudriñó su rostro, sus labios apretados en una línea recta, con el ceño fruncido, y el deseo en sus ojos enfurecidos. Él estaba más enojado de lo que alguna vez le había visto, pero no podía ocultar que la deseaba.
—Si me deseas, ya sabes mis condiciones. Ninguna otra mujer.
—Ya, y los dos sabemos que me llevaría unos dos minutos hacerte cambiar de idea.
Era cierto y hacía meses que había aprendido que discutir con él era como desafiarlo para que la desmintiera. Quería creer que podría resistirse a la tentación, pero en lo más profundo sabía que el no tardaría ni un minuto y medio en bajar sus defensas. Se liberó de su presa y entró en la cocina.
—Dame las llaves del coche de Henry — dijo él.
—¿Para qué?— Sacó la jarra de la cafetera y la llenó de agua—. ¿Qué vas a hacer, robarlo?
El portazo de la puerta principal fue su respuesta. Colocó la jarra en el mostrador y entró en la sala de estar. Su bolso había sido vaciado sobre la mesa para café y tuvo el presentimiento de que sus llaves no estaban. Salió corriendo al porche, y sus pies se hundieron en la nieve al dar el primer paso fuera—. Oye — gritó a su espalda, — ¿dónde crees que vas? ¡Devuélveme las llaves, imbécil!
Su risa llegó hasta ella.
—Baja y cógelas.
Había varias buenas razones por las que pudiera poner los pies desnudos en la nieve. Que ardiera el edificio, una plaga de ratas, un buen trozo de pastel de chocolate, pero el Cadillac de Henry no era una de ellas.
Peter se metió en el coche plateado y encendió el motor. Raspó el hielo que cubría una parte del parabrisas, y luego se fue. Cuando regresó una hora más tarde, Lali estaba totalmente vestida y lo esperaba en la puerta.
—Tienes suerte de que no llamara al Sheriff —dijo mientras subía las escaleras hacia ella.
Él tomó su mano y puso las llaves en su palma. Sus ojos estaban al mismo nivel de los de ella—. No corras.
¿No corras? Su corazón corría a toda velocidad y su respiración estaba atrapada en la garganta mientras esperaba que la besara. Estaba tan cerca que si sólo se echaba un poco hacia adelante…
—No corras, no vaya a ser que te mates —dijo, luego se giró y bajó las escaleras.
La desilusión disminuyó la carrera de su corazón con un inquietante ruido sordo. Al lado de la barandilla, lo observó entrar en su oficina, luego se movió hasta el Cadillac estacionado debajo. Miró con atención a través de las ventanas a las latas de gel y espuma que había puesto la noche anterior en el asiento de atrás. Ninguna abolladura. Ni roce. El coche estaba como siempre, pero ahora tenía los cuatro neumáticos preparados para la nieve, con cadenas.



La mañana del lunes hubo tan poco trabajo que Lali pudo colgar las luces de Navidad en el pequeño árbol que había comprado para la zona de recepción. Era de sólo un metro de altura, pero llenaba la peluquería de olor a pino. A mediodía el negocio no había mejorado y todo el día fue igual hasta que cerró a las cinco y media. El jurado para las esculturas de hielo pasaría por Larkspur Park a las seis, y apresurándose se cambió y se puso unos pantalones vaqueros, un suéter beige de algodón con la bandera americana en el frente y sus Doc Marten. No estaba tan interesada en las esculturas como en encontrar a cierto hombre vasco que se había ocupado de las ruedas del coche de Henry el día anterior.
Cuando llegó a Larkspur, el aparcamiento estaba lleno y el jurado estaba avanzando. El sol se había ocultado y las luces del parque daban brillo a un maravilloso mundo de formas de cristal de imponente altura. Lali pasó ante una de “La Bella y la bestia” de tres metros, un montañero corpulento con su mulo a remolque, y “Puff el Dragon Mágico”. Cada detalle exquisito había sido tallado, dándoles vida a la negra noche con las luces brillantes. Se movió entre la gente pasando ante Dorothy y Toto, un pato enorme y una vaca del tamaño de un monovolumen. El aire frío congeló sus orejas, y se metió las manos desnudas en los bolsillos de su abrigo de lana. Encontró la escultura de Construcciones Lanzani en la parte más alejada del lado oeste, rodeada de personas y jueces. Peter y Pepo habían esculpido una casita de caramelo con todos los detalles, bolas de chicle de hielo y palotes de caramelo. La casa era lo suficientemente grande como para meterse dentro, pero estaba cerrada hasta después de que los jueces tomaran su decisión. Lali buscó a Peter y lo vio parado al lado de su hermano. Llevaba una parka negra North Face[1] con forro blanco, pantalones vaqueros, y botas de trabajo. Gail Oliver estaba parada a su lado, su brazo enroscado en el de él. Una oleada ardiente de celos revolvió el estómago de Lali, y podría haber perdido los nervios y pasado de largo si él no hubiera levantado la vista, fijando su mirada en la de ella.
Se obligó a sí misma a moverse hacia él pero le habló a Pepo porque era más fácil.
—¿Está por aquí Cande en alguna parte?
—Sophie y ella fueron al servicio — contestó Pepo, sus ojos oscuros moviéndose de Lali a Peter, y luego hacia ella otra vez—. Está por ahí, volverá en seguida.
—En realidad quería hablar con Peter—. Se volvió y contempló al hombre responsable de los caóticos sentimientos que colisionaban en su corazón. Miró fijamente su cara, y supo que de alguna manera se había enamorado locamente del niño que la solía fascinar y atormentar al mismo tiempo. Ahora ambos eran adultos, pero nada había cambiado. Sólo había encontrado nuevas y mejores formas de torturarla—. Si tienes un minuto, necesito hablar contigo.
Sin preguntar se apartó de Gail y se movió hacia ella.
—¿Qué hay, Fierecilla?
Ella recorrió con la mirada la gente alrededor de ellos, luego escudriñó su cara. Sus mejillas estaban rojas y podía ver el vaho de su respiración contra la oscuridad—. Quería darte las gracias por las cadenas para la nieve. Te esperé hoy, pero no fuiste a la oficina. Así que pensé que podría encontrarte aquí—. Ella se balanceó sobre los talones y se miró la punta de sus botas—. ¿Por qué lo hiciste?
—¿El qué?
—¿Poner cadenas para nieve al coche de Henry? Nadie me había comprado cadenas nunca—. Una risa nerviosa escapó de sus labios—. Fue algo realmente bonito.
—En realidad soy un tipo agradable.
Una comisura de la boca se curvó.
—No, no lo eres—. Negó con la cabeza y levantó la mirada hacia la de él—. Eres grosero y arrogante la mayor parte del tiempo.
Su sonrisa mostró sus dientes blancos y llenó de arrugas las esquinas de sus ojos.
—¿Y qué soy cuando no soy grosero y arrogante?
Ahuecó las manos sobre la boca y respiró sobre sus manos heladas.
—Engreído.
—¿Y?— Él extendió la mano y sujetó sus dedos entre las palmas calientes de sus manos.
Por el rabillo del ojo ella tuvo un vislumbre de Gail moviéndose hacia ellos.
—Veo que he venido en mal momento—. Liberó la mano y la metió en el bolsillo—. Hablaremos otro día, cuando no estés ocupado.
—No estoy ocupado ahora— dijo cuando Gail llegaba a su lado.
—Hola, Lali.
—Gail.
—No pude ir la noche del desfile— Gail miró a Peter y sonrió—. Tuve algo que hacer, pero oí que hiciste un trabajo muy bueno este año.
—Creo que todos estuvieron muy bien—. Lali dio un paso atrás. Los celos retorcían como un cuchillo ardiente su vientre y necesitaba apartarse de Peter y Gail y la imagen de ellos juntos—. Ya nos veremos.
—¿Dónde vas?— preguntó él.
—Tengo que echarle un vistazo a Duke y Dolores — contestó, lo que sonó lamentable incluso a sus oídos—. Después quedé con algunos amigos — continuó mintiendo para rescatar su orgullo y levantó su mano brevemente, luego comenzó a marcharse.
Sin que lo esperara, en tres largas zancadas Peter la alcanzó.
—Te acompaño al coche.
—No tienes que hacerlo—. Ella lo contempló, luego miró a Gail sobre el hombro, que los seguía con la mirada mientras caminaban hacia el aparcamiento—. Volverás loca a tu cita.
—Gail no es mi cita, y no necesitas preocuparte por ella—. Atrapó la mano de de Lali en la suya y la metió en el bolsillo de su abrigo—. ¿Por qué tienes que atender a los perros de Henry?
Pasaron delante de un genio de hielo sentado sobre su lámpara. No sabía si creerle lo de Gail, pero por ahora decidió darle el beneficio de la duda.
—Mi madre se fue con Max Harrison—. Él entrelazó sus dedos con los suyos y un cosquilleo caliente subió por su muñeca—. Van a celebrar las navidades en uno de esos cruceros tropicales.
Mientras se movían entre la multitud, Peter se paró delante del genio.
—¿Y qué pasa con tus navidades?
El cosquilleo llegó a su codo y siguió subiendo por su brazo.
—Las celebraremos cuando vuelva. No es un buen trato. Pero soy capaz de estar sola durante las fiestas. De todas maneras, no he tenido una Navidad de verdad desde que dejé pueblo.
Él no dijo nada durante unos momentos mientras caminaban bajo la luz de una farola del parque y a través de un sendero oscuro.
—Las pasabas sola.
—En realidad no. Normalmente encontraba a alguien que se apiadaba de mí. Y además, siempre fue porque quise. Podía haber regresado y disculparme por haber sido una decepción y no la hija que mis padres querían, pero unos regalos y un fuego de Navidad no valían ni mi orgullo ni mi libertad—. Se encogió de hombros y a propósito cambió de tema—. No has contestado a mi pregunta.
—¿Cúal era?
—Las ruedas. ¿Por qué lo hiciste?
—Nadie estaba a salvo mientras conducías ese gran coche de Henry. Era sólo cuestión de tiempo que atropellaras a un par de niños.
Ella contempló su perfil en la oscuridad.
—Mentiroso.
—Cree lo que quieras — dijo, negándose a admitir que quería cuidar de ella.
—¿Cuánto te debo?
—Considéralo un regalo de navidad.
Llegaron al estacionamiento y caminaron entre un Bronco y un descapotable.
—No tengo nada para ti.
—Sí, tienes algo—. Él se detuvo y llevó su mano a la boca. Pasó sus labios sobre sus nudillos—. Cuándo no soy grosero y arrogante y engreído... ¿qué soy?
Ella no podía ver su cara claramente en la oscuridad, pero no necesitaba ver sus ojos para saber que clavaba los ojos en ella por encima de su mano. Podía sentir su mirada con la misma fuerza que sentía su caricia.
—Tú eres…  —Ella sentía como se derretía, allí mismo en el aparcamiento con sus pies congelados y la temperatura bajo cero. Quería estar con él—. Eres el hombre en quien pienso todo el rato—. Ella liberó su mano y se puso de puntillas—. Pienso en tu cara apuesta, tus hombros anchos y tus labios—. Envolvió sus brazos alrededor de su cuello y se apretó contra él. Él subió y bajó la mano por su espalda, manteniéndola cerca. Su corazón latía en sus oídos y ella enterró su nariz fría justo debajo de su oreja—. Luego pienso en lamerte.
Sus manos se pararon.
—Por todas partes—. Tocó con la punta de su lengua un lado de su garganta.
—Jesus, María y José —gimió—. ¿Cuándo tienes que reunirte con tus amigos?
—¿Qué amigos?
—Dijiste que habías quedado con unos amigos esta noche.
—Ah, bueno—. Se había olvidado de su mentira—. No tiene importancia. No se preocuparan si no aparezco.
Él volvió a mirarla.
—¿Y qué pasa con los perros?
—En realidad, tengo que dejarlos salir un rato. ¿Qué pasa con Gail?
—Te dije que no te preocuparas por ella.
—¿La ves a menudo?
La Veo.
—¿Te estás acostando con ella?
Ella podía ver las comisuras fruncidas de su boca.
—No.
El corazón de Lali se hinchó, y plantó su boca en la de él, devorándole con un beso caliente que los dejó a los dos jadeantes.
—Ven Conmigo.
—¿A casa de Henry?
—Sí.
Él no dijo nada durante un momento, y ella no podía imaginarse lo que estaba pensando.
—Te encontraré allí — dijo él finalmente—. Necesito hablar con Pepo, y pasarme por la farmacia.
No tuvo que preguntarle para qué. Le dio un beso en los labios y se fue. Ella lo observó marcharse, sus zancadas largas y seguras llevándole de vuelta al parque.
Mientras iba en el coche a casa de su madre, se dijo a sí misma que Peter era suyo esa noche y nada más tenía importancia. Sintió la leve vibración de las cadenas de metal incrustándose en la nieve y golpeando el asfalto e intentó convencerse de que esa noche sería suficiente. Tenía que creerlo.
Cuando abrió la verja de la casa de su madre, Duke y Dolores la saludaron con un meneo de rabo y lenguas mojadas. Los dejó salir y estaba de pie sobre la acera cuando se metieron en la nieve hasta la barriga, dos perros dorados en una gruesa manta blanca. Se había acordado de los guantes esta vez y había hecho algunas bolas de nieve para que Duke las atrapara con la boca.
Tal vez podría convencer a Peter de que ella era suficiente para él. Quería creer que no estaba liado con nadie. Quería creerle cuándo había dicho que no se estaba acostando con Gail, pero no podía confiar en él por completo. Lanzó una bola de nieve a Dolores. La golpeó en uno de sus lados y la Weimaraner miró a su alrededor sin saber de donde había venido el golpe. Lali sabía que había más que sexo entre ellos, y Peter tenía que saberlo también. Lo podía ver en sus ojos cuando la miraba. Era caliente e intenso, y después de esa noche, quizá la querría sólo a ella.
No puedo ser fiel a una mujer, y no has dicho nada que me haga querer intentarlo.
Él la deseaba. Ella le deseaba. Él no la amaba. Pero ella le amaba tanto que le dolía. Sus sentimientos no conducían a un agradable y lento paseo por el túnel de amor. Al igual que todo lo que involucraba a Peter, comprender que lo amaba había sido como un shock, como una bofetada que la había dejado estupefacta. Y tan confundida que tenía la impresión de que estaba riéndose y llorando a la vez y no había vuelta atrás, ya había perdido hasta la cabeza.
Mientras hacía otra bola de nieve, oyó el motor de Jeep antes de ver los focos delanteros iluminando el camino de acceso. El doble tracción paró bajo un charco de luz delante del garaje, y Duke y Dolores atravesaron el patio hasta el lado del conductor, ladrando como locos. La puerta se abrió y Peter saltó el escalón.
—Hola, perros—. Se inclinó hacia ellos para acariciarlos detrás de las orejas antes de mirar hacia arriba—. Hola, Fierecilla.
—¿Vas a dejar de llamarme así alguna vez?
Él volvió a mirar a Duke y Dolores.
—No.
Lali tiró la bola de nieve que tenía en la mano y le dio en la parte superior de la cabeza. La nieve ligera se desintegró con el impacto y se redujo a polvo sobre su pelo oscuro y los hombros de la parka negra. Lentamente él se enderezó, luego sacudió la cabeza, llenando la noche de copos blancos—. Creía que eras lo suficientemente lista como para no empezar una pelea de bolas de nieve conmigo.
—¿Qué vas a hacer, ponerme un ojo morado?
—No—. Él se movió hacia ella subiendo la acera, el ruido de sus botas sonaba amenazador en el aire tranquilo de la noche.
Ella cogió más nieve y la apretó ágilmente en sus manos enguantadas.
—Si intentas cualquier payasada, lo lamentarás.
—Me asustas, Fierecilla.
Ella tiró la bola de nieve que explotó contra su pecho.
—Te lo debía—. Ella dio un paso atrás y se hundió en polvo blanco hasta las rodillas.
—Me debes bastante—. La cogió por la parte superior de los brazos y la levantó hasta que las puntas de sus Doc Marten apenas tocaban tierra—. Cuando termine contigo, no vas a ser capaz de caminar durante una semana.
—Me asustas — dijo arrastrando las palabras. Él miró sus párpados bajos, y ella pensó que la estrecharía contra su cuerpo y la besaría. No lo hizo. La lanzó hacia atrás. Un grito alarmado escapó de sus labios mientras volaba unos metros antes de caer sobre la nieve. Fue como aterrizar en una almohada, y se quedó allí atontada, mirando fijamente el negro cielo repleto de estrellas centelleantes. Duke y Dolores ladraron, subiendo sobre su pecho, y lamiendo su cara. Sobre el jadeo pesado de los perros excitados, ella oyó el sonido de una profunda carcajada. Apartó a la fuerza los perros y se enderezó.  —Imbécil—. Sacó la mano de la nieve y se sacó el guante—. Ayúdame—. Tendió la mano y esperó hasta que la levantó sobre los pies antes de usar todo su peso y arrastrarlo con ella al suelo. Aterrizó encima de ella con un ouuu. El aturdimiento se reflejó en su entrecejo como si realmente no pudiera creer lo que había sucedido.
Ella trató de respirar profundamente pero no pudo.
—Eres muy pesado.
Él rodó sobre su espalda, llevándola con él, lo cuál era exactamente donde quería estar. Colocó las piernas a los lados de él, y le cogió el cuello con ambas manos.
—Ríndete y no tendré que lastimarte.
Él la contempló como si estuviera chiflada.
—¿A una chica? No en esta vida.
Los perros saltaron sobre ellos como si fueran obstáculos, y ella cogió un puñado de nieve y la dejó caer en su cara.
—Ven y mira esto, Duke. Es el increíble hombre de las nieves.
Con la mano sin guante, él rozó los copos blancos sobre su piel y las lamió de sus labios.
—Voy a pasar un buen rato haciéndote pagar esto.
Ella bajó la cara y pasó la punta de su lengua sobre su labio inferior.
—Déjame hacer eso por ti—. Ella sintió su respuesta en su respiración y el apretón en sus brazos. Ella besó su boca caliente y chupó su lengua. Cuando acabó, se incorporó sobre sus caderas, su abrigo de lana se desplegó alrededor de ellos. A través de sus pantalones vaqueros ella sintió su deseo lleno empujando en ella, duro y patente—. ¿Tienes un carámbano en el bolsillo, o te alegras de verme?
—¿Carámbano?— Él deslizó sus manos bajo el abrigo y sobre sus muslos—. Los carámbanos están fríos. Tú estás encima de treinta centímetros calientes.
Ella levantó los ojos al cielo de la noche.
—Treinta centímetros—. Él era grande, pero no tan grande.
—Es un hecho demostrado.
Lali se rió y se apartó de él. Sin embargo, podía tener razón en lo de la parte caliente. Ciertamente sabía como provocar su fuego.
—Tengo el culo congelado—. Él se sentó y Duke y Dolores subieron de un salto sobre él—. Vale, fuera —dijo apartándolos con fuerza y ayudó a Lali a ponerse de pie. Ella sacudió la nieve de su parka; Él la sacudió de su pelo. En el porche abrieron la puerta, luego entraron. Lali se sacó el abrigo y lo colgó en el perchero. Mientras él miraba alrededor, ella aprovechó para estudiarlo. Llevaba una camisa de franela, por supuesto. Sólida franela roja dentro de un Levi’s descolorido.
—¿Alguna vez has estado aquí antes?
—Una vez—. Le devolvió la mirada—. Cuando se leyó el testamento de Henry.
—Ah, bueno—. Ella recorrió con la mirada alrededor, tratando de ver el vestíbulo con nuevos ojos, como si nunca hubiera estado allí. Era una casa victoriana típica. Pintura blanca y empapelado, madera oscura y suelo de tarima,  gruesas alfombras persas hechas a mano, y un reloj antiguo de pared. Todo denotaba riqueza y resultaba un poco opresivo, y ambos eran conscientes que si Henry hubiera tenido interés en ser su padre, Peter habría crecido en esa enorme casa. Se preguntó si se consideraba afortunado.
Se quitaron las botas mojadas y congeladas en la puerta, y ella sugirió que encendiera un fuego en la sala mientras iba a la cocina y hacía café irlandés. Cuando volvió diez minutos más tarde, lo encontró de pie ante la tradicional chimenea, clavando los ojos en el retrato de la madre de Henry que había encima de la repisa. Había sólo un leve parecido entre Alva Morgan Espósito y su único nieto. Peter parecía fuera de lugar entre sus ancestrales antepasados. Su propia casa era mucho más agradable, con las luces indirectas y las piedras de río y las suaves sábanas de franela.
—¿Qué opinas?— preguntó colocando una bandeja sobre la mesa.
—¿Sobre qué?
Señaló el cuadro de la madre de Henry, que se había mudado a la capital del estado mucho antes de la llegada de Lali a Truly. Henry había llevado a Gwen y a Lali a visitar a la vieja varias veces al año hasta que murió en 1980, y hasta donde Lali podía recordar, el retrato era bastante halagüeño. Alva había sido una mujer flaca, alta y huesuda como una cigüeña, y Lali recordaba su olor a tabaco rancio y Aqua-net[2]—. Sobre tu abuela.
Peter inclinó la cabeza hacia un lado—. Pienso que me alegro de parecerme a mi madre, y tú tienes suerte de ser adoptada.
—No te contengas—. Rio Lali—. Dime lo que realmente piensas.
Peter se volvió a mirarla y se preguntó lo que haría ella si se lo dijera. Paseó la mirada por su cabello y sus grandes ojos castaños, el arco de su frente y sus labios llenos. Había estado pensando en un montón de cosas últimamente, cosas que nunca ocurrirían, cosas que era mejor no imaginarse. Cosas como que le gustaría despertarse con Lali cada mañana durante el resto de su vida y ver como se volvía gris su cabello—. Pienso que el viejo debe ser realmente feliz ahora mismo.
Ella le dio una taza, luego cogió otra para ella y la llenó.
—¿Cómo es que crees eso?
Él tomó un sorbo de café y sintió el whisky arder en su estómago. Le gustó sentir eso. Le recordaba lo que sentía por ella.
—Henry no quería que estuviéramos juntos.
Él se preguntó si le debía decir la verdad, y pensó por qué demonios no lo iba a hacer.
—Estás equivocada. Quería qué acabáramos juntos. Por eso estás atrapada en Truly. No para acompañar a tu madre—. Las arrugas de su frente le dijeron que no creía absolutamente nada de lo qué decía—. Confía en mí en esto.
—De acuerdo, ¿pero por qué?
—¿Quieres saberlo de verdad?
—Sí.
—Bien. Unos meses antes de morir, me ofreció todo. Me dijo que tendría que dejar algo para Gwen, pero que me dejaría todo lo demás si le daba un nieto. Te habría excluido por completo—. Hizo una pausa antes de agregar, — Lo mandé al infierno.
—¿Por qué haría eso?
—Supongo que pensó que un hijo bastardo era mejor que nada, y si yo no tengo hijos, entonces toda esa superior sangre Espósito muere conmigo.
Ella frunció el ceño y negó con la cabeza.
—Está bien, pero eso no tiene nada que ver conmigo.
—Sí que lo tiene—. Él le cogió la mano libre y la acercó—. Es de locos, pero pensó, por lo que sucedió en Angel Beach que estaba enamorado de ti—. Rozó sus nudillos con el pulgar.
Su mirada observó su cara hasta que desvió la vista.
—Tienes razón. Es de locos.
Él dejó caer la mano.
—Si no me crees, pregúntale a Max. Él sabe todos los detalles. Redactó el testamento
—Hay algo que aún no tiene sentido. Era muy arriesgado, y Henry era demasiado controlador para arriesgarse así. Por ejemplo, ¿y si me hubiera casado antes de que muriese? Podía haber vivido bastantes años, y mientras tanto, incluso podía haberme hecho monja o algo por el estilo.
—Henry se suicidó.
—De ninguna manera—. Ella negó con la cabeza otra vez—. Se quería demasiado a sí mismo para hacer eso. Adoraba ser un pez grande en un estanque pequeño.
—Se estaba muriendo de cáncer de próstata y sólo le quedaban unos meses de vida.
Su boca se abrió involuntariamente un poco, y parpadeó varias veces.
—Nadie me lo dijo—. Sus cejas se juntaron, y se frotó un lado del cuello—. ¿Sabe mi madre algo de esto?
—Lo del cáncer y lo del suicidio.
—¿Por qué no me lo dijo?
—No lo sé. Tendrás que preguntarle.
—Eso suena tan extravagante y controlador que cuanto más lo pienso, más me parece algo que haría Henry.
—El fin siempre justificaba los medios para él, y todo tenía un precio—. Él se volvió hacia el fuego y tomó un trago—. El testamento era su forma de controlar a todas las personas después de que se fuera.
—Quieres decir que me usó para controlarte.
—Sí.
—Y le odias por eso.
—Sí. Fue un hijo de puta.
—Entonces no lo entiendo—. Lali se acercó a su lado y pudo oír su confusión en su voz—. ¿Por qué estás aquí esta noche? ¿Por qué no me has evitado?
—Lo intenté—. Colocó su cara junto a la chimenea y miró fijamente las llamas—. Pero no era tan fácil. Henry tenía razón en una cosa, sabía que te deseaba. Sabía que te desearía a pesar del riesgo.
Se quedaron en silencio un momento exageradamente largo, luego ella preguntó;
—¿Por qué estás aquí ahora, esta noche? Ya hemos estado juntos.
—No hemos terminado. Aún no.
—¿Por qué arriesgarte otra vez?
¿Por qué estaba empujándolo? Si quería la respuesta, entonces se la daría, pero dudaba que le gustara.
—Porque he pensado en ti desnuda y ansiosa desde que tenías trece o catorce años—. Él inspiró profundamente y expiró lentamente—. Desde un día que Pepo y yo estábamos en la playa con algunos amigos, y tú estabas allí también, con otras chicas. No recuerdo con quién, sólo a ti. Tenías puesto un bañador brillante del color de las manzanas verdes. Era de una pieza y no era demasiado pequeño ni nada de eso, pero tenía una cremallera en la parte delantera que me volvió loco. Recuerdo espiarte hablando con tus amigas y escuchando música, y no podía apartar la vista de esa cremallera. Esa fue la  primera vez que me fijé en tus pechos. Eran pequeños y puntiagudos y sólo podía pensar en bajar esa cremallera y verlos, así podría mirar los cambios de tu cuerpo. Me puse tan duro que tuve que ponerme boca abajo para que nadie me viera como un Ponderosa en un bosque de árboles.
—Esa noche cuando fui a casa, tuve la fantasía de colarme por la ventana de tu dormitorio. Fantaseé que te veía dormir con tu cabello esparcido completamente sobre la almohada. Luego te imaginé despertándote y diciéndome que me habías estado esperando, tendiendo tus brazos y dándome la bienvenida a tu cama. Me vi a mi mismo deslizándome en tu cama, levantando tu camisa, y bajando tus bragas. Me dejabas tocar tus pequeños pechos todo lo que quería. Y también me dejabas tocarte entre las piernas. Fantaseé durante horas.
—Tenía dieciséis años y sabía bastante más que tú de sexo. Eras joven e ingenua y no sabías nada. Eras la princesa de Truly, y yo el hijo ilegítimo del alcalde. No era bueno ni para besar tus pies, pero eso no me detuvo de desearte hasta que me dolieron las entrañas. Sabía que podía haber llamado a un montón de chicas que conocía pero no lo hice. Quería imaginarte a ti—. Inspiró otra vez profundamente—. Probablemente piensas que soy un pervertido.
—Sí, — ella rió suavemente—. Destacar como un Ponderosa es bastante pervertido.
Él miró sobre su hombro la diversión en sus grandes ojos castaños.
—¿No te importa?
Ella negó con la cabeza.
—¿No crees que esté enfermo como un demonio?— A menudo se lo había preguntado.
—En realidad, me siento halagada. Supongo que a todas las mujeres les gusta que un hombre fantasee sobre ellas.
Ella no sabía de la misa la media.
—Bueno, pensé en ti de vez en cuando.
Se acercó a él y desabrochó un botón en la parte delantera de su camisa.
—Yo he pensado en ti, también.
Bajo sus párpados, él observó sus manos blancas contra la franela roja, sus delgados dedos moviéndose hacia su cintura—. ¿Cuándo?
—Desde que he vuelto—. Sacó los faldones de su camisa de sus pantalones vaqueros—. La semana pasada pensé en esto—. Se inclinó hacia adelante y rozó su lengua sobre su pezón plano. Se endureció como si fuera cuero, y él metió sus dedos a través de su pelo.
—¿Qué más?
—Esto—. Ella desabotonó el botón del pantalón y metió una mano bajo sus calzoncillos cortos. Cuando envolvió su palma suave alrededor de su duro eje y apretó, sintió un ramalazo en el vientre. Ella frotó la dilatada cabeza, a lo largo y a lo ancho, y él permaneció allí de pie, sintiendo todo. La textura de su pelo suave en sus dedos, la sensación de su boca mojada en su pecho y garganta. Podía oler algún tipo de perfume en su cuerpo, y cuando ella lo besó, sabía a whisky, a café y a deseo. Él amó tener su lengua en su boca y su mano dentro de sus pantalones. Él amó mirar su cara mientras lo tocaba.
Él le quitó el suéter y desabrochó su sujetador beige y pensó en todas las  fantasías que había tenido con ella. Combinadas, ninguna de ellas hacía sombra a la realidad. Él ahuecó sus redondos pechos blancos en sus manos, y acarició sus perfectos pezones rosados.
—Te dije que quería lamerte entero — murmuró ella mientras le bajaba los pantalones y los calzoncillos por los muslos—.  También he estado pensando en esto—. Ella se arrodilló ante él en pantalones vaqueros y calcetines y le hizo entrar en su húmeda y cálida boca. El aliento abandonó sus pulmones y plantó los pies con fuerza para no caerse. Ella lamió el glande y suavemente acarició sus testículos. Él se estremeció y mantuvo apartado el pelo de Lali de su cara mientras miraba sus pestañas largas y sus mejillas suaves.
Peter normalmente prefería sexo oral a cualquier otra cosa. No siempre tenía puesto un condón, dejando que la mujer eligiera. Pero no quería correrse en la boca de Lali. Quería mirar sus ojos mientras se sepultaba profundamente en ella. Quería saber qué sentía ella. Quería sentir como lo retenía profundamente dentro de su cuerpo y sentir sus temblores incontrolados. Quería olvidarse de usar protección y dejar algo de sí mismo en lo más profundo de su interior después de que se fuese. Nunca se había sentido así con otra mujer. Quería más. Quería esas cosas que no creía posibles. Quería estar con ella mucho más que una noche. Por primera vez en su vida, quería más de una mujer que lo que ella quería de él.
Por fin, la puso de pie y rescató un condón del bolsillo de sus pantalones vaqueros. Se lo puso en la mano.
—Pónmelo, Fierecilla, — dijo.

3 comentarios:

  1. ay no me dejas asi!!!!!!!!!MAAAAAAAAAAAS!!!!!!!

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  2. COMO CARAJO DEJAS ASI LA NOVE? Mas más más más, me encantaaaa!

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  3. Quiero el proximo, malaaaaaaaaaaa! me encanta la nove.

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