viernes, 25 de mayo de 2012

Cap 14


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Capítulo Catorce



Era una pesadilla. Pero esta vez, Lali estaba definitivamente despierta. La tarde había comenzado maravillosamente. La ceremonia de la boda había ido sobre ruedas. Cande estaba preciosa, y las fotos posteriores no habían llevado demasiado tiempo. Había dejado el Cadillac de Henry en la iglesia y se acercó al Lake Shore con el primo de Cande, Ali, que tenía una peluquería en Boise. Por primera vez en mucho tiempo, Lali había podido hablar sobre diferentes estilos con otro profesional, pero más importante, había podido evitar a Peter.
Hasta ahora. Había sabido de la cena de bodas por supuesto, pero no había sabido que las mesas estarían dispuestas en un rectángulo abierto grande con todos los invitados sentados por fuera para que todo el mundo pudiera ver a los demás. Y no había sabido nada de la distribución de los asientos asignados o habría cambiado su nombre para evitar la pesadilla que vivía.
Bajo la mesa, algo acarició el lateral del pie de Lali, y apostaría lo que fuera a que no era un ratoncito amoroso. Metió los dos pies bajo la silla y miró fijamente los restos de su filete de solomillo, arroz silvestre y rollitos de espárrago. De alguna manera, se había sentado en el lado del novio, entre Narcisa Hormaechea, qué claramente pasaba de ella, y el hombre que se negaba a cooperar a ignorarse mutuamente. Cuanto más seria intentaba estar delante de Peter, más placer tenía él provocándola. Como cuando accidentalmente rozaba su brazo y hacía que se le cayera el arroz del tenedor.
—¿Trajiste las esposas?— preguntó rozando su oido izquierdo cuando cogió por delante de ella una botella de vino tinto vasco. La solapa de su esmoquin acarició su brazo desnudo.
Como una película erótica la envolvían continuamente visiones de su boca caliente en su pecho desnudo, las imágenes jugaban en su cabeza. Ni siquiera lo podía mirar sin sonrojarse como una virgen llena de vergüenza, pero no necesitaba verle para saber cuándo él llevaba el vino a sus labios, o cuando su pulgar acariciaba el tallo claro, o cuando se deshizo el nudo de su corbata de lazo negra y la metió en un bolsillo y cuando abrió el botón negro del cuello de su camisa. No tenía que mirarle para saber que llevaba la chaqueta de algodón y la camisa plisada del esmoquin con la misma facilidad casual que llevaba camisas de franela o vaqueros.
—Perdón—. Narcisa tocó el hombro de Lali, y volvió su atención a la mujer mayor, que llevaba dos mechones blancos a los lados de su perfecto peinado de pelo negro. Sus cejas estaban bajas y sus ojos castaños estaban ampliados por un par de gruesas gafas con forma de octágono, haciéndola parecer como la novia miope de Frankenstein—. ¿Me puedes pasar la mantequilla, por favor?— preguntó y apuntó hacia un pequeño tazón al lado del cuchillo de Peter.
Lali cogió la mantequilla, con cuidado de mantener cualquier parte de su cuerpo lejos de Peter. Contuvo la respiración, esperando que él dijera algo rudo, crudo o socialmente inaceptable. No dijo palabra, y ella inmediatamente sospechó, preguntándose que tenía él pensado para después.
—¿Fue una boda preciosa, no crees? —preguntó Narcisa a alguien un poco más abajo en la mesa. Tomó el tazón de Lali, y luego la ignoró completamente.
Lali realmente no esperaba conversación agradable de la hermana de Benita y volvió su mirada a los novios, que estaban rodeados de padres y abuelos por ambos lados. Antes, había peinado el pelo castaño de Cande en una pequeña corona. Le había añadido unas pocas ramitas de suspiros de bebé, y entretejido con un poco de tul. Cande estaba genial de blanco con escote palabra de honor, y Pepo era como la otra cara de la moneda, todo de negro. Todo el mundo sentado cerca de los novios parecía feliz, incluso Benita Lanzani sonreía. Lali no creía haberla visto nunca sonreír, y estaba sorprendida de cuánto más joven parecía Benita cuando no miraba con cólera. Sophie se sentaba al lado de su padre con su pelo estirado hacia arriba en una cola de caballo sencilla. A Lali le hubiera gustado haber peinado con sus manos y sus tijeras todo ese oscuro pelo grueso, pero Sophie había insistido en que lo hiciera su abuela.
—¿Cuándo es tu turno, Peter?— La brillante pregunta vino desde más abajo de la mesa.
La risa de Peter se oyó en toda la habitación.
—Soy demasiado joven, Josu.
—Demasiado salvaje, quieres decir.
Lali miró algunos pies que sobresalían de la mesa. Hacía mucho que no veía al tío de Peter. Josu era regordete como un toro y tenía las mejillas sonrojadas, en parte por el vino que había tomado.
—Es sólo que no has encontrado la mujer, pero estoy seguro de que encontrarás a una agradable chica vasca —predijo Narcisa.
—Nada de chicas vascas, tía. Todas vosotras sois excesivamente tercas.
—Necesitas a alguien terco. Eres demasiado guapo para tu propio bien, y necesitas a una chica que te diga que no. Alguien que no esté de acuerdo contigo en todo. Necesitas una buena chica.
Por el rabillo del ojo, Lali observó los dedos romos de Peter acariciar el mantel de lino. Cuando respondió, su voz era ligera y sensual — Incluso las buenas chicas dicen que sí a veces.
—Eres malo, Peter Lanzani. Mi hermana fue demasiado blanda contigo, y te has convertido en un libertino. Igual que tu primo Skip siempre cambiando de novia, también, tal vez sea genético—. Hizo una pausa y dejó escapar un sufrido suspiro—. Bueno, ¿Y qué pasa contigo?
Era probablemente esperar demasiado que Narcisa se dirigiera a otra persona. Lali levantó su mirada a la tía de Peter y se quedó mirando sus ojos ampliados.
—¿Conmigo?
—¿Estás casada?
Lali negó con la cabeza.
—¿Por qué no? —preguntó, luego miró a Lali como si la respuesta estuviera escrita en alguna parte—. Eres suficientemente atractiva.
No era sólo que Lali la pusiera enferma esa pregunta particular, es que estaba realmente cansaba de que la trataran como si tuviera algo malo porque estuviera soltera. Se inclinó hacia Narcisa y le dijo en un susurro
— Un solo hombre no me satisface. Necesito más.
—¿Estás bromeando?
Lali contuvo la risa.
—No se lo digas a nadie porqué tengo mis normas.
Narcisa parpadeó dos veces.
—¿Qué?
Acercó más su boca a la oreja de Narcisa.
—Bueno, en primer lugar, tiene que tener dientes.
La mujer mayor miraba a Lali con la boca abierta.
—Señor.
Lali sonrió y subió la copa a los labios. Esperaba haber asustado a Narcisa y que no le hablara de matrimonio por algún rato.
Peter le dio un codazo en el brazo y su vino se derramó.
—¿Has encontrado más notas desde Halloween?
Ella bajó el vaso y pasó la servilleta sobre una gota de vino en la comisura de su boca. Negó con la cabeza, intentando hacer lo que podía para ignorarle todo lo posible.
—¿Te aclaraste el pelo?— preguntó Peter lo suficientemente fuerte para que lo oyeran los de alrededor.
Antes de la boda, se había hecho una raya en zig-zag, apartando el flequillo detrás de sus orejas, y lo había rematado con una pequeña corona. Con su pelo otra vez de su color, pensaba que parecía una chica go-go de los sesenta. Lali levantó la mirada de su camisa de algodón, hacia su garganta bronceada. De ninguna manera iba a ser atraída por sus ojos.
—Me gusta.
—Te lo teñiste otra vez.
—Me lo teñí de mi color—. Incapaz de resistirse, levantó la mirada y la posó en sus labios—. Soy castaña natural.
Las comisuras de su boca sensual se curvaron hacia arriba.
—Recuerdo eso de ti, Fierecilla —dijo, luego cogió su cuchara y golpeó ligeramente en el borde de su copa. Cuando la habitación estaba en silencio, él se levantó, pareciendo un modelo de una de esas revistas de novias.—Como mi hermano es un buen hombre, es un deber y un honor brindar por él y su nueva esposa — comenzó—. Cuando mi hermano mayor ve algo que quiere, siempre va detrás con una determinación inquebrantable. La primera vez que se encontró con Cande Collins, supo que la quería en su vida. Ella lo supo después, pero no tuvo ninguna posibilidad contra su tenacidad. Lo observé hacerlo con una certeza absoluta que me dejó desconcertado y, lo admito, envidioso.
—Como siempre, tengo miedo por mi hermano. Pero ha encontrado la felicidad con una mujer maravillosa, y me alegro por él—. levantó su copa—. Por Pepo y Cande Lanzani. Ongi-etorri, Cande. Bienvenida.
—Por Pepo y Cande, — Lali brindó con los demás invitados. Luego echó una mirada hacia arriba y observó como Peter echaba hacia atrás su cabeza y vaciaba la copa. Luego se sentó otra vez, relajado y ligero con las manos en los bolsillos de sus pantalones de lana. Él presionó su pierna a lo largo de la suya, como si fuera casual. Pero ella lo conocía muy bien.
Ongi-etorri, — hizo eco Josu, luego dio un grito vasco que empezaba como una risa burlona pero rápidamente se transformaba en una mezcla entre el uuh del aullido del lobo y el iiiooo de un burro ruidoso. Otros parientes masculinos se unieron a Josu y el comedor se llenó con los sonidos. Mientras en la familia cada miembro trataba de superar al otro, Peter se inclinó delante de Lali y cogió su vaso. Lo llenó y luego el suyo, con el típico estilo de Peter: sin preguntar. Por un breve momento, la envolvió con el olor de su piel y su colonia. Su corazón golpeó más rápido y sintió la cabeza un poco más ligera cuando inspiró. Luego él se echó hacia atrás y ella casi pudo relajarse otra vez.
El padre de Cande golpeó su cuchara contra la copa y el salón se quedó en silencio.
—Hoy mi niñita... —Comenzó, y Lali separó el plato y puso los brazos sobre la mesa. Si se concentraba en el Sr. Collins, entonces casi podría ignorar a Peter. Si se concentraba en el pelo del Sr. Collins, que era bastante más blanco de lo que recordaba, entonces casi…
Peter suavemente rozó sus dedos sobre la parte superior de su muslo, y se quedó helada. Con la única barrera del nailon, las puntas de sus dedos recorrieron desde la rodilla hasta la bastilla de su vestido. Desafortunadamente, era un vestido corto.
Lali agarró su muñeca bajo la mesa e impidió que su mano se deslizase hacia arriba por el interior de su muslo. Lo miró a la cara, pero no la miraba. Su atención estaba centrada en el padre de Cande.
—... por mi hija y mi nuevo hijo, Pepo, — terminó el Sr. Collins.
Con la mano libre, Peter cogió su copa y brindó por la pareja. Mientras tomaba dos grandes tragos, su pulgar acarició la parte superior de la pierna de Lali. Arriba y abajo sus dedos acariciaron sobre el nailon suave. Una sensación que ella no podía ignorar comenzó en la parte baja de su abdomen y apretó las piernas. —¿No vas a brindar por la feliz pareja? —preguntó él.
Tan cuidadosamente como era posible, apartó su mano, pero la apretó con más fuerza. Ella empujó un poco más y accidentalmente golpeó a la tía de Peter.
—¿Qué pasa?— preguntó Narcisa—. ¿Por qué estás retorciéndote?
Porque el libertino de tu sobrino está metiéndome mano muslo arriba.
Por nada.
Peter se inclinó hacia ella y susurró
— Estate quieta o la gente pensará que te estoy tocando por debajo de la mesa.
—¡Lo estás haciendo!
—Lo sé—. Él sonrió y fijó su atención en su tío—. Josu, ¿cuántas ovejas tienes este año?
—Veinte mil. ¿Tienes interés en ayudarme como cuando eras niño?
—Demonios no—. Le guiño un ojo a Lali y su risa entrecortada retumbó en su pecho—. Tengo mucho que hacer aquí—. la palma caliente de su mano excitó su piel a través de la media, y Lali se quedó totalmente quieta, tratando de disimular que el calor de la mano de Peter no penetraba a través de su cuerpo como una inundación caliente. Recorriendo su pecho y sus muslos, haciéndole cosquillear los pechos e inundándola de deseo entre las piernas. Agarró fuertemente su muñeca, pero no estaba segura de si quería que parara de subir más por su pierna, o dejar que lo hiciera.
—Peter.
Él inclinó su cabeza hacia la de ella.
—¿Sí?
—Detente—. Ella ensayó una sonrisa en su cara como si Peter y ella mantuvieran una entretenida charla, y dejó que su mirada recorriera la gente—. Alguien te podría ver.
—El mantel es demasiado largo. Ya me fijé.
—De todas maneras, ¿como es que estoy sentada a tu lado?
Él tomó la copa de vino y dijo desde detrás
— Cambié la tarjetita con tu nombre por la de mi tía Ángeles. Es la señora que está sentada allí en medio agarrando firmemente su bolso como si alguien fuera a asaltarla. Es un Rottweiler—. Tomó un sorbo—. Tú eres más divertida.
Ángeles sobresalía como un nubarrón en un día soleado. Su pelo estaba recogido en un moño negro, y tenía la cara ceñuda bajo las cejas negras. A ella obviamente no le gustaba estar sentada entre la familia de Cande. Lali deslizó la mirada por la mesa, por los novios y la madre de Peter. Los ojos oscuros de Benita la miraban fijamente, y Lali reconoció la misma mirada intimidatoria que utilizaba cuando era niña. “Sé que no eres buena”, decía.
Lali se volvió hacia Peter y murmuró
— Tienes que detenerte. Tu madre nos vigila. Creo que lo sabe.
La miró a la cara, después se volvió y miró a su madre.
—¿Qué es lo que sabe?
—Me mira con malos ojos. Sabe donde está tu mano—. Lali miró por encima del hombro a Narcisa, pero la mujer mayor se había girado y hablaba con otra persona. Nadie más que Benita parecía prestarles atención.
—Relájate—. Su palma se deslizó otros dos centímetros hacia arriba, y las puntas de sus dedos recorrieron su muslo hasta la ropa interior.
Relájate. Lali quería cerrar los ojos y gemir.
—No sabe nada—. Él hizo una pausa y luego dijo, — Excepto tal vez se pregunte por qué tus pezones están duros si aquí dentro no hace frío.
Lali miró hacia abajo a sus pechos y sacó bruscamente su mano al mismo tiempo que echaba la silla para atrás. Agarrando su bolso de terciopelo, salió del comedor y pasó por dos estrechos pasillos diferentes antes de encontrar el baño de mujeres. Una vez dentro del baño, inspiró profundamente y se miró en el espejo. Bajo la luz fluorescente, sus mejillas parecían excitadas y sus ojos excesivamente brillantes.
Definitivamente había algo mal en ella. Algo que la hacía perder la razón en lo que a Peter concernía. Algo que hacía que dejara que la acariciara en una habitación llena de gente.
Puso su bolso rojo de terciopelo encima de la encimera y mojó una toalla en agua fría. La presionó contra su cara caliente y contuvo la respiración. Tal vez llevaba demasiado tiempo de abstinencia, y padecía privación sexual. Careciendo de atención y afecto como un gato abandonado.
Un inodoro sonó de pronto detrás de ella y una empleada del hotel salió. Mientras la mujer se lavaba las manos, Lali abrió su bolso y cogió un lápiz de labios “Rojo Rebelde”.
—Si eres de la boda, están a punto de cortar la tarta.
Lali miró a la mujer a través del espejo y se pintó el labio inferior.
—Gracias. Entonces será mejor que regrese—. Miró como se marchaba la camarera y dejó caer el pintalabios en el pequeño bolso. Usando sus dedos mojados se arregló un poco el pelo.
Si Cande y Pepo estaban cortando la tarta, estaban llegando al final de la cena y ya no tendría que sentarse al lado de Peter.
Cogió su bolso y abrió la puerta. Peter estaba recostado en la pared de enfrente en el estrecho vestíbulo. Su chaqueta de esmoquin estaba abierta y sus manos metidas en los bolsillos del pantalón. Cuando la vio, se enderezó.
—Mantente lejos de mí, Peter—. Extendió una mano para mantenerle alejado.
La agarró del brazo y la apretó contra su pecho.
—No puedo —dijo suavemente. La aplastó contra él y su boca apresó la de ella en un beso fogoso que la dejó inmovilizada. Él sabía a pasión desenfrenada y vino caliente. Su lengua la acariciaba y tanteaba, y cuando se echó hacia atrás, su respiración era entrecortada, igual que si hubiera corrido unos kilómetros.
Lali colocó una mano encima de su corazón que latía desenfrenado y lamió el sabor de él de sus labios.
—No podemos hacer esto aquí.
—Tienes razón—. La agarró del brazo y la arrastró por el vestíbulo hasta que encontró un  pequeño almacén para ropa sin cerrar con llave. Una vez dentro, la presionó contra la puerta cerrada, y Lali tuvo un vislumbre de toallas blancas y cubos de fregona antes de él se pusiese delante. Besándola. Tocándola donde fuera que sus manos quisieran. Las palmas de sus manos se deslizaron hacia arriba por los pliegues de su camisa hasta rodear su cuello, y metió los dedos a través de su pelo. El beso comenzó como un ardiente frenesí que nutría bocas, labios y lenguas. Se devoraron el uno al otro. El bolso cayó al suelo y ella presionó sus hombros. Se quitó las pequeñas chinelas del terciopelo de sus pies y se puso de puntillas. Como una completa libertina, enganchó una pierna sobre su cadera y se frotó contra la presión hinchada de su erección.
Un intenso gemido de placer surgió desde lo más profundo de la garganta de Peter, y se echó hacia atrás para mirarla directamente a los ojos con la lujuria reflejada en los suyos.
—Lali, —dijo con voz ronca, luego repitió su nombre como si realmente no pudiera creer que ella estaba con él. Besó su cara. Su garganta. Su oreja—. Dime que me deseas.
—Lo hago, —murmuró ella, apartándole la chaqueta de los hombros.
—Dilo—. Él se quitó la chaqueta y la lanzó a un lado. Luego sus manos fueron a sus pechos, y le rozó los duros pezones sobre el vestido de terciopelo y el sujetador de seda—. Di mi nombre.
—Peter—. Fue depositando besos por todo su cuello bajando hasta el hueco de su garganta—. Te deseo, Peter.
—¿Aquí?— Sus manos se movieron a sus caderas, a su trasero, atrayéndola contra él, presionando contra su muslo suave.
—Sí.
—¿Ahora?  ¿Dónde cualquiera puede llegar y encontrarnos?
—Sí—. Ella estaba más allá de lo que consideraba importante. Estaba dolorida por el deseo y el vacío con la urgente necesidad de que la llenara de placer—. Dime que me deseas también.
—Siempre te he deseado — él suspiró en su pelo—. Siempre.
La tensión dentro de ella creció y despegó e hizo que su mente no pensara en nada excepto él. Quería subirse encima de él. Dentro de él y quedarse allí para siempre. Él frotó su tensa erección una y otra vez contra su carne ansiosa.
Peter apartó su pierna de él, enrolló la bastilla de su vestido en un puño y sujetándolo le bajó bruscamente las medias y las bragas de seda desde sus muslos hasta las rodillas. Poniendo el pie en la entrepierna de su ropa interior, empujó las prendas a sus pies. Lali se liberó de ellas y la mano de Peter se movió entre sus cuerpos y la tocó entre sus piernas. Sus dedos se deslizaron sobre sus pliegues resbaladizos y ella se estremeció, sintiendo como lentamente cada caricia la propulsaba hacia el clímax. Un gemido se escapó de sus labios, un sonido ronco de necesidad.
—Quiero estar profundamente dentro de tí—. Su mirada buscó la de ella y él no hizo caso de sus tirantes, dejándolos colgar a los lados. Sus manos se movieron a la bragueta, palpando el botón y la cremallera que cerraba su pantalón de lana. Lali lo alcanzó y empujó sus calzoncillos cortos de algodón. Su pene saltó libre y suave en su mano, enorme y duro y como madera pulido. Su piel estaba estirada estrechamente y él lentamente se empujó contra su mano apretada—. Tengo que tenerte ahora.
Peter la elevó y ella envolvió sus piernas alrededor de su cintura y los brazos alrededor de su cuello. La cabeza voluptuosa de su erección caliente se acercó a su resbaladiza abertura. Su carne hizo contacto, y él alcanzó entre sus cuerpos y su mano se envolvió alrededor del eje de su pene. Él la forzó a bajar mientras él empujaba hacia arriba y hacia dentro, la penetró hasta que una punzada de dolor invadió la neblina erótica de Lali, pero él se retiró, luego se sepultó profundamente y no hubo nada más que un intenso placer. La penetración fue tan poderosa y completa, que las rodillas de Peter cedieron y por un momento tenso temió que la podría dejar caer, pero no lo hizo. Agarró fuertemente sus caderas; Él se retiró y luego se zambulló en ella otra vez, más profundo.
—Dios mío,— él se quedó sin aliento mientras su cuerpo poderoso la aplastaba contra la puerta. Su pecho se alzó mientras luchaba por llenar de aire sus pulmones, y su respiración entrecortada sonó contra su sien, el sonido de su pasión y su placer al mismo tiempo.
Con las piernas apretadas alrededor de su cintura, ella se movió con él, lentamente al principio, luego más rápido y más rápido mientras la tensión aumentaba. Su corazón martilleaba en sus oídos mientras empujaba dentro ella, repetidas veces, acercándola cada vez más al orgasmo con cada envite de sus caderas. Como su apareamiento frenético, nada era lento o sencillo en el placer intenso que la desgarró, debilitándola y encendiendo su interior. Varios temblores la sacudieron, ondearon a través de su piel, y la dejaron sin respiración. Se sintió ingrávida, y un pequeño huracán tronó en su cabeza. Su espalda se arqueó y se agarró a su camisa. Abrió su boca para gritar, pero el sonido murió en su garganta seca. Sus fuertes brazos la aplastaron contra él, sus grandes hombros se estremecieron, y la apretó contra su pecho mientras una ola tras otra de intenso placer la atravesaban. Sus músculos se contraían, reteniéndolo apretado dentro de ella. Sus espasmos apenas habían disminuido cuando los de él comenzaron. Un gemido profundo retumbó en su pecho mientras se zambullía en ella. Sus músculos se pusieron más duros que una piedra, y él murmuró únicamente su nombre una última vez.
Cuando todo terminó, ella se sintió destrozada y magullada, como si acabara de salir de una dura batalla. Peter apoyó la frente sobre la puerta detrás de ella hasta que su respiración se normalizó y se echó atrás lo suficiente como para mirarla a la cara. Él estaba todavía incrustado profundamente dentro de su cuerpo y sus ropas estaban desarregladas. Con cuidado se retiró de su interior, y ella bajó los pies al suelo. Su vestido se deslizó por sus caderas y sus muslos. Sus ojos verdes escrutaron los de ella, pero no pronunció ni una palabra. La estudió por un momento, su mirada era más precavida cada segundo que pasaba, luego él alcanzó sus pantalones y se los subió a la cintura.
—¿No vas a decir nada?
Él la recorrió con la mirada, luego volvió a mirar sus pantalones.
—¿No me digas que eres una de esas mujeres que les gusta hablar después?
Algo maravilloso y horrible acababa de ocurrir, pero no estaba segura de cuál de las dos cosas prevalecía. Era algo más que sexo. Había compartido orgasmos en el pasado, algunas veces muy buenos, también, pero a todas esas experiencias las llamaba buenas relaciones. Eran más apretones de manos que la tierra temblando debajo de ella. Peter Lanzani había tocado alguna parte de ella que nadie había tocado antes, y ella tenía ganas de dejarse caer y llorar por él. Un sollozo escapó de su garganta, y se apretó la boca con la mano. No quería llorar. No quería que él la viera llorar.
Su mirada la atravesó mientras metía los faldones de su camisa dentro del pantalón.
—¿Estás llorando?
Ella negó con la cabeza, pero sus ojos comenzaron a lagrimear.
—Sí, lo estás haciendo—. metió los brazos por los tirantes y los puso en su lugar.
—No lo hago—. Él sólo le había dado el placer más intenso de su vida, y ahora tranquilamente se vestía como si ese tipo de cosas le ocurrieran todo los días. Tal vez era así. Quería gritar. O darle un puñetazo. Ella había pensado que habían compartido algo especial, pero obviamente no lo habían hecho. Se sintió desnuda y expuesta, su cuerpo todavía latía por sus caricias. Si le decía cualquier cosa repugnante, tenía miedo de que la destrozara anímicamente—. No me hagas esto, Peter.
—El daño está hecho —dijo mientras recogía la chaqueta del suelo—. Dime que estás tomando la píldora o algo similar.
Ella notó como su cara se quedaba sin sangre y ella negó con la cabeza. Recordó cuando había tenido el último período y sintió un ligero alivio.
—No es el momento adecuado para que me quede embarazada.
—Querida, soy católico. Muchos de nosotros somos concebidos en el momento inadecuado del mes—. Metió los brazos en las mangas de su chaqueta y enderezó el cuello—. No me he olvidado de un condón en diez años. ¿Y tú?
—Ah…  —Era una mujer de los años noventa. Consciente de su vida y su cuerpo, pero por alguna razón no podía hablar de eso con Peter sin avergonzarse—. Sí.
—¿Qué significa exactamente “ah... sí”?
—Que eres el primero en mucho tiempo, y que antes, tenía cuidado.
Él la estudió por un momento.
—De acuerdo— dijo y le lanzó su braga y sus medias—. ¿Dónde está tu abrigo?
Ella agarró firmemente las prendas de vestir contra su pecho, repentinamente sintiéndose desnuda y avergonzada. Una curiosa reacción tardía, considerando lo que tenía en las manos, o lo que había tenido unos momentos antes—. En una percha en el ropero. ¿Por qué?
—Te llevo a casa.
Ir a casa nunca había sonado tan bien.
—Vístete antes de que una camarera decida que necesita algunas toallas o algo por el estilo—. Su mirada ilegible se quedó fija en la de ella mientras se abrochaba los puños de la camisa—. Vengo enseguida — dijo, luego lentamente abrió la puerta—. No vayas a ninguna parte.
Una vez que estuvo sola, Lali miró alrededor del cuarto. Pisó su bolso con el pie izquierdo, una chinela de terciopelo estaba debajo de una escalera de mano, y la otra al lado de un cubo vacío. Sin Peter para perturbarla, los pensamientos y las autorecriminaciones se abalanzaron sobre ella. No se podría creer lo que había hecho. Había tenido sexo sin protección con Peter Lanzani en un almacén para la ropa del Lake Shore Hotel. Y la había hecho perder completamente el control con nada más que un beso, y si no fuera por la persistente prueba física, probablemente aún ahora no se lo creería.
Estaba sentada sobre una escalera de mano poniéndose la ropa interior. Justo el mes pasado había asegurado a Pepo que Peter y ella no harían nada para causar rumores en su boda, pero había tenido sexo salvaje con su hermano detrás de una puerta sin llave donde cualquiera los podía haber atrapado. Si alguien se enterase, entonces no podría vivir. Probablemente tendría que suicidarse.
Mientras se subía las medias a la cintura y metía los pies en los zapatos, la puerta se abrió y Peter entró en el almacén. Ella tuvo problemas para mirarle mientras él le sujetaba el abrigo para que se lo pusiera.
—Necesito decir a Cande que me voy.
—Le dije que te pusiste enferma y que te llevo a casa.
—¿Te creyó?— Ella miró hacia arriba rápidamente, luego metió los brazos en su abrigo de lana.
—Narcisa te vio salir del comedor y le dijo a todo el mundo que parecías una muerta.
—Córcholis, puede que se lo tenga que agradecer.
Salieron por una puerta lateral, y una ligera nieve blanca caía suavemente del cielo negro y llenaron su pelo y sus hombros. Un poco se deslizó dentro de las chinelas de Lali mientras caminaba por el aparcamiento hacia el Jeep de Peter. Sus pies patinaron, y se habría caído sobre el trasero si él no hubiese extendido la mano y la hubiese sujetado del brazo. La agarró un poco más fuerte mientras atravesaron hábilmente el suelo nevado, pero ninguno de ellos habló, el único sonido era el crujido de la nieve bajo las suelas de sus zapatos.
La ayudó a entrar en el Jeep, pero no esperó a que el motor se calentara antes de meter la marcha y dirigirse fuera del Lake Shore. El interior del Jeep estaba oscuro y olía a asientos de cuero y a Peter. Se detuvo en la esquina de Chipmunk y Main y la cogió, poniéndola prácticamente en su regazo. Las puntas de sus dedos tocaron su mejilla mientras miraba su cara. Entonces lentamente su cabeza bajó y él presionó su boca sobre la de ella. La besó una vez, dos veces, y la tercera vez dejó un beso suave más tiempo en sus labios.
Se echó hacia atrás y murmuró:
— Abróchate el cinturón—. Las anchas llantas con cadenas derraparon, y el aire fresco llegó a las mejillas calientes de Lali desde los respiraderos delanteros. Enterró la barbilla en el cuello de su abrigo y lo miró de reojo. La luz del cuadro de mandos incidía en su cara y sus manos con una incandescencia verde. La nieve derretida refulgía como esmeraldas diminutas en su pelo negro y en los hombros de la chaqueta del esmoquin. Un poste de alumbrado eléctrico iluminó el interior del Jeep durante varios segundos mientras pasaban por delante de su peluquería.
—Te pasaste mi apartamento.
—No, no lo hice.
—¿No me llevabas a casa?
—Si. A mi casa. ¿Pensabas qué habíamos terminado?— Él cambió de marcha y dobló a la izquierda en la carretera que iba por el este del lago—. Aun no hemos empezado.
Ella se giró en el asiento y lo miró.
—¿Empezar qué exactamente?
—Lo que hicimos en ese almacén no fue suficiente.
El pensamiento de su cuerpo completamente desnudo presionando el de ella no era exactamente aborrecible, de hecho revolvió sus entrañas ardientes. Como Peter había dicho antes, el daño estaba hecho. ¿Por qué no pasar la noche con un hombre que era muy bueno en hacer que su cuerpo cobrase vida de formas que ella nunca había creído posible? Había estado en el dique seco bastante tiempo y probablemente no dejaría de estarlo en un futuro próximo. Una noche. Una noche que probablemente lamentaría, pero ya se preocuparía por eso mañana.
—¿Estás tratando de decirme de manera típicamente machista que quieres hacer el amor otra vez?
Él la recorrió con la mirada.
—No trato de decirte nada. Te deseo. Tú me deseas. Alguien va a terminar por llevar puesta nada más que una sonrisa satisfecha en sus labios.
—No sé, Peter, podría hablar luego. ¿Crees que lo puedes manejar?
—Puedo manejar cualquier cosa que se te ocurra, y algunas en las que tú probablemente nunca has pensado.
—¿Tengo opciones?
—Seguro, Fierecilla. Tengo cuatro dormitorios. Puedes escoger cuál usamos primero.
Peter no la asustaba. Sabía que no la obligaría a hacer nada en contra de su voluntad. Por supuesto, con él cerca, solía abandonar todo lo que se parecía a su voluntad.
El Jeep frenó y se metió en un ancho camino de acceso con Ponderosas y Pinos a ambos lados. Fuera del denso bosque se elevaba una casa enorme de troncos y piedras del lago. Sus ventanas de vidriera iluminaban la nieve recién caída. Peter alcanzó el mando y abrió la puerta central del garaje de tres plazas. Aparcó entre la lancha y la Harley.
El interior de la casa era tan impresionante como el exterior. Montones de luces indirectas, colores neutros y maderas naturales. Lali se detuvo delante de una pared de ventanas y miró fuera, a la terraza. Todavía nevaba, y los copos blancos se acumulaban en el suelo y aterrizaban en el Jacuzzi. Peter había recogido su abrigo, y con un techo tan alto y el espacio tan abierto, estaba asombrada de no tener frío.
—¿Qué piensas?
Ella se giró y lo miró acercarse desde la cocina. Se había quitado la chaqueta y los zapatos. El botón del cuello de la blanca camisa plisada estaba abierto, y se había enrollado las mangas hasta los codos. Los tirantes negros resaltaban contra su pecho ancho. Le dio una Budweiser, luego tomó un trago de la suya. Sus ojos la miraron sobre la botella, y tuvo el presentimiento de que le preocupaba su respuesta más de lo que quería que supiera.
—Es preciosa, pero enorme. ¿Vives aquí solo?
Él bajó la cerveza.
—Por supuesto. ¿Quién más iba a vivir?
—Oh, no sé. Tal vez una familia de cinco miembros—. Ella recorrió con la vista el pasillo del piso superior abierto hacia el salón y que presumía que era donde estaban esos cuatro dormitorios que había mencionado—. ¿Tienes pensado tener familia numerosa con montones de niños algún día?
—No tengo intención de casarme.
Su respuesta la complació, pero no entendía por qué. No era como si a ella le importase que el quisiera pasarse la vida con otra mujer, o besarla, o hacer el amor con ella, o abrumarla con sus caricias.
—Y además, nada de niños…a menos que estés embarazada—. Él recorrió con la mirada su estómago como si pudiera averiguarlo—. ¿Cuándo lo sabrás con seguridad?
—Ya lo sé.
—Espero que estés en lo cierto—. Él se movió a la ventana y miró hacia la oscura noche—. Sé que hoy en día las solteras se quedan embarazadas a propósito. Ser ilegítimo no es el estigma que solía ser, pero no por eso es más fácil. Sé lo que es crecer con eso. No quiero hacerle eso a ningún pobre niño.
La Y de sus tirantes estaba tensa contra su espalda y sobre sus grandes hombros. Ella recordó las veces que había visto a su madre y Josu sentados en el gimnasio mirando algún partido de la escuela o las funciones de los día de fiesta. Henry y Gwen habían estado allí también, en alguna parte. Nunca había pensado en lo que debía haber sido aquello para Peter. Ella colocó su botella en una mesa para café de cerezo y se movió hacia él.
—Tú no eres como Henry. Tú no negarías a tu hijo—. Quiso deslizar sus manos alrededor de su cintura hacia su estómago plano y presionar su mejilla contra su espalda, pero se contuvo.
—Henry debe revolverse en su tumba.
—Él debe de estar felicitándose a sí mismo.
—¿Por qué? Él no quería qué… — Sus ojos se abrieron—. Oh, No, Peter. Me olvidé del testamento. Supongo que tú también te olvidaste.
Él se giró para enfrentarse a ella.
—En algunos momentos cruciales, lo hice.
Ella lo miró a los ojos. No parecía contrariado.
—No se lo diré a nadie. No quiero esa propiedad. Lo prometo.
—Eso depende de ti—. Él apartó un mechón suelto de su cara y suavemente acarició su oreja con las puntas de los dedos. Luego la tomó de la mano y la condujo al piso superior, hacia su dormitorio.
Mientras caminaban, pensó en el testamento de Henry y las repercusiones de esa noche. Peter no parecía el tipo de hombre que dejaba que nada quedara olvidado momentáneamente, especialmente no su herencia multimillonaria. Tenía que cuidarla tanto como temía que estaba empezando a cuidarlo ella. Arriesgó bastante para estar con ella, mientras ella sólo arriesgó un poco de autoestima. Y realmente, cuando pensaba en eso, no se sentía sucia, ni usada, ni arrepentida. Ni lo iba a hacer por la mañana.
Lali entró en una habitación con una gruesa alfombra beige y una  puertaventana cerrada que conducía a una terraza superior. Había una cama enorme de madera dura con almohadas y cojines a rayas verdes y beige. Las llaves estaban tiradas en el tocador, y un periódico sin abrir en otra parte. No había flores, ni lazos ni encaje a la vista. Ni si quiera en la cabecera. Era la habitación de un hombre. La cornamenta de un alce colgaba encima de la repisa de una chimenea de piedra. La cama estaba deshecha, y un par de Levi’s tirado sobre una silla.
Cuando él colocó sus botellas de cerveza en una mesilla, Lali puso las manos sobre los botones de su camisa y los desabotonó hasta que la camisa estuvo abierta hasta su cintura.
—Es hora de que pueda verte desnudo —dijo, luego deslizó las palmas de las manos sobre su piel caliente. Sus dedos rebuscaron entre el fino vello que formaba una línea oscura subiendo desde su vientre y a través de su pecho. Ella empujó los tirantes y el algodón blanco de sus hombros y los bajó por sus brazos.
Él hizo una bola con la camisa en una mano y la lanzó al suelo. Ella paseó la mirada sobre su piel tensa, su pecho poderoso, y los lisos pezones oscuros rodeados de vello oscuro. Ella tragó y pensó que tal vez debería asegurarse de que no babeaba. La palabra “único” vino a su mente.
—Guauu —dijo y presionó su mano contra su estómago plano. Deslizó las manos sobre sus costillas e indagó en sus ojos verdes. Él la miraba desde sus párpados entrecerrados mientras ella le desnudaba hasta los BVDs[1]. Él era bello. Sus piernas eran largas y musculosas. Sus dedos dibujaron el tatuaje que rodeaba sus bíceps. Le tocó el pecho y los hombros, y deslizó sus manos sobre su trasero redondeado. Cuando su exploración se movió hacia el sur, él agarró su muñeca y asumió el control. Lentamente la desnudó, luego la colocó sobre las suaves sábanas de franela. Su piel caliente presionó a lo largo de la suya, y él se tomó tiempo para hacerle el amor.
Su toque era diferente al de antes. Sus manos permanecieron mucho tiempo sobre su cuerpo, seduciéndola con lánguidos y excitantes besos. Jugueteó en sus pechos con su boca caliente y su lengua resbaladiza, y cuando la penetró, sus movimientos fueron lentos y controlados. Mantuvo su cara entre las palmas de sus manos mientras la miraba fijamente, conteniéndose mientras la volvía loca.
Ella se sintió empujada hacia el orgasmo, y sus ojos se cerraron involuntariamente.
—Abre los  ojos —dijo él con voz ronca—. Mírame. Quiero que me mires a la cara mientras hago que te corras.
Sus parpados se abrieron y se perdió en su mirada intensa. Algo la molestaba en su petición, pero no tuvo tiempo de pensar en ello antes de que él empujase más duro, más profundo, y entonces subió una pierna alrededor de su cintura y se olvidó de todo menos de los cálidos estremecimientos que trasmitían una presión continua a su cuerpo.
No fue hasta la mañana siguiente, poco antes del amanecer, mientras la besaba despidiéndose en su puerta, que pensó otra vez en ello. Mientras miraba como se iba su coche, recordó la mirada de sus ojos mientras había mantenido su cara entre sus palmas. Era como si la estuviera observando desde fuera, pero al mismo tiempo quisiera que supiera que era Peter Lanzani el que la abrazaba, la besaba y la conducía de manera salvaje.
Habían hecho el amor en su cama y más tarde en el Jacuzzi, pero ninguna vez había sido como ese apareamiento abrupto y hambriento en el almacén de la ropa cuando la había tocado con una urgencia y una necesidad que no había podido controlar. Nunca se había sentido tan necesitada como cuando la había presionado violentamente contra su pecho en el Lake Shore Hotel. “Tengo que tenerte ahora” había dicho, tan desesperado por ella como ella lo había estado por él. Sus caricias había sido urgentes y ávidas, y ella lo deseaba así más que con caricias lentas y persistentes.
Lali cerró la puerta de su apartamento detrás de ella y se desabotonó el abrigo. No habían hablado de verse otra vez. Él no había dicho que la telefonearía, y si bien sabía que debía ser con la mejor intención, la desilusión llenó su corazón. Peter era el tipo de tío del que una chica no podía depender para nada más que sexo estupendo, y era mejor no pensar siquiera en cosas como la próxima vez. Mejor, pero imposible.

La elevación del sol mostraba la sombra irregular de los densos pinos cubiertos con nieve. Los rayos plateados se reflejaban en el lago parcialmente congelado frente a la casa de Peter. Estaba parado detrás de la puertaventana en su dormitorio y observaba la luz brillante del amanecer cruzando su terraza, expulsando las sombras oscuras. La nieve centelleaba como si fuese diamantes diminutos, tan intenso que se vio forzado a darse la vuelta. Su mirada recorrió su cama, las sábanas y las almohadas estaban revueltas.
Ahora lo sabía. Ahora sabía lo que era sujetarla y tocarla como siempre había querido. Ahora sabía que eso era como vivir su fantasía más antigua, tener a Lali en su cama, mirando sus ojos mientras estaba profundamente enterrado en ella. Ella deseándole. Él complaciéndola.
Peter había estado con muchas mujeres. Tal vez más que otros hombres, pero con menos de lo que creían. Había estado con mujeres a las que les gustaba el sexo lento o rápido, variado o estrictamente el misionero. Mujeres que pensaban que él debía hacer todo el trabajo, y otras que había ido demasiado lejos para complacerle. Algunas de esas mujeres eran sus amigas ahora, a otras nunca las había vuelto a ver. La mayoría habían sabido que hacer con sus bocas y sus manos, y había unos cuantos episodios que había olvidado porque estaba totalmente borracho, pero ninguna de ellas le había hecho perder el control. No hasta Lali.
En cuanto la había metido en aquel almacén, no había podido detenerse. En cuando ella lo había besado como si quisiera devorarlo, con su pierna sobre su cadera y rozándose contra su dureza, nada había tenido importancia más que perderse en su resbaladizo y cálido cuerpo, ni el testamento de Henry, ni la posibilidad de que los descubriera un empleado del hotel. Nada había tenido importancia salvo poseerla. Luego lo hizo y la impresión casi le había puesto de rodillas. Le había sacudido hasta la médula, cambiando todo lo que él pensaba que sabía sobre el sexo. El sexo era algunas veces lento y calmado, otras veces rápido y sudoroso, pero nunca como con Lali. Nunca se había sentido como en un puño caliente.
Ahora lo sabía, y deseaba no hacerlo. Tenía un nudo en la boca del estómago y le hacía odiarla tanto como quería mantenerla cerca y que nunca lo dejara. Pero ella se iría. Se iría de Truly, dejando el pueblo en su pequeño coche amarillo.
Ahora lo sabía y era un infierno.

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