Capítulo
Cinco
La manilla de la puerta
del Miata se incrustó en la parte trasera de Lali cuando Steve presionó contra
la delantera. Ella colocó las manos en su pecho y finalizó el beso.
—Ven a casa conmigo,
—murmuró él por encima de su oreja.
Lali se echó lo
suficiente para atrás como para escrutar su rostro en las oscuras sombras.
Deseó poder utilizarlo. Deseó sentirse tentada. Deseó que no fuera tan joven y
que su edad no tuviera importancia, pero la tenía.
—No puedo—. Era guapo,
tenía músculos de acero y parecía realmente agradable. Se sintió como una
asaltacunas.
—Mi compañero de
habitación está de viaje.
Un compañero de
habitación.
Por supuesto que tenía un compañero de habitación. Tenía veintidós años.
Probablemente vivía de Budweiser y chile enlatado. Cuando ella tenía esa edad,
una buena comida constaba en su mayor parte de ganchitos, “salsa”,
y sangría. Vivía en Las Vegas, trabajaba en el Circus Circus, y no tenía ni
idea de lo que iba a hacer el resto de su vida.
—Nunca voy a casa con
hombres que acabo de conocer — dijo y le empujó hasta que dio un paso atrás.
—¿Qué haces mañana por
la noche?— preguntó.
Lali negó con la cabeza
y abrió la puerta de su coche.
—Eres una persona
estupenda, pero no tengo interés en salir con nadie ahora mismo.
Mientras se alejaba en
el coche, miró por el espejo retrovisor como Steve se retiraba. Al principio se
había sentido halagada por la atención que le había demostrado, pero según la
noche avanzaba, se había puesto más inquieta. Había madurado en siete años. Los
muebles a juego eran tan importantes como un gran estereo, y en algún momento
de su vida, la frase “la fiesta sigue hasta que vomitas” había
perdido su encanto. Pero incluso si se hubiese visto firmemente tentada a
utilizar el cuerpo de Steve para su placer, Peter lo había arruinado todo. Lo
hizo al quedarse a la fiesta. Era demasiado consciente de él, y había demasiada
historia entre ellos para que lo ignorara completamente. Incluso aunque logro
olvidarlo por unos momentos, repentinamente sintió su mirada, como una ráfaga
de calor irresistible irradiando hacia ella. Pero cuando lo miró, él miraba
hacia otro lado.
Lali subió el largo
camino de acceso y presionó el mando de la puerta del garaje. Incluso si Peter
no hubiera estado allí, y Steve no hubiera sido tan joven, dudaba que se
hubiera ido con él. Tenía veintinueve años, vivía con su madre, y era demasiado
paranoica para disfrutar de una noche de pasión.
Después de aparcar
entre los Cadillacs de Henry y Gwen, entró en la casa a través de la puerta de
la cocina. Una pequeña luz y varias velas con olor a cítrico alumbraban la oscuridad
del porche a su espalda, iluminando a Gwen y la espalda y la cabeza de un
hombre. Hasta que no estuvo fuera, Lali no reconoció al abogado de Henry, Max
Harrison. No había visto a Max desde el día en que había leído el testamento de
Henry. Estaba sorprendida de verle ahora.
—Me alegro de verte, —dijo
acercándose a ella—. ¿Te gusta residir en Truly otra vez?
Es una mierda, pensó
sentándose en una silla de hierro forjado al lado de la mesa de su madre.
—Lo mismo que antes.
—¿Disfrutaste de la
fiesta?— preguntó Gwen.
—Sí —contestó la
verdad. Se había encontrado con alguna gente simpática, y a pesar de Peter Lanzani,
había pasado un buen rato.
—Tu madre me acaba de
decir que has estado ocupada entrenando a los perros de Henry — dijo mientras
tomaba asiento otra vez, y su sonrisa parecía verdadera—. Tal vez has
encontrado un nuevo trabajo.
—En realidad, me gustaba
mi viejo trabajo — dijo. Todo el tiempo desde su conversación con Pepo, había
pensado en el edificio vacante en el centro. No había querido hablar de su idea
con su madre hasta estar segura de conseguirlo, pero la persona con quien más
necesitaba hablar estaba sentada al otro lado de la mesa, y su madre se
enteraría antes o después de todas maneras—. ¿De quien es el edificio que está
al lado de Construcciones Lanzani?— preguntó a Max—. Uno estrecho de dos
plantas con un salón de belleza en la planta baja.
—Creo que Henry dejó
ese bloque de edificios entre La Primera y Main para ti. ¿Por qué?
—Quiero reabrir la
peluquería.
—No creo que sea una
buena idea — dijo su madre—. Hay muchas otras cosas que puedes hacer.
Lali la ignoró.
—¿Cómo puedo hacerlo?
—Para empezar,
necesitarás el traspaso del negocio. La dueña anterior está muerta, así que
tendrás que contactar con el abogado que represente a sus herederos, que son
los titulares de la peluquería en este momento, — comenzó. Cuando terminó media
hora más tarde, Lali sabía exactamente lo que tenía que hacer. El lunes a
primera hora, iría al banco donde estaba su dinero en fideicomiso y solicitaría
un préstamo. Por lo que podía ver, sólo había un inconveniente para su plan. El
salón de belleza estaba ubicado al lado de la constructora de Peter.
—¿Puedo subir la renta
al edificio de al lado? Quizá lo podría echar.
—No hasta que el
contrato expire.
—¿Y cuándo es eso?
—Creo que queda otro
año.
—Demonios.
—Por favor no jures —
la amonestó su madre mientras alargaba la mano por encima de la mesa y cogía la
suya. Si quieres abrir un negocio, ¿por qué no pones una tienda de regalos?
—No quiero abrir una
tienda de regalos.
—Abrirías a tiempo de
vender adornos de navidad.
—No quiero vender
adornos.
—Creo que es una idea
maravillosa.
—Entonces hazlo tú. Yo
soy peluquera, y quiero reabrir la peluquería del centro.
Gwen se recostó en su
silla.
—Lo estás haciendo sólo
para fastidiarme.
No lo hacía, pero había
vivido con su madre suficiente tiempo como para saber que si discutía,
terminaría como cuando era niña. Algunas veces hablar con Gwen era como
pelearse con papel matamoscas. Cuanto más luchas para librarte, más te enredas.
A Lali le llevó poco
más de tres meses solucionar lo del préstamo y tener el salón de belleza en
condiciones de abrir. Mientras esperaba, hizo un estudio poco científico del
distrito comercial del centro del pueblo, fijándose sobre todo en el número de
clientes que visitaban la peluquería de Helen. Con block de notas y pluma en
mano, se escondió en las calles y espió a su némesis de la infancia, Helen
Markham. Cuándo Cande no estaba trabajando u ocupada con la boda, Lali la tenía
espiando cualquier actividad que pudiera advertir. Lali hizo una estadística
demográfica y visual entre malas y buenas permanentes. Incluso llegó al extremo
de llamar por teléfono con acento inglés, por si Helen reconocía su voz, para
preguntar cuanto cobraba por un tinte. Pero no fue hasta que se encontró
rebuscando por la noche en la basura de Helen para ver que tipos de productos
utilizaba la tacaña de Helen, cuando varios pensamientos la golperaron al mismo
tiempo. Cuando se vio allí, con basura hasta los muslos y el pie hundiéndose en
un envase de cuajada echada a perder, se dio cuenta de que se había pasado con
su investigación. También se dio cuenta de que el éxito del salón de belleza
tenía tanto que ver con realizar su sueño como lo hacía con dejar a Helen en la
cuneta. Había estado ausente diez años para regresar y volver a los mismos
patrones. Sin embargo, esta vez ella no iba a perder ante Helen.
De su estudio amateur,
sacó la conclusión de que Helen tenía un negocio próspero, pero Lali no se
preocupaba. Había visto el pelo de Helen. Podría robarle las clientas sin
ningún tipo de problema.
Una vez que el préstamo
fue aprobado, Lali guardó su block de notas y se concentró en la peluquería.
Una capa mugrienta de polvo lo cubría todo, desde la caja registradora hasta los
rulos de la permanente. Tuvo que restregar todo a fondo y esterilizarlo. Se
enfrascó en los albaranes de la anterior dueña, pero los números no coincidían
con el inventario. O Gloria había sido completamente inepta, o alguien había
entrado después de su muerte y había robado cajas de productos capilares. A Lali
le molestó el robo porque le tuvo que pagar a los herederos de Gloria los
suministros que faltaban, aunque de cualquier manera todo el inventario estaba
unos tres años por detrás de las tendencias actuales. Incluso, se inquietó un
poco pensando que alguien podía tener acceso a la peluquería. En su mente, la
primera sospechosa era por supuesto Helen. Helen ya le había robado hacía unos
años, ¿y quién más usaría cosas como las tiras de algodón, botes de champú y
horquillas?
Lali sólo tenía una
llave de las puertas, tanto de la principal como de la trasera, así como
también la única llave del apartamento de arriba. No estaba convencida de que sólo
hubiera una copia y telefoneó al único cerrajero del pueblo, que dijo que
estaría fuera una semana. Pero vivía en Truly, donde una semana algunas veces
podía significar un mes en la temporada de caza.
Nueve días antes de
abrir el negocio, quitó el nombre de la ventana delantera, y grabó las palabras
del nuevo nombre “CUTTING EDGE” en color dorado. Tenía nuevos productos
almacenados en el cuarto dedicado a ese fin y sillas nuevas lacadas en negro en
la zona de espera. Los suelos de dura madera habían sido pulidos y las paredes
pintadas de un blanco brillante. Colgó posters con fotos de peinados y
reemplazó los viejos espejos por otros más grandes. Cuando acabó estaba muy
contenta y orgullosa. No era la peluquería de sus sueños. No había cromo, ni
mármol, ni estaba lleno de las mejores
estilistas, pero había conseguido mucho en muy poco tiempo.
Se presentó al dueño
del Deli Bernard de la esquina y en
la tienda de camisetas. Y un día cuándo no vio el Jeep de Peter aparcado en la
parte atrás, entró en Construcciones Lanzani y se presentó a su secretaria,
Hilda, y a la administrativa que tenían en la oficina, Ann Marie.
Dos noches antes de
abrir, dio una pequeña fiesta en la peluquería. Invitó a Cande y a Gwen y a
todas las amistades de su madre. Envió las invitaciones a los dueños de
negocios de la zona. No incluyó a Construcciones Lanzani pero entregó un montón
de invitaciones en la peluquería de Helen. Durante dos horas la peluquería
estuvo a rebosar de gente comiendo sus aperitivos y bebiendo su champaña, pero
a Helen no la vio.
Gwen fue, pero después
de media hora se excusó diciendo que estaba resfriada y se marchó. Fue
simplemente una demostración más de la desaprobación de su madre. Pero Lali
había dejado de vivir por su aprobación hacía mucho tiempo. Sabía que de todas
maneras nunca la tendría.
Al día siguiente, Lali
se mudó al apartamento encima de la peluquería. Contrató a algunos hombres con
camiones para transportar su mobiliario desde el guardamuebles. Gwen predijo
que volvería pronto, pero Lali sabía que no lo haría.
Desde el parking común
detrás del salón de belleza, unas viejas escaleras de madera ascendían por la
parte de atrás del edificio hasta la puerta verde esmeralda de su nueva casa.
El apartamento era antiguo y necesitaba suelos, cortinas nuevas y una cocina
decente posterior a la época de “La
tribu de los Brady”. Lali lo adoró. Adoró los asientos junto a la
ventana en el dormitorio y en la pequeña sala de estar. Amó la vieja bañera de
patas, y la enorme ventana que daba a Main. Ciertamente había vivido en
apartamentos más bonitos, y el pequeño lugar no podía competir con los lujos de
la casa de su madre. Pero puede que le encantara porque todas aquellas cosas
eran suyas. No se había percatado de cuánto extrañaba tenerlas al alrededor
hasta que sus platos llenaron las alacenas. Pasó la noche en su cama de hierro
forjado y se sentó sobre su sofá color crema, con los cojines con un estampado
de cebra, a mirar su televisión. La mesa negra de café y las mesitas auxiliares
le pertenecían, así como la mesa con pedestal del comedor en el extremo
izquierdo del salón. El comedor y la cocina estaban separados por media pared,
y una persona casi podía ver todo el apartamento al mismo tiempo. No había
demasiado qué ver.
Lali sacó lo que
consideraba su ropa de trabajo y la colgó en el armario. Compró algunos comestibles,
una cortina de plástico transparente con grandes corazones rojos para la ducha
y dos alfombras trenzadas para el suelo de la cocina.
Ahora todo lo que
necesitaba era un teléfono y unas cerraduras nuevas.
Tres días después de
abrir el negocio, tenía el teléfono, pero todavía seguía esperando las
cerraduras. También esperaba la estampida de clientes.
Lali sentó a su primer
cliente en la silla y le quitó la toalla de la cabeza.
—¿Está segura de que
quiere ondas, Sra. Van Damme?— No había hecho ondas desde la escuela de
peluquería. Hacía cuatro años, pero incluso entonces una cabeza entera de ondas
era como una patada en el culo.
—Si. Igual que siempre.
La última vez fui a la otra peluquería — dijo, refiriéndose a la de Helen—. Pero
no lo hizo demasiado bien. Hizo que pareciera que tenía gusanos en la cabeza.
No he tenido un peinado decente desde que Gloria falleció.
Lali se encogió de
hombros en su pequeña chaqueta de vinilo, luego metió los brazos en un mandilón
verde. El mandilón le cubrió la camiseta de lycra color frambuesa y la falda de
vinilo, dejando expuestas sus rodillas y sus botas negras de caña alta. Pensó
en su viejo trabajo en Valentina en
Scottsdale y en sus clientes que reconocían su gusto sobre la moda y las
tendencias. Cogió el peine moldeador y comenzó a quitar los nudos de la nuca de
la vieja. Había encontrado algún liquido de permanente en el almacén del la
dueña anterior. Normalmente, ella no habría estado de acuerdo en peinar a la
Sra. Van Damme, especialmente después de que la mujer le hubiera regateado
hasta diez dólares. El talento intuitivo de Lali consistía en su habilidad para
ver los defectos de la naturaleza y arreglarlos con corte y color. El corte
correcto podría hacer que la nariz pareciera más pequeña, los ojos más grandes
y la barbilla más fuerte.
Pero estaba
desesperada. Nadie quería pagar más de diez dólares. En los tres días que
llevaba abierta, la Sra. Van Damme había sido la única persona que no había
echado una ojeada a sus precios y echado a correr. Por supuesto, la mujer
apenas podía caminar.
—Si lo haces bien,
entonces te recomendaré a mis amistades, pero no pagarán más que yo.
Oh bien, pensó, un año
entero de viejas avaras. Un año entero de ondas y peinados para atrás.
—¿Lleva la raya a la
derecha, Sra. Van Damme?
—A la izquierda. Y dado
que metes las manos en mi pelo, me puedes llamar Wannetta.
—¿Cuánto tiempo llevas
con este peinado, Wannetta?
—Oh, alrededor de
cuarenta años. Desde que el atrasado de mi marido me dijo que parecía Mae West.
Lali seriamente dudaba
que Wannetta alguna vez se hubiera parecido a Mae West.
—Quizá sea el momento
de cambiar —sugirió y se puso un par de guantes quirúrgicos.
—No. No me gustan los
cambios.
Lali cortó con unas
tijeras la punta de la botella y luego aplicó la loción en el lado derecho de
la cabeza de la mujer y comenzó a hacer las ondas con sus dedos y el peine. Le
llevó varios intentos hacer perfecta la primera hilera para poder seguir.
Mientras trabajaba, Wannetta charló sin pausa.
—Mi buena amiga Dortha
Miles vive en una de esas residencias para ancianos en Boise. A ella realmente
le gusta. Dice que la comida es buena. Estoy pensando en mudarme a una yo
también. Desde que mi marido, Leroy, murió el año pasado—. Hizo una pausa para
sacar su mano huesuda de bajo la capa y rascarse la nariz.
—¿Cómo murió tu
marido?— Lali preguntó mientras seguía trabajando con el peine.
—Se cayó del tejado y
se rompió la cabeza. No sé cuántas veces le dije a ese viejo tonto que no
subiera allí. Pero nunca me escuchó, y mira dónde está ahora. Pero tenía que
subir y asegurar esa antena de TV, sólo para que se viera bien el canal dos.
Ahora estoy sola, y si no fuera por el inútil de mi nieto, Ronnie, que nunca
conserva un trabajo y siempre me pide dinero, tal vez podría mudarme con
Dortha. Sólo que no estoy segura, porque podría ser como su hija —hizo una
pausa y habló bajito— la lesbiana. Tiendo a pensar que algo así es genético.
Ahora, no digo que Dortha sea —otra vez hizo una pausa y murmuró la siguiente
palabra— lesbiana, pero tiene esa tendencia a llevar el pelo tan corto, y
siempre lleva esos zapatos tan cómodos, incluso antes de quedarse con los pies
planos. Y me repugnaría vivir con alguien y descubrir algo parecido. Tendría
miedo de tomar una ducha y de andar desnuda por el apartamento. Quizá ella
trataría de echarme una miradita cuando esté desnuda.
La imagen mental que
pasó como un relámpago por la cabeza de Lali era terrible y tuvo que morderse
la mejilla para contener la risa. La conversación pasó del miedo de Wannetta a
las lesbianas a las otras preocupaciones perturbadoras en su vida.
—Después de que robaran
en esa casa cerca de Cow Creek el año pasado, —dijo ella, — tuve que empezar a
cerrar mi puerta. Nunca lo había hecho antes. Pero ahora vivo sola, y no puedo
dejar de ser cuidadosa. ¿Estás casada?—preguntó, mirando fijamente a Lali en el
espejo que tenía delante.
Lali estaba harta de
esa pregunta.
—No he encontrado aún a
mi hombre.
—Tengo un nieto,
Ronnie.
—No, Gracias.
—Hmm. ¿Vives sola?
—Sí, lo hago — Lali le
contestó mientras terminaba la última onda—. Vivo en el piso superior.
—¿Ahí arriba?— Wannetta
apuntó hacia el techo.
—Si.
—¿Por qué, si tu mama
tiene una casa tan bonita?.
Tenía un millón de
razones. Apenas había hablado con su madre desde que se había mudado, y no
podía decir que le estuviera afectando.
—Me gusta vivir sola
—contestó y luchó con los rizos diminutos de la frente de la mujer.
—Bueno, supongo que les
echarás una mirada a esos locos vascos de los Lanzani que están aquí al lado.
Una vez salí con uno de esos pastores. Son muy divertidos.
Lali se mordió la
mejilla otra vez. Antes de abrir la peluquería, toparse con Peter había sido
una de sus preocupaciones, pero aunque había visto su Jeep en el aparcamiento
común detrás de los dos edificios y sus puertas traseras estaban a pocos
metros, no lo había visto. Según Cande, ella tampoco había visto mucho a Pepo
últimamente. Construcciones Lanzani trabajaba horas extras para rematar varios
trabajos antes de las primeras nieves, que solían venir a primeros de
noviembre.
Cuando Lali acabó, la
Sra. Van Damme era todavía una vieja arrugada y seguía sin parecerse a Mae West.
—¿Qué opinas?—preguntó
dándole a la mujer un espejo de mano.
—Hmm. Gírame.
Lali le dio la vuelta a
la silla para que Wannetta pudiera verse la parte de atrás de la cabeza
—Me parece bien, pero
no te voy a dar cincuenta centavos por esos pequeños rizos de la frente. Nunca
dije que pagaría rizos adicionales.
Lali frunció el ceño y
le quitó la capa de plástico.
—¿Haces descuento a los
mayores? Helen no es tan buena como tú, pero hace descuento a la tercera edad.
A este paso, iba
directa a la quiebra. En cuanto la Sra. Van Damme salió, Lali cerró y guardó su
mandilón verde. Cogió su chaqueta de vinilo y se dirigió a la puerta trasera.
Tan pronto como salió y empezó a cerrar la puerta detrás de ella, un
polvoriento Jeep negro aparcó en las plazas de Construcciones Lanzani. Miró por
encima del hombro y casi dejó caer las llaves.
Peter paró el motor del
Jeep y sacó la cabeza por la ventanilla.
—Oye, Fierecilla, ¿dónde
vas vestida de puta?
Lentamente se giró y se
puso la chaqueta.
—No estoy vestida de
puta.
Tan pronto salió del
vehículo le echó una buena mirada. Su mirada comenzó en sus botas y subió hacia
arriba. Una sonrisa perezosa curvó sus labios.
—Parece como si alguien
hubiera pasado un buen rato envolviéndote en film transparente.
Ella se echó el pelo
hacia atrás y lo sometió al mismo escrutinio que acababa de sufrir. Su pelo
estaba sujeto en una coleta, y llevaba la camiseta azul del trabajo con las
mangas cortas que dejaba ver parte de sus biceps. Sus pantalones vaqueros
estaban casi blancos en algunos lugares y sus botas llenas de polvo.
—¿Te hiciste ese
tatuaje en prisión?— preguntó, apuntando hacia la corona de espinas que rodeaba
su bíceps.
Su sonrisa se convirtió
en una línea y no contestó.
Lali no podía recordar
una sola ocasión en que hubiera sido mejor que Peter. Él siempre había sido más
rápido y malo. Pero eso había sido en el pasado con la vieja Lali. La nueva Lali
levantaba la nariz y confiaba en su suerte.
—¿Y que hace aquí el
ermitaño, mostrándose en público?
—Está a punto de
estrangular un pequeño asno que solía ser buenito—. Dio varios pasos hacia ella
y se paró lo suficientemente cerca como para tocarla—. Es de lo peor.
Lali le contempló y sonrió.
—¿Vas a inclinarte y
coger jabón?— Esperó su cólera. Esperó que dijera algo cruel. Algo que la
hiciera desear haber desaparecido en el momento en que había visto su Jeep,
pero no lo hizo.
Él se balanceó sobre
los talones y sonrió abiertamente.
—Eso si que es bueno
—dijo, luego se rió y fue la confiada y profunda risa de un hombre que sabía
con seguridad que a nadie se le ocurriría cuestionar su preferencia sexual.
Y ella no pudo recordar
ninguna otra ocasión en que hubiera oído su risa sin estar dirigida a ella.
Como aquella vez que su madre la había hecho disfrazarse de Pitufo en el
desfile de Todos los Santos, y Peter y todos los camaradas matones que tenía,
habían aullado con la risa.
Este Peter la desarmaba.
—Me dijeron que ambos
vamos a participar en la boda de Pepo.
—Bueno, quien habría
pensado que mi mejor amiga acabaría con el loco de Pepo Lanzani.
Su risa silenciosa fue
profunda y sincera.
—¿Cómo va el negocio?—
preguntó y realmente parecía interesado.
—Bien,— contestó. La
última vez que había sido agradable con ella, lo había dejado desnudarla,
mientras él permanecía con toda la ropa—. Todo lo que necesito es una cerradura
nueva y algunos pestillos.
—¿Por qué? ¿Alguien
trató de entrar?
—No estoy segura—. Ella
bajó su mirada a los documentos doblados que llevaba en el bolsillo del pecho,
de cualquier manera sus ojos la atraían—. Sólo me dieron una llave y tiene que
haber más en alguna parte. Telefoneé al cerrajero, pero aun no ha venido.
Peter cogió la manilla
de la puerta detrás de la cintura de Lali y la intentó abrir. Su muñeca
acarició su cadera.
—Y probablemente no lo
hará. Jerry es un cerrajero muy bueno cuando trabaja, pero sólo lo hace lo
suficiente para pagar su alquiler y comprar alcohol. No lo verás hasta que
termine sus existencias de Black Velvet[2].
—Vaya, eso si que es
genial—. Ella se miró las puntas de las botas brillantes—. ¿Entraron en tu
oficina alguna vez?
—No, pero yo tengo
cerrojos y puertas blindados.
—Tal vez lo podría
hacer yo, —dijo, pensando en voz alta. ¿Tampoco podría ser tan difícil? Todo lo
que necesitaba era un destornillador y quizá un taladro.
Esta vez cuando él se
rió, definitivamente fue de ella.
—Te mandaré a alguien
en los próximos días.
Lali lo miró. Subió por
su barbilla, su boca llena y sensual y mirada fría. No confiaba en él. Su
oferta era demasiado bonita.
—¿Por qué vas a hacer
eso por mí?
—¿Desconfías?
—Mucho.
Él se encogió de
hombros.
—Una persona fácilmente
podría meterse a través del la rejilla de ventilación que va de un edificio a
otro.
—Sabía que tu oferta no
estaba hecha de todo corazón.
Él se inclinó hacia
adelante y plantó sus manos en la pared a ambos lados de su cabeza.
—Me conoces demasiado
bien.
Su gran cuerpo bloqueó
la luz del sol, pero ella se negó a sentirse intimidada.
—¿Cuánto va a costarme?
Una sonrisa malvada
iluminó sus ojos.
—¿Cuánto ofreces?
De acuerdo, sólo se
negaba a demostrarle que la intimidaba. Levantó su barbilla un poco.
—¿Veinte dólares?
—No es suficiente.
Atrapada dentro de sus
brazos, apenas podía respirar. Sólo un poco de aire separaba su boca de la de
él. Estaba tan cerca que podía oler el perfume de la crema de afeitar en su
piel. Tuvo que girar la cara.
—¿Cuarenta?— preguntó,
su voz sonó aguda y jadeante.
—No-no—. Le tocó la mejilla con el dedo índice e hizo
que su mirada volviera a la de él—. No quiero tu dinero.
—¿Qué quieres?
Sus ojos se movieron a
su boca y creyó que la besaría.
—Pensaré algo —dijo él
y se impulsó separándose de la pared.
Lali inspiró
profundamente y le vio desaparecer en el edificio de al lado. Le dio miedo
pensar que podría ser ese algo.
*********
Al día siguiente en el
trabajo, puso un letrero con una oferta de manicura gratis por cortarse o
teñirse. No funcionó, pero roció el spray gris en la cabeza de la Sra. Vaughn
con forma de casco. Laverne Vaughn había enseñado escuela elemental de Truly
hasta que se retiró a finales de los años setenta.
Evidentemente, Wannetta
había cumplido su palabra. Les habló a sus amistades de Lali. La señora Vaughn
pagó diez dólares, y quiso su descuento por edad, y exigió la manicura. Lali
quitó el letrero con la oferta.
El viernes había lavado
y marcado a otra de las amistades de Wannetta, y el sábado, la Sra. Stokesberry
le llevó dos pelucas para limpiar. Una blanca para uso diario, y otra negra para
ocasiones especiales. Las recogió tres horas más tarde, e insistió en probar la
blanca en su propia cabeza.
—Tienes descuento para
la tercera edad, ¿no es así?— preguntó mientras se puso el pelo por detrás de
las orejas.
—Sí— Lali suspiró,
preguntándose porqué les aguantaba tantas majaderías a tantas personas. Su
madre, las señoras de pelo gris, y Peter. Especialmente Peter. La respuesta se
le reveló como un tintineo de su caja registradora. Tres millones de dólares.
Podía aguantarlo por tres millones de los grandes.
Tan pronto como la
mujer se fue, Lali cerró la peluquería y fue a visitar a sus amigos Duke y
Dolores. Los perros temblaron de excitación mientras le lamían las mejillas.
Por fin, caras amigas. Apoyó la frente sobre el cuello de Duke e intentó no
llorar. Fracasó, tal y como lo hacía con la peluquería. Odiaba las ondas y los
sprays grises. Realmente odiaba lavar y marcar pelucas. Pero sobre todo, odiaba
no poder hacer lo que más le gustaba. Y Lali amaba hacer que las mujeres
ordinarias parecieran extraordinarias. Amaba el sonido de los secadores, y el
ruido rápido de las tijeras, y el olor de tintes y permanentes. Le encantaba su
vida antes de regresar a Truly para el entierro de Henry. Tenía amigos y un
trabajo que amaba.
Siete meses y medio, se
dijo a sí misma. Siete meses y luego podría ir donde quisiera. Se puso de
puntillas y cogió las correas de los perros.
Media hora más tarde,
volvió de pasear a los perros y los devolvió de nuevo a su perrera. Estaba a
punto de abrir la puerta del coche cuando Gwen bajó los escalones exteriores.
—¿Puedes quedarte a
cenar?— preguntó su madre, con un suéter beige de angora envolviendo sus
hombros.
—No.
—Siento haberme ido tan
pronto de tu fiesta.
Lali sacó las llaves
del bolsillo. Normalmente se hubiera mordido la lengua y se hubiera tragado lo
que pensaba, pero no estaba de humor—. No, no creo que lo sientas.
—Por supuesto que sí.
¿Por qué me dices eso?
Miró a su madre, sus
ojos azules y el cabello rubio con el corte clásico.
—No sé —contestó,
resolviendo echarse atrás en una discusión que perdería de cualquier manera—. He
tenido un día de mierda. Vendré a cenar mañana por la noche si lo deseas.
—Tengo planes para
mañana por la noche.
—El lunes entonces
—dijo Lali deslizándose en su coche. Le dijo adiós, y tan pronto como regresó a
su apartamento, telefoneó a Cande.
—¿Estás libre esta
noche?— preguntó a su amiga con rapidez—. Necesito una copa, tal vez dos.
—Pepo trabaja hasta
tarde, así que puedo quedar un rato.
—¿Por qué no nos
encontramos en Hennesey? Una banda de blues toca allí esta noche.
—De acuerdo, pero
seguramente me iré antes de que empiecen a tocar.
Lali estaba un poco
decepcionada, pero era capaz de estar sola. Después de colgar el teléfono, se
dio una ducha, luego se puso un suéter verde que dejaba la barriga al aire y un
par de pantalones vaqueros. Se esponjó el pelo, se maquilló y se puso sus Doc
Marten y la chaqueta de cuero para caminar las tres manzanas hasta Hennesey.
Cuando llegó, eran las seis y media y la barra estaba llena de gente que acababa
de salir del trabajo.
Hennesey era un local
de gran tamaño, con un piso superior que se asomaba sobre el inferior. Las
mesas de ambos niveles estaban abarrotadas, y un escenario portátil se había
colocado en la gran pista de baile. Por ahora, las luces de la barra
resplandecían y la pista de baile estaba vacía. Más tarde, todo eso cambiaría.
Lali se sentó en una
mesa cerca del final de la barra y estaba en su primera cerveza cuándo Cande
llegó. Miró a su amiga y quitando un dedo del vaso, apuntó la cola de caballo
de Cande—. Deberías venir a que te corte el pelo.
—De ninguna manera. —Cande
pidió una Miller Lite[3],
luego volvió su atención a Lali—. ¿Recuerdas lo que le hiciste a Brigit?
—¿Brigit qué?
—La muñeca que mi
bisabuela Stolfus me regaló. Le cortaste sus largos bucles de oro e hiciste que
pareciera Cyndi Lauper. Estoy traumatizada desde entonces.
—Te aseguro que no te
parecerás a Cyndi Lauper. Incluso lo haré gratis.
—Lo pensaré—. La
cerveza de Cande llegó y pagó a la camarera—. Pedí hoy los vestidos para las
damas de honor. Cuando lleguen tendrás que venir a mi casa para los retoques
finales.
—¿Pareceré una azafata
de plantación sureña?
—No. Los vestidos son
de terciopelo color vino. Realmente sencillos con una línea para que no llameis más la atención
que la novia.
Lali tomó un sorbo de
cerveza y sonrió.
—No podría hacer eso de
ninguna manera, pero realmente deberías pensar en dejarme arreglarte el pelo
para tu gran día. Será entretenido.
—Tal vez te dejaré
hacerme una trenza o algo por el estilo—. Cande tomó un trago—. Reservé ya el
restaurante para la boda.
Cuando el tema de boda
de Cande se agotó, la conversación recayó en el negocio de Lali.
—¿Cómo ha ido tu
peluquería estos días?
—Horrible. Tuve una
cliente, la Sra. Stokesberry. Dejó sus pelucas, y tuve que lavarlas como si
fuese un perro de lanas aplastado.
—Divertido trabajo.
—Dímelo a mí.
Cande tomó un trago y
luego dijo,
— No quiero hacerte
sentir peor, pero pasé con el coche por delante de la peluquería de Helen hoy.
Tenía bastante gente.
Lali frunció el ceño
ante su cerveza.
—Tengo que hacer algo
para robarle la clientela.
—Haz un regalo. A las
personas les gusta obtener algo por nada.
Había probado eso ya
con la manicura.
—Necesito hacer
propaganda, —dijo, contemplando silenciosamente sus opciones.
—Tal vez tú deberías
hacer una demostración o algo por el estilo en la escuela de Sophie. Córtales
el pelo a algunas muchachas, házles un buen corte. Entonces todas las demás
chicas querrán que les cortes el pelo también.
—Y sus madres tendrán
que continuar trayéndolas—. Lali sorbió su cerveza, y pensó en las
posibilidades.
—No mires ahora, pero
Wes y Scooter Finley acaban de entrar—. Cande puso la mano a un lado de la cara
como un escudo—. No los mires siquiera o se sentaran en esta mesa.
Lali escudó su cara
también, pero miró entre sus dedos—. Son tan feos como recuerdo.
—También igual de
estúpidos.
Lali se había graduado
con los hermanos Finley. No eran gemelos, sólo habían repetido. Wes y Scooter
llevaban gafas oscuras que ocultaban sus pálidos ojos espeluznantes de albinos.
—¿Crees que todavía
tienen imanes de pollitos?
Cande inclinó la cabeza.
—Supongo—. Cuando la
amenaza Finley había pasado, Cande bajó la mano y apuntó hacia dos hombres de
la barra—. Qué crees, ¿boxers o slips?
Lali echó un vistazo a
sus camisas con el gran logotipo rojo de Chevron, su pelo a lo Achy Breaky, y
dijo:
— Serios. Blancos. The fruit of Loom.
—¿Y el tercer tipo,
empezando por el final de la barra?
El hombre era alto,
delgado, con el pelo perfectamente peinado. El suéter amarillo atado alrededor
de su cuello le dijo a Lali que o era nuevo en el pueblo o era un hombre de
gran valor. Sólo un guerrero indio se pasearía por las calles de Truly con un
suéter de cualquier color, y mucho menos amarillo, atado alrededor de su cuello—.
Un tanga, creo. Es muy atrevido—. Lali tomó un sorbo de la cerveza y fijó su
atención en la puerta.
—¿Algodón o seda?
—Seda. Es tu turno.
Las dos mujeres giraron
la cabeza y clavaron los ojos en la puerta, esperando que su siguiente víctima
pasara por el medio. Tardó menos de un minuto, estaba tan bueno como Lali
recordaba. El pelo oscuro de Tommy Markham todavía se rizaba sobre sus orejas y
su cuello. El mantenía aún su cuerpo sin un gramo de grasa y cuando su mirada
cayó sobre Lali, su sonrisa era todavía tan encantadora como cuando era niño.
El tipo de sonrisa que podía hacer que una mujer le perdonara casi cualquier
cosa.
—Estás volviendo loca a
mi mujer. ¿Lo sabes?— dijo al acercarse a su mesa.
Lali miró los ojos
azules de Tommy y colocó una mano inocente en su pecho.
—¿Yo?— Hubo una época
que una mirada a sus largas pestañas había hecho que su corazón revoloteara. No
pudo evitar la sonrisa que curvaba su boca, pero su corazón estaba muy bien—. ¿Qué
he hecho?
—Volver.
Que bueno, pensó. Helen
había pasado toda su infancia acosando verbalmente a Lali, volviéndola loca.
Haberle dado la vuelta
a la tortilla era justo.
—Pero, ¿dónde está tu
viejo grillete con bola?
Él se rió y se sentó en
la silla al lado de ella.
—Ella y los niños fueron
a una boda en Challis. Volverán mañana en algún momento.
—¿Por qué no fuiste?—
preguntó Cande.
—Tengo que trabajar
mañana.
Lali miró sobre la mesa
a su amiga, que le hacía la señal “está casado” con sus ojos. Lali sonrió
abiertamente. Cande no tenía que preocuparse. Ella no se había acostado con
hombres casados en toda la vida. Pero Helen no lo sabía. Haría que se
preocupara.
Peter colgó el teléfono
e hizo rodar su silla hacia atrás. El fluorescente zumbó en lo alto, y una
sonrisa jugueteaba en sus labios cuando se asomó a la ventana de vidrio
templado. El sol se había puesto y su reflejo le devolvía la mirada. Todo venía
junto. Había tres contratistas que querían invertir capital con él y ahora
estaba en la etapa de hablar con los bancos.
Puso el lápiz encima
del escritorio delante de él, luego se pasó la mano por el pelo. La mitad de
Truly iba a cabrearse cuando se enteraran de sus planes para Silver Creek. A la
otra mitad le iba a encantar.
Cuando él y Pepo habían
decidido trasladar su compañía a Truly, sabían que los viejos del pueblo se
resistirían al desarrollo y al crecimiento de cualquier tipo. Pero igual que
Henry, esas personas se estaban muriendo y eran reemplazadas por yuppies. Según
a quien escucharas, los chicos Lanzani o eran
hombres de negocios o saqueadores de tierras. O los amaban o los
odiaban. Pero, siempre había sido así.
Se levantó y estiró los
brazos sobre la cabeza. Los requisitos para un campo de golf de nueve hoyos y
el anteproyecto para un montón de metros cuadrados de condominios se extendían
ante él. Incluso con un presupuesto conservador, Construcciones Lanzani iba a
hacer una fortuna. Y esa era solamente la primera etapa de desarrollo. La
segunda etapa iba a hacer aun más dinero, con casas de un millón de dólares
construidas a poca distancia de la verde extensión. Ahora todo lo que Peter
necesitaba era vía libre a los cuarenta acres que Henry le había dejado en
herencia. En junio la tendría.
Peter sonrió en la
oficina vacía. Había hecho su primer millón construyendo todo tipo de cosas,
hasta casas de lujo en Boise, pero un chico siempre guarda un poco de dinero
extra para emergencias.
Cogió la chaqueta del
perchero y se dirigió a la puerta trasera. Después de llevar a cabo sus planes
para Silver Creek, pensaría que quería construir en Angel Beach. O quizá no
construyera allí. Se paró el tiempo suficiente para apagar las luces antes de
cerrar la puerta detrás de él. Su Harley
Fat Boy estaba aparcada al lado del Miata de Lali. Miró hacia arriba, a su
apartamento, y a la puerta verde iluminada por una luz débil. Era un misterio.
Podía entender que
quisiera irse de casa de su madre. Él no podría estar cerca de Gwen ni tres
segundos sin querer estrangularla. Pero lo que no entendía era porque Lali
había preferido mudarse a un estercolero. Sabía que en el testamento de Henry
estipulaban un ingreso mensual, y sabía que podía pagarse un lugar mejor. No le
llevaría mucho a ningún hombre sacar la maldita puerta a patadas fuera de los
goznes.
Cuando tuviera tiempo,
tenía intención de reemplazar las cerraduras. Pero Lali no era su problema.
Donde vivía o lo que prefería hacer no le concernía. Si quería vivir en un
agujero y llevar puesta una falda de vinilo que apenas le cubría el culo,
entonces era su problema. A él no le importaba nada. Estaba seguro de que no le
dirigiría más que un pensamiento fugaz si ella no viviera prácticamente encima
de él.
Pasando una pierna
sobre la Harley, enderezó la moto. Si hubiera visto a cualquier otra mujer con
esa locura de vinilo, entonces la habría apreciado como se merecía, pero no a Lali.
Verla envuelta en plástico apretado como un bocadillo del deli lo habían hecho
desear despegar el plástico y tomar un mordisco. Había pasado de nada a duro en
tres segundos.
Pateó el apoyo con el
talón de su bota y presionó el botón de ignición. El motor volvió a la vida,
rugiendo en el aire quieto de la noche, y vibrando entre sus muslos. Ponerse
duro por una mujer que no planeaba llevar a la cama no le molestaba. Ponerse
duro por esa mujer en particular si lo hacía.
Aceleró la moto y salió
disparado del callejón, apenas frenó para incorporarse a La Calle Primera.
Estaba inquieto y fue a casa sólo el tiempo suficiente para darse una ducha. El
silencio le ponía nervioso y no sabía por qué. Necesitaba un entretenimiento,
una distracción, y acabó en Hennesey con una cerveza en la mano y Lonna Howell
en su regazo.
Su mesa estaba encima
de la pista de baile, oscura y llena de cuerpos, moviéndose al ritmo sensual
del lánguido blue que fluía del quinteto que estaba tocando. Los rayos de luz
iluminaban la banda y varias ráfagas relampagueaban por la pista e iluminaban
la barra. Pero en su mayor parte el local estaba tan oscuro como el pecado así
que una persona podría conseguir cosas pecaminosas.
Peter no planeaba
ningún pecado en particular, pero la noche era joven y Lonna estaba más que
dispuesta.
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No me matennn en el proooximooo siiiiii!!!! ;D Juliii gracias por firmar linda!! Ponganse Con las firmas al menos para ver si les gusta!!! Y al anonimo, la familia de Benita la madre de Peter y Pepo es vasca!
Besoss
ME ENCANTO.. más más más !!
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